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Natasha Betancor, apoyada en la balaustrada, se asoma junto al cartel que anuncia las fiestas. Cober

Natasha Betancor, una moganera más nacida en Canadá

Fiestas de San Antonio ·

Natural de Vancouver, en Mogán encontró el amor y su lugar en el mundo | El Ayuntamiento la ha propuesto para dar el pregón

Sábado, 24 de mayo 2025

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Mogán se cruzó dos veces con Natasha. En una, en 1969, le regaló a Pepe Betancor, el amor de su vida, su segundo marido. Y en una segunda, en 2005, le dio su lugar en el mundo. Por eso Natasha Betancor León, con la experiencia de sus 86 años, se siente hoy una moganera más, pero nacida en Canadá. «Estoy muy orgullosa de ser canadiense, porque es un país maravilloso, pero este es mi hogar». Esta es su segunda etapa en el pueblo, donde lleva residiendo desde hace 20 años y el Ayuntamiento de Mogán, que sabe que es muy querida, la ha propuesto para pregonar las fiestas patronales de San Antonio.

La pregonera, delante del altar y del patrón, San Antonio. Cober

«Era mi sueño», dice en un español con un marcado e hipnótico acento extranjero. «Nunca se lo había dicho a nadie, pero tenía unas ganas de hacer el pregón...; cuando Tania (en alusión a la concejal de Presidencia) me lo dijo, por poco me salgo de mis zapatos». Lleva 20 años en el casco y ha vivido intensamente las fiestas. No en vano, es una colaboradora activa de la iglesia. Es catequista y prepara a la chiquillería para primeras comuniones y confirmaciones. «Será un gran honor para mí». Lo dará el viernes, 6 de junio, a las 20.30 horas, en el parque Nicolás Quesada.

Dinámica y vitalista, no le tiene miedo a hablar en público, así que tiene claro que, aunque se llevará apuntadas las grandes ideas, su pregón estará dedicado a Mogán y a su gente y lo pronunciará muy al estilo de Natasha, con un punto de improvisación y otro poco de aventura, casi como la propia vida de esta canadiense de corazón moganero y pasado mitad ruso-mitad irlandés.

«En mi familia somos todos un poco chuchos», bromea. Chuchos con historia, porque la familia de su madre, de cierto poder adquisitivo, tuvo que salir huyendo nada menos que de la revolución rusa, donde Natasha perdió a uno de sus tíos. «El hermano mayor de mi madre formaba parte de los guardias que protegían al zar y a la zarina, así que fue fusilado». Sus abuelos y 8 de sus 9 hijos (la madre de Natasha tenía entonces 9 años) acabaron en Manchuria, en China, desde donde Canadá fletó tres barcos llenos y los acogió en Alberta. Allí les ofrecieron terrenos. Más tarde nació Natasha en Vancouver.

Sentada al sol a conciencia, en la coqueta plaza de Sarmiento y Coto, solo se apaga su sonrisa cuando cuenta que ha perdido a dos de sus tres hijos y que Pepe tampoco está ya en este mundo, aquel hombre al que conoció la primera noche que llegó a Mogán, en julio de 1969, y del que no se separó hasta hace 6 años, cuando una muerte rápida e imprevista se lo arrancó justo después de un abrazo y un beso para empezar con buen pie la mañana. «Sonreímos, se fue al baño y se desplomó».

Desde entonces vive sola con Foxy, una perrita que alguien encontró abandonada en el campo de golf de El Salobre, en San Bartolomé de Tirajana, y que Pepe y Natasha acabaron acogiendo en casa. Hoy no solo la acompaña, sino que le ha inspirado una serie de cuentos, ya van seis, 'Las aventuras de Superfoxy'.

Empezó con uno dedicado a Mogán, pero el último ya cruzó el charco y aterrizó en Canadá, con el que Natasha aprovechó para hacer un sentido homenaje a Jefe Leonard George, un hombre indígena canadiense con el que ella y Pepe mantuvieron una gran amistad y a quien le debe el honor de que fuera adoptada por su pueblo, Tsleil-Waututh.

