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La aventura de John F. Carr, el americano que amerizó en Tijarafe

La aventura de John F. Carr, el americano que amerizó en Tijarafe

El Museo Naval de Santa Cruz de La Palma expone el chaleco salvavidas del piloto americano de la II Guerra Mundial rescatado en la isla tras el hundimiento del portaaviones desde el que volaba. Sus hijos viajaron desde Estados Unidos para asistir al homenaje que se le ha rendido

Rosa Rodríguez y Santa Cruz de Tenerife

Jueves, 1 de enero 1970

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Elisabeth Leverson estaba ayer «verdaderamente emocionada». Pisaba por primera vez la tierra que salvó la vida a su padre. «Es increíble ver esto con mis propios ojos», reconocía por teléfono minutos después de recibir el homenaje póstumo que Tijarafe brindó a John F. Carr,el americano al que unos pescadores del pueblo palmero recataron del mar en mayo de 1944. Elisabeth y su hermano Douglas Carr llegaron el viernes a La Palma, a la costa que su padre logró alcanzar tras amerizar el caza F4F Wildcat que pilotaba. Y el chaleco que le salvó la vida, y que Carr guardó como una reliquia hasta que falleció el pasado mes de mayo, está desde ayer expuesto en el Museo Naval de Santa Cruz de La Palma.

John F. Carr fue el único piloto de la II Guerra Mundial apresado en España durante la contienda, aunque ciertamente, recuerda Raúl Aguiar, el tijarafero que ha recuperado su historia, su cautiverio fue oficial, «pero no real». La guerra estaba acabando y el dictador Francisco Franco tendía ya lazos con Estados Unidos, por eso, desde que se pudo Carr fue trasladado a Gibraltar y desde allí devuelto a América.

«Aquella fue la aventura de su vida», aseguraba ayer Elisabeth, que recuerda que su padre « hablaba mucho, constantemente, de ella». También habló de ella en varios artículos de prensa e incluso grabó un vídeo, que se conserva en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.

Pero la historia de Carr ya los tijaraferos la «estaban confundiendo» y se borraba de la memoria colectiva hasta el punto de que «incluso se empezada a dudar que fuera cierta», explica Raúl Aguiar. Él no había nacido cuando John F. Carr amerizó el 29 de mayo de 1944 en la playa de El Jurado, pero supo de la historia del piloto americano porque una maestra se la contó «muy vagamente». Hace tres años la recordó durante las largas horas que pasó en el hospital acompañando a su hermano enfermo y decidió «indagar» y recuperarla. «Es parte de la historia de Tijarafe, de La Palma y de Canarias y estaba llamada a desaparecer».

Ahí empezó su periplo primero por Internet y luego contactando con asociaciones de veteranos de guerra «casi todos octogenarios» hasta que dio con el mismísimo John F. Carr. «Llegué hablar con él vía correo electrónico, pero la comunicación era muy lenta», relata Aguiar que sí mantuvo un contacto fluido con Ruth, la esposa del piloto.

La Asociación Nacional de USS Block Island, los veteranos que sirvieron en el portaaviones en el que Carr estaba destinado y cuyo hundimiento lo obligó a intentar aterrizar en La Palma, fue el primer contacto de Raúl Aguiar con la familia norteamericana. «Después de meses hablando con ellos, demostrándoles que iba en serio con la recuperación de la figura de Carr me pusieron en contacto con Ruth», cuenta Aguiar y fue sorprendente, recuerda, como la mujer enseguida comenzó a mandarle recortes de prensa y también fotografías originales de su marido tomadas en el portaaviones, con sus compañeros o en el caza que pilotaba... Y un día se atrevió a pedirle el chaleco salvavidas. «Le pedí que donara el chaleco que le salvó la vida y aceptó», aunque para cuando le enviaron el paquete ya John había fallecido. Tenía 90 años. Hace tres meses recibió la caja que lo contenía. Se la envió Elisabeth. Ayer, cuando lo colocaban en la exposición del Museo Naval palmero, lo recordaba. El envío le costó 56 dólares, «pero en la aduana casi nos fríen», bromea Aguiar.

