Tunte: capital sureña de tradiciones y senderos
Entre montañas y caminos jacobeos, la capital de San Bartolomé de Tirajana guarda su historia en el museo Yánez, en los bolsos artesanales de Josefa Blanco y en la hospitalidad de sus vecinos | Aunque la despoblación adelgaza sus calles, sigue latiendo como parada del Camino de Santiago grancanario
Muchos grancanarios dicen 'me voy a Tunte' cuando se refieren a marcharse muy lejos, pero lo más destacable del pueblo de San Bartolomé de Tirajana no es la distancia que lo separa de la costa. En sus calles empedradas y casas centenarias se esconden historias que van mucho más allá de su ubicación... Relatos que sus vecinos custodian con el mismo cariño con el que protegen las tradiciones que cada julio cobran vida en las fiestas de Santiago.
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Tunte es la capital vaciada del municipio más turístico de Gran Canaria. Antonio Medina, conocido en el pueblo como 'Antonio El Bicho', recorre las calles con la seguridad de quien ha vivido toda su vida entre estas piedras. Nació aquí en 1961 y conoce cada rincón de este lugar que atesora secretos bajo sus cimientos. «Se cree que aquí debajo hay 10.000 personas enterradas», dice señalando la iglesia. «Antiguamente se usaban las ermitas para enterrar», explica entusiasmado.
La historia de Tunte se remonta a tiempos de los primeros pobladores de Gran Canaria. Su nombre es aborigen, cuenta Antonio, u es un topónimo bereber que significa «el lugar de los canarios».
Las fiestas de Santiago, que se celebran del 10 al 27 de julio, son el corazón que cada año pone en movimiento al pueblo. «Son fiestas muy tradicionales, históricas y culturales», comenta Antonio con orgullo. Como en toda celebración canaria, el clima juega un papel decisivo. «Aquí se han tenido que suspender dos bajadas por alerta de calor. Julio y agosto son meses muy calurosos», dice.
A pesar de eso, Tunte sigue siendo una parada imprescindible del Camino de Santiago de Gran Canaria, la única ruta jacobea oficial fuera de tierra continental europea que une el pueblo con Gáldar. Tras la dura subida desde Maspalomas, los peregrinos encuentran aquí un respiro antes de continuar hacia Tejeda y acabar en el municipio norteño a través de la histórica Ruta de la Plata. «Antes la peregrinación partía de toda la isla hacia Tunte, pero ahora viene gente de Maspalomas, extranjeros, ciclistas, deportistas...», cuenta Antonio, orgulloso de que su pueblo siga siendo un punto de encuentro donde la distancia se convierte en llegada.
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Y al llegar, se observan esos rincones que buscan preservar sus raíces. Un claro ejemplo es el Museo Etnográfico Casa Los Yánez, una casona de casi 200 años donde Nuria Medina atiende la tienda en la planta baja. «Esta familia era muy pudiente, vivían de la agricultura», recuerda Nuria mientras observa el edificio. Ubicado en una vivienda del siglo XIX, recrea la vida cotidiana de aquella época a través de 12 habitaciones que conservan mobiliario original y piezas adquiridas. Exhibe estancias como la cocina, el comedor, los dormitorios, una tienda de aceite y vinagre, una sala de costura con telar tradicional, y un jardín que invita a la calma.
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Como este museo, la gastronomía también es una seña de identidad. «Aquí es muy típica la guindilla. También el mazapán, los mantecados de Navidad... Potaje, sopa canaria, pero es más típico el dulce». Varios restaurantes mantienen viva esta tradición: el Bar La Cueva, otro en las Cuatro Esquinas, y el Mirador de Tunte. El deporte también tiene su espacio. Tras 12 años sin competir, un grupo de vecinos logró que resurgiera el equipo de fútbol. «Volvimos en segunda regional y subimos a primera. Hay equipos que llevan años intentando eso», dice con orgullo.
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Josefa Blanco representa el alma entrañable del pueblo. Aunque ahora vive en Santa Lucía, nació en Tunte y nunca ha perdido el lazo que la une a este lugar. Tras pasar años en Cataluña y afrontar la pérdida de su esposo, decidió volver a su tierra, a sus raíces. Ya jubilada, encontró en la creatividad una nueva forma de vivir: comenzó a confeccionar bolsos a partir de sacos de papas.
«Los lavo con vinagre y detergente, los seco bien, y los convierto en bolsos impermeables», cuenta con orgullo. Para ella, vender sus creaciones en Tunte es más que una actividad: «Es una maravilla», dice con una sonrisa. Y es que en el pueblo que la vio nacer, tanto los vecinos como los turistas valoran el cariño y la historia que lleva cada uno de sus bolsos.
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Pese a las visitas turísticas, la despoblación preocupa a Antonio. Cuenta que el pueblo se vació cuando sus habitantes bajaron a la costa a trabajar con el bum turístico. «En el casco viven entre 100 y 200 personas. Cada vez menos. Los mayores fallecen, los jóvenes se van». Aún con las dificultades, el amor por Tunte permanece: «El tuntero tiene un sentimiento muy grande por su pueblo».
En estas calles cada piedra guarda una historia. Esto es mucho más que un lugar remoto: es un pueblo que se resiste al olvido, que celebra sus tradiciones y que sigue siendo hogar para quienes saben que la verdadera riqueza está en las historias que pasan de generación en generación.
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