Tres de los libros de su serie de cuentos 'Las aventuras de Superfoxy'. Juan Carlos Alonso

«Inventé a Superfoxy para mostrar a mis estudiantes la importancia de saber otro idioma». No en vano, están editados en español e inglés y magníficamente ilustrados por otro moganero de corazón, pero con raíces belgas, Jean Leclercqz Kelza. En esta serie, Foxy es la perra real, y Superfoxy, el personaje en el que se convierte cuando duerme. Una cabra mágica le regala el don de poder hablar con todas las plantas y animales y comprender su idioma, de tal manera que estos cuentos narran las aventuras de Superfoxy ayudando a otros animales. Ahora prepara una séptima publicación que incluirá 8 cuentos, uno por cada isla.

Natasha habla de sus estudiantes, porque cuando regresó junto a Pepe a disfrutar de la jubilación en Mogán, tras 30 años en Canadá (1975-2005), decidió abrir una academia de inglés, primero en un local, de 2015 a 2020, y después en su propia casa. Ya solo le queda un alumno, porque en la última Navidad, un día que se vio muy enferma de gripe, se dijo que ya estaba bien y dejó las clases. «A los 85 ya es hora».

Ahora dedica el tiempo a disfrutar, aunque sigue dando catequesis y colaborando con la iglesia. Lo hace como voluntaria, pero hubo unos años en Canadá, donde se convirtió al catolicismo en 1986, en los que trabajó en la Oficina de Educación Religiosa del Arzobispado de Vancouver. La fe ha sido importante para ella. La ha ayudado a superar la muerte de Pepe y de sus hijos. En agosto pasado, la de su hija Sonya, la mayor, con 62 años, y mucho antes, la de Andresito, el segundo, a los 26.

Al raso, en la playa, la noche que llegó a la isla, en 1969

Con ellos dos, ambos hijos de su primer matrimonio, apareció en Mogán una tarde de julio de 1969. Bernardo tenía 7 años (luego se cambió de sexo) y Andresito, 4. «Me vine huyendo a España de un matrimonio fracasado». Primero aterrizó en El Perelló, en Valencia, en marzo, y cuatro meses después, en Gran Canaria. «No sabía ni que existía Canarias; me las recomendó una mujer que conocí un día en la playa y que su marido era piloto de Iberia».

Natasha, en la escalinata entre el Ayuntamiento de Mogán y la plaza Sarmiento y Coto Cober

Vino con lo justo, tanto, que llegó un jueves y solo trajo para pagar el taxi desde el puerto (viajó en un ferry) a un banco, pero su marido aún no le había ingresado la manutención y se vio sin blanca. «Pasamos la noche sobre la arena de la playa de Las Canteras; imagínate, una aventura para mis hijos». Al día siguiente, viernes, dejó sus pasaportes a modo de fianza en el consulado británico, y le dieron 50 pesetas por cada uno y día hasta el domingo, lo que le permitió alquilarse un apartamento y comprar pan, plátano y leche. «Con eso vivimos el fin de semana».

Y el lunes, ya con dinero, lo primero que hizo fue alquilar un coche para dar una vuelta a la isla. Pasó por Mogán y allí se quedó. Buscó una casa, logró alquilar una y aquella misma noche se empeñó en querer conocer la playa de Mogán. Le guiaron la hija de la casera y un amigo suyo, Pepe, del que nunca más se separaría y con el que tuvo un tercer hijo, Christian, el único que le queda y que ahora vive en Baja California (México). Cuando era muy niño toda la familia decidió marcharse a Canadá. Buscaban casarse y en España no les dejaban. Ella estaba divorciada. «Salimos el día en que enterraron a Franco, en noviembre de 1975». Luego todo cambió, pero ellos entonces no lo sabían.

Se fueron y estuvieron 30 años en Vancouver. «Pero cuando nos jubilamos, pensamos: ¿qué hacemos aquí con tanto frío si Mogán nos espera?». Primero le mandó a él y le dijo que mirara si quería volver. Y quería. Luego fue ella y lo tuvo claro. «Fue nada más bajé del avión;este aire, el olor a Mogán». Desde entonces aquí sigue. «Esta es mi tierra». Y Mogán ya la siente como una más de sus hijas.

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