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Miles de personas asisten a las fiestas de El Charco. Cober

El pueblo toma El Charco

Una multitud se remoja en la pesca de las lisas en La Aldea como excusa de una ceremonia colectiva en la que lo popular es lo prioritario

David Ojeda

La Aldea

Miércoles, 11 de septiembre 2024, 17:04

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Riguroso, puntual, el alcalde abrió fuego y El Charco fue una fiesta. La Aldea fue magia y costumbre. La parranda que durante horas tomó el pueblo mojó sus ropajes en busca de las lisas y de mantener, un 11 de septiembre más, la tradición popular viva.

El Charco no falla y volvió a ser multitudinario. Se cuentan las bajas del día laboral, pero desde todas las esquinas de Gran Canaria acudió gente. Una fiesta de color y esencia. Los bikinis de diseño se perdían entre aquellos que vestían un viejo traje en desuso, una corbata con el nudo flojo, y la cesta para la captura más preciada en las aguas fangosas.

Entre ellos andaba Félix Vega Vega. Con su cesta, una chaqueta varias tallas mayor que su corporalidad, y la emoción de repetir el ritual al que cada mes de septiembre se consagraban sus abuelos desde que en su memoria se hayan recuerdos. Eso es El Charco. Una forma de detener el tiempo en días acelerados, el sonido de guitarras y panderetas en una melodía al unísono en la que no cabe el disenso que caracteriza esta época.

Vega Vega no era una isla pérdida, era una pieza más de un archipiélago. Varias generaciones más joven que él era Jesús, acompañado de la mano por Laura. En la puesta en escena de Jesús se leía el paso del tiempo. Un aro cruzaba el puente de su nariz peros sus ropajes de domingo, también varias tallas más grande de lo adecuado, contaban una historia. Su historia. «Así venían vestidos a la fiestas nuestros abuelos. En realidad no habría que meterse así en El Charco pero este es el traje con el que siempre se tiraba mi tío Pino, que falleció hace unos años. Y desde entonces siempre me lo pongo yo», contaba emocionado.

Una masa intergeneracional celebra en La Aldea el fervor popular, el tenderete más puro, sin rezos a una estatua y homilías. Pueblo y fiesta. La música popular de las islas sonaba desde horas antes en el entorno de El Chozo, donde cervezas y rones desfilaban con el mismo paso con el que las unidades de la Guardia Civil y la Policía Canaria se dirigían al lugar del acontecimiento principal. Con una marcialidad que desentonaba en esa algarabía poblada de banderas tricolores con estrellas verdes.

Así fue como el pequeño Gael García Jiménez marcaba el paso. Llegaba desde Agaete y a la sombra del puente dirigía la fiesta. Camino al Charco todo el mundo se detenía ante su menuda figura y gorro de paja, mientras acompasaba cada golpe de bombo a cualquier arrancadilla popular. Él concitaba la expectación antes de que bajara la banda. Un líder de seis años que desataba el belingo mientras Ulises, su padre, sonreía orgulloso llevando el uniforme oficial de gorro de mimbre y camiseta de mangas recortadas.

Durante todo el día se concentraba en la atmósfera una sensación de alegría que pocas veces se reproduce en otras fiestas a las que les han extirpado el alma y las han convertido en pasarelas televisivas. El Charco es especial porque lo popular es lo prioritario. El bosque de tarajales que bordea la zona se pobló de familias. Las papas arrugadas y los botes de mojo llenaban las mesas; las risas y las guitarras hacían lo propio con el espacio.

Una fiesta con sus propios rituales

Tiene El Charco sus propios rituales. Esa enorme raya blanca que lo rodea para que nadie cruce el umbral hasta que el alcalde dispare, para que todos ellos aguanten firmes y expectantes, como atletas en la final de 100 metros lisos, antes de mudarse su piel en una gigantesca costra de barro.

Y así el pueblo hizo suya la fiesta. La luna abría sus cortinas al sureste en la brújula. La imagen entre los rudos pasajes del norte desnudo convertía la estampa en mitología mientras la ciudadanía se agolpaba al pie de la raya. Un grupo de jóvenes aldeanos aguardaban en el suelo con una bandera amazig desplegada. «Para nosotros esta fiesta es tradición pero también reivindicación. Siempre». Contaban orgullosos.

En la esfera salada la música iba menguando por el ruido sordo de la impaciencia. Por las ganas contenidas de salpicarse entre semejantes. La cálida tarde era atravesada por el sonido de los bucios, siempre evocador y creador de ambientes fascinantes. Otro muestra de esa verdad cultural, de esa identidad que solo puede comprender quien ha crecido en esa orilla del Atlántico.

En la espera también estaba el mar. Siempre presente. Algunos adelantaban el baño y cruzaban las piedras para refrescar el intenso calor que crujía en los momentos previos al desembarco.

Para cuando salió el volador la emoción ya era máxima. El Charco se pobló en segundos, con esa imagen tan característico que se parece a las invasiones de los campos de fútbol en las celebraciones de los ascensos.

Lisas, pocas. Las cestas ascendían y bajaban con furiosa curiosidad pero volvían a la superficie sin recompensa en la mayoría de las ocasiones. Una señora mayor, tan bien vestida de un costumbrismo que merecía un lugar en un museo etnográfico, agarraba varias piezas pero se mostraba escéptica. «Esto son bogas. No he visto ni una lisa este año», señalaba mientras no detenía la vuelta completa que dio en 360 grados a una superficie notablemente embarrada.

Síntoma de estos tiempos, nadie quería salir del barro sin su foto. Los selfis, los posados colectivos y hasta la persecución constante a Jesús de León, el reportero gráfico de este reportaje, se sucedían mientras los grito y las sonrisas contagiaban el ambiente del día grande las fiestas de La Aldea de San Nicolás. Ese pueblo que por un día no ocupa titulares solo por su carretera.

En esta edición, Julen, Aroa y Leyre se alzaron con el premio al mayor número de capturas con cinco piezas, recibiendo el primer premio dotado con 200 euros; Pedro Godoy Llarena logró el premio a la lisa de mayor longitud, con 41 cm, llevándose el segundo premio dotado con 100 euros, y Álvaro Guerra Bratos ganó el premio a la lisa de mayor peso, con 700 gramos, siendo el tercer premio, dotado con 50 euros.

Así El Charco se cubrió de gente. Lo de menos fue lo de pesca, lo importante es que el pueblo se hizo grande.

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