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El último de las Cuevas de Cuba

Juan Suárez Suárez resiste en el poblado troglodita que guarda las mejores vistas del barranco de Los Cernícalos. Es el único habitante que queda de los más de 100 que antaño daban vida a las 40 viviendas de este caserío de piedra. Pero el paraíso tiene un peaje, el acceso. Pide que se lo arreglen

Domingo, 24 de febrero 2019, 12:26

El camino no es llano. No puede serlo en un farallón riscoso como el que separa los barrancos de Los Cernícalos y Cubas, a dos pasos de Los Arenales. Pero Juan lo transita sin miedos, recto como una vela. Tiene 83 años y pisa estas rocas con la agilidad de un crío. Al fin y al cabo, este ha sido su mundo, un poblado de incalculable valor etnográfico del que el destino quiso que Juan Suárez Suárez sea el último habitante. Hoy es el último de Cuevas de Cuba, un caserío de piedra que él mismo recuerda lleno de vida, cuando más de cien personas moraban en sus 40 casas-cueva.

La suya, la de Juan, es la que parece más grande, al menos es la que luce la fachada con más hechura. Pero a uno y otro lado hay otras tantas. Unas son viviendas, y otras alpendres y pajares. Una estrecha senda de piedra, como excavada cual acequia en la toba, las recorre por delante de un extremo a otro. Pero luego hay otras filas de cuevas, por arriba y por abajo. Y se conservan bien. Las hay más cuidadas, otras menos, pero la mayoría están cerradas, o sea, protegidas. «Algunas siguen en uso, los dueños suben los fines de semana», apunta Juan.

Pero de lunes a viernes solo quedan él y sus recuerdos. Es probable que cierre los ojos y huela a pan recién hecho, porque aquí hubo panaderías. Al menos se conserva el horno, que, por cierto, siguen usando. Y también hubo una barbería, y hasta una tienda de aceite y vinagre. Incluso las vacas las cuidaban entre estos riscos. En Cuevas de Cuba nacieron él y sus once hermanos, y de aquí dice que se lo llevan para el cementerio. Pero los años pasan y su salud, pese a las apariencias, y a que no suelta el dichoso cigarrillo, le impide vivir solo y precisa de la compañía de su familia. Se turnan, día y noche, para que nunca esté solo.

El problema es que hace ya muchos años que Cuevas de Cuba regala silencio, vistas, naturaleza y aire puro, pero todo lo demás, desde el pan a las medicinas, hay que ir a buscarlo fuera del paraíso, al final de una sinuosa y muy angosta carretera que le une al trozo de civilización que le queda más cerca, el barrio de Los Arenales, un poco por encima de Lomo Magullo.

Su hermana Reyes es una de las que sube y baja en coche por esa tortura de calzada y solo pide un pequeño arreglo, que al menos le echen una capa de asfalto, o de hormigón. Hay tramos solo aptos para conductores avezados en los que, además, para girar hay que hacer maniobra. Y eso sin contar los riesgos del risco. Que estas laderas están vivas.

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