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Los ingenios de Santo Domingo y Canarias incluidos en la candidatura a Patrimonio Mundial representan las dos etapas primigenias del desarrollo de la producción de azúcar y cultivo de la caña en los territorios insulares de ambos lados del Atlántico, aportando un relato complementario.
La selección de los ingenios canarios se hizo tras una criba de los sitios y vestigios arqueológicos identificados y que aún perviven como expresión de los que estaban operativos en el siglo XVI. Se tuvo en cuenta la existencia de elementos relevantes en cada uno que, en conjunto, permitan ejemplificar los rasgos determinantes de esta actividad manufacturera y sus aspectos diferenciales e innovadores.
En el caso dominicano los seleccionados poseen los atributos físicos necesarios para transmitir la historia de los procesos sociales, económicos, culturales y ambientales que originaron las primeras tipologías de esta industria en América, partiendo de las influencias canarias.
Por eso se incluyen las dos tipologías asociadas con la molienda, el trapiche y el ingenio hidráulico propiamente dicho, así como el proceso evolutivo de otros elementos como el tren de calderas y otras instalaciones, aportando una muestra tipológica e históricamente consistente.
Conocido como ingenio de Lugo, de Palomares o de Antón Cerezo, sus primeros dueños, operó desde antes de 1485 hasta el segundo cuarto del siglo XVII. Su origen está en una data de 90 fanegadas dada en 1486 a Alonso Fernández de Lugo, un capitán de la conquista de Gran Canaria, al mando de la torre de Agaete.
En 1494 lo vende para financiar la conquista de Tenerife al genovés Francisco de Palomares, que pone al frente a su hermano Antón Cerezo, quien lo trasladó de la ribera del mar una ladera. Dado por desaparecido, sus restos aparecen de forma casual en 2005 en unas obras de urbanización.
Hubo varios, pero desde inicios del siglo XVI el único ingenio en Guía, con plantaciones en diversas zonas (Layraga, El Palmital, Ingenio Blanco y el límite con el casco de Guía y Vega de Gáldar), era el de la familia genovesa Riverol, asentada en Génova y Cádiz, administrado por Bautista de Riverol. Sito en la Ladera de Soleto, será el eje aglutinador de toda la producción de la familia y otros agricultores.
Al morir Bautista de Riverol en 1526, el ingenio pasa a una rama de la familia, los Sopranis, que lo mantienen hasta mediados del siglo XVII. En 2016 unas obras de urbanización en el casco lo encuentran.
El ingenio de Jaraquemada, Los Llanos o Los Picachos molió desde fines del siglo XV hasta principios del XVII. De medianas dimensiones, en torno a su ermita, dedicada a San Gregorio y germen de la actual iglesia, vivió la mano de obra (asalariados, jornaleros y esclavos). A mediados del XVI fue adquirido por María Mayor y Juan Jaraquemada y luego fue propiedad de Diego Díaz.
Las excavaciones arqueológicas han documentado, además de los pilares de más de nueve metros de altura del acueducto que llevaba el agua a la rueda del molino, una cantidad significativa de fragmentos de formas azucareras.
Tras incorporarse La Palma a la corona de Castilla, el Adelantado concedió Argual y Tazacorte, en la vertiente oeste, a su sobrino el teniente de gobernador Juan Fernández de Lugo Señorino y otros propietarios. En 1502 había plantado cañaverales y tenía un ingenio hidráulico.
En 1508 vendió el ingenio y resto de instalaciones a Jácome Dinarte, bienes que compró la compañía Welser-Vöhlin por 1.700 ducados más 500 ducados de oro, que vendió a uno de sus socios, Jácome Gronemberg, castellanizado Monteverde, en 1513. Fue su dueño hasta fallecer en 1531.
Hoy desaparecido, perduró hasta el siglo XIX.
Uno de los cuatro bienes de República Dominicana incluidos en la propuesta para Patrimonio Mundial es el de Boca de Nigua. Propiedad del escribano Francisco Tostado, su fundación se remonta al siglo XVI. En su origen fue una instalación hidráulica como acredita la relación de ingenios y trapiches de azúcar hecha por el cronista de Indias Gonzalo Fernández de Oviedo, en 1546, en su obra 'Historia general y natural de las Indias'.
Se remodeló en el siglo XVIII, pasando a ser un trapiche movido por caballos o bueyes y alcanzando sus instalaciones su mayor esplendor. Posee, además, un alto valor histórico y simbólico pues ahí se produjo, en 1796, la segunda revuelta de esclavos en la parte española de la isla de Santo Domingo.
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