Un lunes atípico (y feliz, claro)
crónica ·
La felicidad está por todas partes, se siente, se huele y, por supuesto, también se compraBuena parte de Canarias ha sentido los efectos de Herminia. Achicar agua de zaguanes, azoteas, garajes o sótanos; limpiar el barro de las fachadas o poner cubos en las dichosas goteras han sido tareas generalizadas allí donde más agua cayó. Eso y estar pegados al teléfono a ver si por fin lograba convencer al fontanero de que su caso sí que es verdaderamente urgente y no como el resto, que llama por cualquier cosa.
Pero,otra buena parte de la ciudadanía ha pasado este fin de semana «confinada» a su pesar. Sus confortables hogares, con televisión y canales de series 24/7, sus neveras y despensas repletas y el cubo de palomitas y cervezas que habían preparado no mitigó el «dolor» de no poder salir a consumir como si no hubiera un mañana.
La paradoja es que ambas posiciones parecen coincidir en celebrar la llegada del nuevo amanecer, el del lunes postormenta. Los unos porque por fin dejaba de llover y dejarían de sufrir aquaplaning en su propio salón. Los otros porque recuperaban su «libertad» para comprar cachitos de felicidad en este mercado del todo a cien.
Precisamente, de felicidad va el ensayo que firman el psicólogo Edgar Cabanas y la socióloga Eva Illouz. 'Happycracia: Cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas'.
Los autores proponen que nos fijemos en dos tendencias que se observan en la sociedad actual. Por un lado, la «omnipresencia de la felicidad en nuestras vidas». La felicidad, dicen, está es todas partes, algo así como presenta cada Navidad el amor en la reposición anual de 'Love Actually'. La felicidad se siente, se huele y, por supuesto, se compra porque incluso aparece en «las estanterías del supermercado», llegan a decir.
Por otro, llaman la atención sobre el cambio de significado de la palabra felicidad. Ya no es algo que se relacione «con el destino, con la suerte, con las circunstancias o con la ausencia de dolor». Tampoco sirve para reflexionar sobre la vida de forma retrospectiva. Aquello que tradicionalmente se escuchaba del «he sido feliz» o «he tenido una vida feliz» ya no significa nada. Y tampoco «felicidad» es aquella palabra que cierta intelectualidad dejaba para los necios, la «felicidad del tonto», la felicidad de «la inocencia» ya no existe o está tan repartida por el mundo que carece de sentido.
Hoy, dicen Cabanas e Illouz, «la felicidad se considera como un conjunto de estados psicológicos que pueden gestionarse mediante la voluntad; como el resultado de controlar nuestra fuerza interior y nuestro auténtico yo; como el único objetivo que hace que la vida sea digna de vivirse». Y más importante aún, añaden, «la felicidad ha llegado a establecerse como elemento central en la definición de lo que es y debe ser un buen ciudadano».
Cada quién es muy libre de gestionar su vida como así desee. Al fin y al cabo, podemos señalar qué vidas no son logradas, pero raramente, por no decir nunca, podríamos hacer una sentencia universal para la que sí lo es.
Sin embargo, centrar la vida en la felicidad tiene el peligro de apartar de nuestro camino la justicia y eso es lo que también ha puesto de relieve, un fenómeno adverso como Herminia. Los presupuestos tienen un límite, y si se dedican a una cosa, pongamos al alumbrado navideño, no se pueden dedicar a otra, pensemos en tener una red de alcantarillado que cumpla su función. Dicho de otra manera, la felicidad de unos puede suponer la desgracia de otros. Pero también la de ellos mismos.