Santa Lucía limpia sus aguas sin consumir energía eléctrica
El ITC hace balance 15 años después y prueba que la depuradora ecológica que montó en 2008 es eficaz
Una palmera lustrosa y esbelta luce entre lo que, a simple vista, parecen varias balsas de agua, una de ellas semioculta bajo un tupido y muy verde bosque de aneas. Su estampa es casi una referencia en el espectacular paisaje que regala la cuenca de Tirajana desde el mirador del Ingenio de Santa Lucía. Nadie diría que se trata de una depuradora ecológica, o como dicen los expertos, un sistema de depuración natural.
Entre sus ventajas figura que está permitiendo regar cuatro fincas del entorno con el agua regenerada a la que da lugar; nutre de materia prima, con una planta, la anea (se corta dos veces al año), a un oficio artesanal en extinción, el de la cestería de junco y anea, que perdura con Juan Ramírez, y produce biochar, una especie de carbón vegetal que luego se aplica a la tierra y la ayuda a retener mejor el líquido.
Esta experiencia científica y técnica en las medianías de Santa Lucía de Tirajana, emplazada en el barranco de la Cagarruta, hace balance y prueba, 15 años después, que funciona y que puede ser replicada. Porque está integrada, es natural, no consume ni un kilovatio de energía eléctrica, apenas requiere de mantenimiento y ha tratado con eficacia las aguas negras del casco del pueblo.
«Sus repercusiones en el entorno van bastante más allá de depurar el agua y cumplir con la normativa», defiende Gilberto Martel Rodríguez, ingeniero técnico industrial que trabaja en el Departamento de Agua del Instituto Tecnológico de Canarias, entidad dependiente del Gobierno de Canarias. Eso sí, tarda 4 o 5 días en depurar cuando el sistema convencional, a costa de consumir mucha energía, tarda horas.
Martel acompaña al alcalde de Santa Lucía, Francisco García, en un recorrido por los espacios de esta depuradora artesanal. Pasean entre humedales artificiales, uno de ellos, el más llamativo, con anea y grava, que logran limpiar de forma natural y muy sostenible, sin energía eléctrica, las aguas fecales que generan los caseríos de Santa Lucía casco, El Parralillo, El Valle y Rosiana, en los que residen entre 500 y 600 habitantes, y que llega hasta este sistema por gravedad, porque está a una cota inferior.
Depura mediante tres sistemas: el anaerobio, por medio de una fosa séptica reconvertida en una cámara de sedimentación cerrada; el flujo vertical; y, finalmente, las plantas acuáticas o macrófitas, en este caso, la anea, gracias a los microorganismos asociados a sus raíces, que depuran el agua.
Proyecto Depuranat
La visita tiene su contexto. García, que reside en el casco, ha seguido muy de cerca esta experiencia, que surgió en el marco del proyecto Depuranat (2004-2008), una iniciativa comunitaria cofinanciada en un 85% por el programa Interreg - Espacio Atlántico que, liderada por el ITC, consiguió que un consorcio de entidades de Andalucía, Portugal, Francia y Canarias, trabajasen juntas para intercambiar conocimientos y desarrollar propuestas que sirviesen para tratar las aguas residuales del mundo rural y los espacios naturales.
Entre los proyectos experimentales y demostrativos que se pusieron en marcha figuraron tres tipos de humedales artificiales en Canarias, entre los que estuvo este de Santa Lucía, impulsado de forma conjunta por el ITC, la Mancomunidad del Sureste y el Ayuntamiento.
Técnicos y científicos del ITC, de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y de la mancomunidad publicaron de forma conjunta un artículo en 2022 en la revista International Journal of Environmental Research and Public Health en el que demuestran con datos contrastados y recopilados entre 2014 y 2019 la viabilidad del tratamiento de aguas residuales por humedales artificiales a largo plazo sin consumir energía eléctrica.
«Hemos hecho un seguimiento analítico para demostrar un rendimiento de depuración de más de un 98% para sólidos en suspensión y de más de un 90% para degradación de materia orgánica, y hemos conseguido reciclar los nutrientes de las aguas residuales en la reutilización del riego del olivo», apunta Martel.
Con dos tratamientos
El proyecto iba a empezar poco a poco. Se hizo con capacidad para absorber el agua que produjeran solo 100 habitantes, pero de repente se vieron obligados a asumir todo el caudal. Recuerda el alcalde que a principios de los 90 se hizo una inversión millonaria que implicó construir una fosa de captación y luego una kilométrica tubería que iba a llevar las aguas fecales hasta la costa, hasta donde está la comunidad terapéutica de Sardina. «Nunca llegaron abajo, la conducción se rompía siempre por varias zonas, de ahí que se optara por este sistema», explica Francisco García, cuya inversión, con 85% de fondos europeos, fue de apenas 100.000 euros al precio de hoy.
Un cartel junto a la depuradora detalla cómo funciona. Incluye dos tratamientos, uno primario y otro secundario. Primero el agua llega a una reja de desbaste, un primer filtro para eliminar plásticos, toallitas y otros residuos gruesos que un operario limpia una vez a la semana. Lo retira con un rastrillo, lo pone a secar y se lo lleva a la semana siguiente, ya como residuo urbano.
Luego entra en una cámara de sedimentación cerrada, una antigua fosa séptica, para sedimentar sólidos y digerirlos. «Es un sistema anaerobio, no hay oxígeno», explica Martel. «Le cambiamos las conducciones que tenía para que nos ayudara a retener las grasas, que tienden a flotar». El 40% de los sólidos sedimentables se quedan en este tratamiento primario y se va digiriendo de forma anaerobia a largo plazo. «Produce biogás, pero por ahora no se está aprovechando, es poca cantidad».
Un estropajo de verga absorbe el mal olor
Junto a la fosa séptica hay un tanque Imhoff, con dos zonas diferenciadas, para la sedimentación en la parte superior, y para la digestión de lodos en la inferior. Es aquí donde se puede generar un poco de mal olor, pero los técnicos lo mitigan también de forma artesanal. Al final de una especie de respiradero han dispuesto un estropajo de verga. «Al depurar sin oxígeno se puede producir pequeñas cantidades de ácido sulfhídrico, que es lo que da mal olor. ¿Cómo lo controlamos? Con el estropajo, el sulfhídrico se consume oxidando el metal, es una trampa de olor».
Después pasa por un sifón autocebante que descarga el agua en cuatro o cinco tandas y la conduce hasta los humedales artificiales, dos de flujo vertical, en balsas impermeabilizadas rellenas de grava, y uno último, de flujo horizontal, que es donde está la anea y también hay más grava. Entre las piedras y el sistema radicular de la planta terminan de limpiar el agua, que acaba en una última balsa, de la que parece emerger la palmera. De allí sale para regar el campo.