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Los rostros del barrio
Pepi González: Por el amor a sus vecinosPepi González se patea Guanarteme desde los tiempos en los que sus calles olían a pescado y sus suelos los cubría el hollín de la central eléctrica. Hoy es una destacada líder vecinal, pulso social que heredó de su tía, la inolvidable Mara González, y con sus muletas y su renqueante rodilla es capaz de llegar más lejos que nadie por defender las necesidades de sus vecinos.
Espera sentada en un banco de la plaza del Pilar –hoy en día, como lamenta, tan solo la cubierta de un aparcamiento–. Allí, sin un gramo de sombra, precisa el detalle antes de darle hilo a la cometa: «Yo no nací aquí. Lo hice en Cambalud de Firgas. Y a los nueve años fue cuando vine a vivir al barrio», explica para ser precisa y no usurpar identidades.
Pero sería imposible desligar a Pepi González del desarrollo de esas calles. De tantas luchas desde que el colectivo vecinal La Barriada inició su actividad en 1987 al grito, junto a su compañera de luchas Mari, de «plaza sí, velatorio no», como respuesta a un proyecto que el gobierno municipal de aquel entonces intentó colar sin previo aviso en ese Guanarteme de ayer del que tan poco queda hoy.
González creció en la calle Habana, en el Guanarteme alto, bajo La Minilla. Donde luego se instalaron las cooperativas de taxistas y más tarde las grandes constructoras. Un reducto de casas terreras a los pies del barranco. «Ha cambiado todo tanto. En aquel tiempo lo que había al lado de nuestras casas eran chabolas y con los niños de allí jugábamos mucho», rememora con el mismo tono entrañable con el que su memoria compartimenta sus vivencias en los cines Doramas o Guanarteme.
Así fue creciendo Pepi. Siempre heredando los vestidos que Mara González, entonces una joven voz de la radio isleña, iba dejando atrás. Siempre acompañándola a todo mientras estudiaba en las Salesianas. Su auténtica escuela de vida. «Allí fui muy feliz. Lo aprendí todo e incluso, con 12 o 13 años, iba con las monjas a dar la catequesis a los niños que vivían en las chabolas que ahora están donde el monumento al Atlante», refiere.
Entre el colegio y la barriada alta transcurría a su vida hasta que todo se quebró cuando ella solo tenía 18 años. Su padre, con 42, falleció en un accidente de moto. Junto a su madre, modista, tiró de la familia que se completaba con sus tres hermanos. Empezó a trabajar en los desparecidos almacenes de Galerías Preciados. Allí le atravesó otro momento trágico en 1979, cuando el fallecimiento de once trabajadores de la factoría de Ojeda en El Rincón en un accidente laboral muy cruel. Aquello no solo le interpelaba como vecina de Guanarteme, la desgracia acarició a dos compañeras de trabajo que perdieron a sus maridos en aquel trágico suceso.
Un detalle muestra lo que significa su barrio para Pepi González. Hace 46 años, cuando se casó, cambio la zona alta por la baja y se mudó a una casa en la zona del colegio Fernando Guanarteme. Posteriormente, tras el nacimiento de su hija se mudó a la Feria, donde vivió su «destierro solo un año» porque «mi Guanarteme no hay quien me lo quite».
En su regreso al barrio nunca dudó en tomar un papel activo en su vida. Estuvo entre las madres que pelearon por la construcción del instituto. Tanto luchó que luego vivió con orgullo que su hijo fuera parte de la primera promoción de alumnos. E incluso durante seis años tuvo la concesión de la cafetería del centro, lo que le convierte en un personaje más popular de lo que siempre ha sido en el barrio.
La Pepi González de hoy es fácil de reconocer en el laberinto de calles sobreurbanizadas en el que se ha convertido el barrio. Es fácil porque está en todo. No siguió los pasos de Mara en la radio pero, como ella, es una comunicadora vocacional. Siempre se le ve en el escenario de las fiestas del Pilar con el micrófono en mano y ordenando el paisaje.
También se le ve a pie en cualquier reivindicación. No se ha escondido en las movilizaciones de Guanarteme se mueve, donde se grita con rabia contra la gentrificación que está estrangulado aquel barrio que en el pasado era desechado por las mayorías por su peso industrial.
La vida de Pepi, como todas, ha dado muchas vueltas. De la asociación vecinal salió en alguna etapa desde que cerró su primer periodo en 1992. Hasta que regresó definitivamente en 2006, fecha desde la que sigue peleando en las calles. «Nunca llueve a gusto de todos. Puedes estar peleando por una causa que crees que es justa y que a lo mejor no es así para el vecino de al lado. Y eso hace que en algún momento te pase por la cabeza la idea de tirar la toalla, hasta que te das cuenta de que el resto de vecinos no tiene la culpa de que haya otros que estén machacando. Por eso seguimos bregando junto a compañeros como Simón, responsable de la comisión de fiestas», señala.
Nadie espera que claudique. Su contribución a un barrio lleno de nuevos vecinos que desconocen su historia sigue activa. Esta Navidad se encarga de mimar y exhibir el Belén que se encuentra en los bajos de la plaza del Pilar. Escenario de la vida de un barrio que creció con la madurez de Pepi, hoy feliz abuela de cuatro nietos «maravillosos».
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