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Están, pero hay mucha gente que no los ve. La mirada de la costumbre los ha sumido en la indiferencia. Ese suele ser el sino de muchos árboles de ciudad. Un mueble más, vivo, pero al fin y al cabo un mueble.
Cuando no, caen víctimas de la incomprensión humana o de la voracidad exterminadora de las concesionarias de parques. Pero lo que la ciudadanía no suele saber es que estos hitos verdes a menudo cuentan historias. No solo son reservorios de paisaje, sino también de memoria, de memoria colectiva, casi siempre identitaria.
Turcón lo sabe, pero ha querido compartir ese conocimiento con la sociedad de Telde, de ahí que haya iniciado un interesante programa de rutas guiadas por el arbolado de Telde, por el que sobrevive y por el que pereció.
La primera de las caminatas se circunscribió al casco de la ciudad, a los barrios de Los Llanos, San Juan y San Francisco. A lo largo de cuatro kilómetros, y guiados por Gilberto Martel, del colectivo, los asistentes descubrieron el Telde que cuentan sus árboles.
Les acompañaron Eduardo Franquiz, experto en la palmera canaria y su conservación, Miguel Pérez, trabajador del sector de parques especializado en arbolado urbano y el historiador José Ángel Rodríguez Fleitas. Este periódico hace hoy virtualmente el recorrido de la mano de Martel.
La iniciativa abre boca en el parque de Arnao, un legado verde, y muy alterado, de lo que en su día fue parte de la finca homónima. Esa primera parada invita a viajar al pasado, a los años 80, a una época en la que este parque tampoco existía.
De los estertores de lo que debió ser un vergel natural y agrícola quedaban dos árboles singulares y centenarios, los llamados dragos de Arnao. Los dos desaparecieron entre los 80 y los 90, ambos muy afectados por el trazado de la Avenida del Cabildo a su paso por Los Llanos, que partió en dos la extinta vega de Telde.
El más grande y longevo se fue primero, después de no resistir los daños que le produjeron las obras de aquella cicatriz de asfalto en el paisaje. El otro, característicamente inclinado, se vino al suelo en julio de 1994, y fue entre los lamentos inconsolables de los ecologistas, que llevaban tiempo reclamando que se les cuidara.
Durante años agonizó de sed hasta que besó el suelo. Hoy nada lo recuerda, salvo la memoria reivindicativa de Turcón, que también busca con estas rutas sensibilizar a la ciudadanía sobre los árboles urbanos, para que los perciba más como un aliado que como un estorbo.
También ha intensificado sus esfuerzos en esta línea el Ayuntamiento de Telde, empeñado en concienciar a la ciudadanía de que estos referentes verdes como los que tiene Telde constituyen, a juicio del edil de Medio Ambiente Álvaro Monzón, un patrimonio a conservar.
«Los numerosos árboles singulares que tenemos se visibilizan en el catálogo recién aprobado por el pleno municipal», apunta Monzón, para quien «la educación ambiental es clave para mejorar la pervivencia de este gran patrimonio y mejorar la resolución de problemas».
Martel aprovecha ese entorno, el del parque urbano de Arnao, para recordar que los ecologistas propusieron sin éxito que la que fue casona de aquella finca, hoy reconvertida en biblioteca, se erigiera en la Casa Verde de Telde, ubicada actualmente frente a los Siete Puentes.
Además, le permite poner el foco en el perjuicio que crean algunas convenciones importadas en la gestión de los parques en las islas, como, por ejemplo, la plantación de césped, tan de influencia inglesa, una tendencia costosa para el clima de la isla, pues precisa de mucho riego, y también poco favorable para los árboles.
La siguiente estación lleva al aguacatero que está a la entrada del casco por la Avenida del Cabildo, frente al IES José Arencibia Gil y junto a la escultura homenaje a María Auxiliadora. «Es un símbolo en tanto que representante y superviviente de la antigua finca de Arnao».
Y es también un símbolo de la lucha por los árboles, que en aquel año, en 1982, fue protagonizada por los estudiantes y también por Telle, un grupo ecologista recién creado. Lo salvaron de la tala cuando estaba a punto de sucumbir al trazado de la Avenida del Cabildo. Todo lo que estaba a su alrededor acabó cayendo, hasta la histórica Casa de Socorro.
Un poco más al sur, frente al Teatro Municipal Juan Ramón Jiménez, resisten irredentas unas palmeras canarias, de las más altas de Los Llanos, que son además un reflejo vivo del impacto que causan las plagas que hoy acosan a esta especie, pero también, apunta, de algunas prácticas poco recomendables para su salud, como las podas agresivas.
En la misma zona, en una esquina más cerca del propio edificio del teatro, pervive otro baluarte de la resistencia, un drago solitario que ha logrado ramificarse. Una de las claves de su resistencia es que no tiene junto a él ninguna otra especie que perjudique su desarrollo, lo que lo convierte en ejemplo involuntario de cómo se puede favorecer la supervivencia de un árbol.
El recorrido por ese tramo de la calle Poeta Pablo Neruda y por la de El Salvador, con ejemplares de 'Ficus benjamina', de la familia de la higuera, a uno y otro lado, permite hacerse una imagen, explica Martel, de los problemas que se generan cuando en la gestión del paisaje urbano se eligen especies poco adecuadas.
Hacia el interior, en la plaza de doña Rafaela, se conservan varios laureles de Indias, una especie que durante años se impuso en las plazas de los pueblos porque su gran porte procura mucha sombra.
Un poco más arriba el rincón de Sventenius se erige, en opinión de Martel, en ejemplo de cómo no se debe gestionar un espacio urbano, con parterres sin ni sola planta canaria que se antojan casi una ofensa para quien fue el fundador del Jardín Canario. En todo caso, destaca la presencia de unos tuliperos del Gabón, de llamativas flores rojas.
Este paseo arbóreo prosigue por la plaza de San Gregorio y sus laureles de Indias y la rotonda del Roque, que para Martel supone un ejemplo a seguir, un bosque dentro de la ciudad en el que sobresalen varios ejemplares de euphorbia, aunque no son de la especie canaria.
Al final de la calle Roque, hacia San Juan, otro legado de la extinta finca de Arnao, una de sus antiguas portadas, a las que da sombra un singular pino de oro o 'Grevillea robusta', un árbol nativo de las costas del de este de Australia que en este caso no parece llevar bien, como apunta Martel, la excesiva proximidad de un 'Ficus Benjamina'.
La ruta acaba en San Francisco, donde este ecologista propone varias estaciones. Una, en la misma plaza del barrio, aunque sea para destacar lo que ya no está, un drago, el de la Latonería del Diablo, que fue trasladado hasta aquí desde una casa en la calle María Encarnación Navarro y que pereció víctima de la incomprensión de un vecino, que no paró de agredirlo hasta que cayó.
Hacia San Juan, dos hitos más, el esbelto ciprés de Saulo Torón, que el poeta plantó en 1925 en una esquina de la Finca del Convento, y el majestuoso Árbol Bonito de San Francisco, un majestuoso laurel de Indias. Bajando hacia la ermita de San Pedro Mártir destacan las palmeras del Bailadero, y en la distancia, en los jardines de la Casa Condal, la más alta de Telde, de 36 metros.
Finalmente, dos últimas referencias, los naranjeros de la calle Conde de la Vega Grande, en San Juan, un recuerdo de los que originariamente plantó otro poeta, Montiano Placeres, y que fueron arrancados durante la Guerra Civil en desagravio a sus ideales republicanos, y el aguacatero gigante de la Casa Verde, en los Siete Puentes.
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