La directora del Museo Naval, Carmen Concepción, relata que hacía tiempo que Aguiar le había manifestado su deseo de donar lo que tenía de Carr, pero no fue hasta esta misma semana cuando le hizo entrega del chaleco, las cartas, los recortes de prensa, las fotos originales y también de los embalajes (sobres y paquetes) en los que le fueron llegando desde Boston, donde vive Ruth y donde residió hasta su muerte John F. Carr. «Por cierto, la F es de Fisher» y gracias a ese descubrimiento Raúl Aguiar dio con el vídeo «que ni los veteranos conocían que existía» y que está en el Congreso.

Elisabeth desvelaba también ayer que su padre y su madre habían estado antes en La Palma, «una vez y durante un solo día» relató por teléfono. Llegaron a bordo de un crucero en el que viajaban por Europa. No recuerda la fecha, pero sí que «pudo ver por segunda vez el paisaje que recordaba» y «poner flores a los que no sobrevivieron al hundimiento del USS Block Island.

Carr relató en varios artículos cómo decidió amerizar y cómo estuvo día y medio sobre una roca hasta que dos pescadores, Feliciano y Botín (sus familiares estuvieron ayer en el acto de Tijarafe), lo rescataron a pesar, decía, de que les debió parecer «extraño» con su «traje de vuelo» y su «chaleco salvavidas». Pero no fue así, lo sacaron del agua, lo llevaron a tierra firme y le dieron «un vaso de vino». Él creyó que estaba en Madeira. Luego descubrió que no, que estaba en La Palma, se lo dijo el delegado de la aseguradora Lloyd’s of London en la isla, que le hizo de intérprete y de guía turístico durante los paseos que dieron. Más que un preso fue un huésped.

La Asociación Nacional de USS Block Island, los veteranos que sirvieron en el portaaviones en el que Carr estaba destinado y cuyo hundimiento lo obligó a intentar aterrizar en La Palma, fue el primer contacto de Raúl Aguiar con la familia norteamericana. «Después de meses hablando con ellos, demostrándoles que iba en serio con la recuperación de la figura de Carr me pusieron en contacto con Ruth», cuenta Aguiar y fue sorprendente, recuerda, como la mujer enseguida comenzó a mandarle recortes de prensa y también fotografías originales de su marido tomadas en el portaaviones, con sus compañeros o en el caza que pilotaba... Y un día se atrevió a pedirle el chaleco salvavidas. «Le pedí que donara el chaleco que le salvó la vida y aceptó», aunque para cuando le enviaron el paquete ya John había fallecido. Tenía 90 años. Hace tres meses recibió la caja que lo contenía. Se la envió Elisabeth. Ayer, cuando lo colocaban en la exposición del Museo Naval palmero, lo recordaba. El envío le costó 56 dólares, «pero en la aduana casi nos fríen», bromea Aguiar.

La directora del Museo Naval, Carmen Concepción, relata que hacía tiempo que Aguiar le había manifestado su deseo de donar lo que tenía de Carr, pero no fue hasta esta misma semana cuando le hizo entrega del chaleco, las cartas, los recortes de prensa, las fotos originales y también de los embalajes (sobres y paquetes) en los que le fueron llegando desde Boston, donde vive Ruth y donde residió hasta su muerte John F. Carr. «Por cierto, la F es de Fisher» y gracias a ese descubrimiento Raúl Aguiar dio con el vídeo «que ni los veteranos conocían que existía» y que está en el Congreso.

Elisabeth desvelaba también ayer que su padre y su madre habían estado antes en La Palma, «una vez y durante un solo día» relató por teléfono. Llegaron a bordo de un crucero en el que viajaban por Europa. No recuerda la fecha, pero sí que «pudo ver por segunda vez el paisaje que recordaba» y «poner flores a los que no sobrevivieron al hundimiento del USS Block Island.

Carr relató en varios artículos cómo decidió amerizar y cómo estuvo día y medio sobre una roca hasta que dos pescadores, Feliciano y Botín (sus familiares estuvieron ayer en el acto de Tijarafe), lo rescataron a pesar, decía, de que les debió parecer «extraño» con su «traje de vuelo» y su «chaleco salvavidas». Pero no fue así, lo sacaron del agua, lo llevaron a tierra firme y le dieron «un vaso de vino». Él creyó que estaba en Madeira. Luego descubrió que no, que estaba en La Palma, se lo dijo el delegado de la aseguradora Lloyd’s of London en la isla, que le hizo de intérprete y de guía turístico durante los paseos que dieron. Más que un preso fue un huésped.

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