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Cristina Sánchez y Katja Wilke, mirando a la casa, al fondo, donde está el centro de menores. C7

«Vivimos con miedo, se meten en las casas»

Denuncia vecinal ·

Residentes en El Salobre se quejan de que ya no se sienten seguras por el comportamiento de algunos jóvenes acogidos en un centro de menores migrantes

Gaumet Florido

San Bartolomé de Tirajana

Domingo, 1 de junio 2025

La hija menor de Katja Wilke ya no quiere dormir en su habitación. El 13 de mayo, de madrugada, entró un chico y estuvo junto a su cama. No pasó nada, no le hizo nada. Tampoco robó, pero invadió su casa, su cuarto, su intimidad. Y le dejó el susto en el cuerpo. A ella, a su madre y a los vecinos que comparten residencia en una finca de El Salobre, en San Bartolomé de Tirajana, aledaña a un centro que acoge a menores migrantes. «Llevan aquí desde diciembre de 2021 y habíamos tenido varias incidencias, pero ahora han dado un paso más, vivimos con miedo, ya se meten en las casas», se queja Cristina Sánchez, vecina y casera de Wilke y su familia.

«Eran las 4 y 52 de la mañana». Se acuerda perfectamente porque tiene un reloj que le refleja la hora en el techo. «Noté que se abría la puerta de mi dormitorio». Katja cuenta que desde que tiene hijas su sueño es más frágil. Se despierta con facilidad. «Vi una luz, de una linterna o móvil, no lo sé, pero yo pensaba que era mi hija; entre la oscuridad y esa luz no se distinguía quién era, pero creí que era mi hija pequeña y dije su nombre hasta tres veces, pero nada, no hubo reacción, deambuló la luz por el dormitorio y cerró la puerta tranquilamente», relata Wilke.

Pero se quedó mosqueada y pensando por qué su hija llevaba puesta una sudadera. Eso sí lo pudo ver. Sobre la marcha salió de su alcoba y se dio cuenta de que la puerta de la casa estaba abierta. «Todavía pensaba que era mi hija, salí incluso a la terraza y no la vi, pero entonces advertí que el mosquitero de la ventana de la cocina, que siempre dejo abierta, estaba descolocado». Era la pista que le faltaba. «Alguien entró en mi casa».

Acto seguido, y con el susto en el cuerpo, lo primero que hizo fue ir al cuarto de sus hijas. Tiene dos, de 19 y 15 años. Quería saber si estaban bien. La mayor no se enteró de nada, pero la menor se despertó, notó una presencia. «Me dijo: mami, han entrado dos veces a mi habitación, y claro, la segunda fui yo, pero la otra...». Se sentó en el sofá del salón a madurar lo que había pasado y cuando no habían pasado ni 10 minutos, me llamó mi hija. Desde su ventana veía a alguien con una linterna. «Salí al jardín, le grité en todos los idiomas, pero no pude ver quién era, salió corriendo y saltó por el muro», termina.

El muro al que alude es uno de los que cercan la finca en la que vive desde hace 18 años, la finca de la familia de Cristina Sánchez, su casera, donde tiene alquiladas varias viviendas. Y esa misma parcela linda con la que acoge la casa donde está el centro de menores, de ahí que achaquen lo sucedido a uno de los chicos acogidos en ese recurso.

«Es que su caso no fue el primero», aclara Cristina, que apunta que la vecina de enfrente, hace algo más de un mes, se encontró a uno de los jóvenes en el jardín de su vivienda. «Ella estaba fregando, eran como las seis y media o siete de la tarde y lo vio a través de la ventana de la cocina, muy cerca, solo les separaba el cristal y se llevó un gran susto». Según añade, denunció e identificaron al chico.

Katja también puso su caso en conocimiento de la Policía Nacional, pero por ahora no han podido dar con él. No dejó huellas. Ni siquiera se llevó nada. «Tenía la tablet en la cocina y mi cartera estaba en el bolso, pero todo estaba en su sitio». Lejos de tranquilizarla, la inquieta. «Eso es lo que realmente más me asusta, ¿qué vino a hacer a mi casa?».

Vista de El Salobre. Arcadio Suárez

Katja Wilke siente que le han roto la paz en la que vivía. Nunca había tenido ninguna incidencia en El Salobre. «Esto es el fin del mundo; siempre me he sentido muy segura; aquí no se escuchan sino los pájaros», subraya. Es más, Cristina reconoce que en los 39 años que lleva aquí se dejaba las puertas abiertas y las llaves puestas en los coches. Ya no. Tampoco está tranquila por sus padres, ambos ya muy mayores, que viven también en la finca y pasan muchas horas solos. O por sus propios hijos. «Al más pequeño ya le da miedo quedarse en casa solo».

La preocupación les ha llevado a contactar con un abogado y, por lo pronto, tienen pensado remitir un escrito al Gobierno de Canarias. Su objetivo es claro: que trasladen el centro de sitio o, al menos, a aquellos menores que son conflictivos. «Porque no son todos, eso es verdad», aclara Cristina Sánchez. Por los datos que maneja, la organización que lo gestiona solo tiene a dos cuidadoras por turno para 58 menores.

Se les ha llenado el vaso de la paciencia. En la mochila, explica Cristina, cargan con dos incendios provocados por algunos de estos jóvenes, uno en marzo de 2022 y el último, en marzo de 2024. Quedaron en un susto, advierten, pero podrían haber provocado una desgracia.

Y cargan también con frecuentes molestias al centro hípico que funcionaba en esta finca, al que arrojaban todo tipo de basura, desde vapers a cholas o latas de refresco. «Juegan al fútbol y ya nos rompieron una luminaria y un día de un balonazo tiraron del caballo a una alumna», se queja Cristina Sánchez. Tanto fue el cántaro a la fuente, se queja, que al final este fue uno de los motivos por los que la inquilina dejó las instalaciones, por lo que el centro hípico está ahora cerrado.

Con todo, nada les asusta tanto como la sensación de que ya no están seguras dentro de sus casas. Hasta ahora protestaban en las redes por las molestias. Ahora han decidido ir más allá. Quieren que se les escuche.

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