La llegada del hombre a la Luna fue en gran parte la culminación de una carrera entre estadounidenses y rusos para mostrar el orgullo nacional con el espacio como reto y desafío tecnológico
Agustín Sánchez Lavega
Miércoles, 16 de noviembre 2022, 13:39
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El 22 julio de 1969, tras pasar la Alhóndiga y camino de casa por la alameda Urquijo, vi un pequeño grupo de gente arremolinado en torno a un comercio que observaba atentamente, a través del escaparate, los monitores de televisión, entonces en blanco y negro. Me sumé al grupo y cuál fue mi sorpresa al ver que en las pantallas aparecía un astronauta –era la figura de Neil Armstrong, un tanto borrosa– descendiendo del Águila y dando pequeños saltitos por la Luna. Tenía yo 14 años, y aquella imagen y visión de nuestro satélite me atrapó y atrajo de tal forma mi curiosidad que, con unos simples gemelos de teatro que teníamos en casa, pasé bastantes días observando los cráteres y 'mares' lunares. Al año siguiente con unos prismáticos algo más potentes y ya en 1971 con un pequeño telescopio que adquirí con los ahorrillos de la paga dominical, y con la enciclopedia Salvat en la mano, aprendí los nombres y tamaños de los cráteres lunares y su origen por impactos. Mi vocación por el Universo había nacido y me ha acompañado, emotiva y profesionalmente, a lo largo de toda mi carrera científica.
La llegada del hombre a la Luna fue en gran parte la culminación de una carrera entre estadounidenses y rusos –entonces soviéticos– para mostrar el orgullo nacional con el espacio como reto y desafío tecnológico. Siguieron más misiones Apolo con astronautas caminando y circulando con todoterrenos por la superficie polvorienta de nuestro satélite, trayendo un buen número de kilos de rocas para su estudio en el laboratorio que nos han permitido comprender mejor el origen de la Luna como resultado de un cataclismo, de un choque cósmico con nuestro planeta, y por extensión el del sistema solar. Y ahora, 55 años más tarde, volveremos de nuevo con humanos a explorar la Luna. Sin duda alguna sus recursos, la recogida selectiva de nuevas muestras y el establecimiento de bases que posibiliten el salto hacia Marte, y quizás hacia algún asteroide cercano, son los objetivos prioritarios del programa Artemisa.
Mirando de nuevo hacia atrás en el tiempo, tenía tan solo 3 años cuando la Unión Soviética puso en órbita alrededor de la Tierra el primer satélite, el Sputnik, una pequeña esfera con cuatro antenas. En 65 años, una vida humana, hemos pasado de aquel hito, hoy en día algo muy sencillo, a viajar por todo el sistema solar, visitando todos los planetas y sus satélites, posándonos y moviéndonos por algunos de ellos, por asteroides y cometas, alcanzando las sofisticadas naves espaciales actuales distancias inimaginables de 6.000 millones de kilómetros. El espacio es cada vez más accesible y esperemos que su exploración se convierta en fuente de conocimiento, de bienestar propiciando el desarrollo tecnológico, y de distensión al favorecer la cooperación internacional.
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