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José R. Sánchez López
San Bartolomé
Domingo, 10 de diciembre 2023
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La histórica molina de José María Gil, en pleno centro de San Bartolomé, se encuentra en riesgo de que queden cerradas sus puertas en pocos meses; en caso de que las autoridades locales e insulares no tomen medidas para incentivar el cultivo del millo en suelo lanzaroteño y para colaborar en el mantenimiento del recinto. Según precisa Lourdes Rodríguez, en nombre de la entidad mercantil que gestiona la explotación del recinto, «me he dado de plazo seis meses para el cierre». Es decir, hasta el verano se da de tope.
Defiende la propiedad que la singular molina es un Bien de Interés Cultural (BIC) «y solamente la mantengo yo». Para salir adelante se tiene que bastar con los beneficios que obtiene del gofio que produce a partir del millo que se cultiva en la isla. De media mensual asume un par de toneladas de cereal local, a un precio para el cultivador de al menos 1,70 euros por kilogramo.
Además, asume la propiedad los gastos de producción del gofio, incluido el empaquetado y el transporte, así como la mano de obra, «sin ayuda alguna», destaca Lourdes Rodríguez. También es responsable la molina de José María Gil de todo lo que tiene que ver con la trazabilidad del producto, incluida la obligada tramitación de Registro Sanitario. Y con el precio en el mercado que apenas llega a ser de 4,20 a 4,30 euros por bolsa que se dispone a la venta, el beneficio neto resulta muy justo.
Así es desde finales de la pasada década, sin que desde durante un lustro se hayan escuchado las peticiones trasladadas a Cabildo y el Ayuntamiento. Y acontece a pesar de que se está advirtiendo de manera periódica de que el cierre afectaría a productores de millo de Teseguite, Tinajo y otras localidades del centro de la isla, que se verían en riesgo de verse obligados a negociar nuevos canales de venta.
La molina data de 1870. Se trata de un edificio erigido por el entonces secretario del Ayuntamiento, Baltasar Fermín, que logró la calificación de BIC. Fue adquirida cuando corría el año 1919 por José María Gil, quien llegó a ser alcalde, siendo el responsable de tomar medidas para preservar el edificio, a base de operar como molina de gofio artesanal. Pasó luego de padre a hijo, Esteban Gil. Y de ahí a la actual entidad de gestión del histórico inmueble.
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