Encerrada por la lista de espera
Carmen González lleva tres años viviendo en la cocina por una cadena de errores sanitarios según denuncia. Al problema con las prótesis de rodilla, se suma un cáncer y alergia asmática
Lourdes Bermejo y Arrecife
Martes, 22 de mayo 2018, 10:18
Carmen González ha conocido este domingo el puerto deportivo de Arrecife, un auténtico acontecimiento en su vida, ya que a sus 66 años lleva tres literalmente recluida en casa, un tercer piso sin ascensor, al no tener movilidad por los problemas que le genera una de sus prótesis de rodilla. Aunque ha llevado estas articulaciones ortopédicas desde hace muchos años, la cosa se complicó hace tres, cuando le diagnosticaron un cáncer de mama, por lo que tuvo que recibir quimio y radioterapia. En medio de estos tratamientos, sufrió una crisis asmática, dolencia que también sufre, y acudió a Urgencias de Valterra a recibir oxígeno. Sin embargo, la propia sanitaria le indicó que, dado que estaba debilitada por los tratamientos oncológicos, fuera al Hospital Molina Orosa a que le pusieran allí la mascarilla en condiciones de asepsia». «Di estas explicaciones en el Hospital, pero no me hicieron ni caso y me pusieron la mascarilla en una habitación compartida», explica Carmen, que exigió, entonces, quedarse en observación en el centro. «Entonces sufrí una fatiga, vi que no podía caminar y, efectivamente, tras hacerme varias pruebas, me indicaron que había cogido un virus y se había infectado el catéter», dice.
Carmen permaneció 48 días en el Hospital, hubo incluso que hacerle una transfusión de sangre y perdió mucho peso. El centro hospitalario la envió a operarse de la rodilla a Hospitén, pero en este centro advirtieron también el riesgo de que hubiera infección por desplazamiento de la prótesis a consecuencia de la pérdida de peso. En estas condiciones fue enviada nuevamente a casa y ahora «estoy en lista de espera», explica Carmen que, asegura «es la única explicación que me dan». Mientras, ha tenido que instalarse en la cocina, contratar a una asistente para que limpie la casa y recurrir a la bondad vecinal o la Cruz Roja para abandonar su clausura, contadísimas veces al año. Invirtió también 1.100 euros en una cama hospitalaria, «pero no la uso. Es incómoda por la rigidez de la pierna», así que duerme en un sillón reclinable.