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Manolo Talavera en el Barrio Marinero de San Cristóbal. Arcadio Suárez
Manolo Talavera: «Viejo, a ti no te tiran ni las olas»

Los rostros del barrio

Manolo Talavera: «Viejo, a ti no te tiran ni las olas»

Este vecino del Barrio Marinero de San Cristóbal inaugura una serie sobre personas anónimas de Las Palmas de Gran Canaria, protagonistas del día a día en una ciudad que les pierde el foco en la vorágine de su rutina

David Ojeda

Las Palmas de Gran Canaria

Sábado, 30 de noviembre 2024, 23:10

Manolo Talavera tiene el andar cansado de un personaje de 'El viejo y el mar'. Es, tal vez, una imagen demasiado tópica para definirle, siendo capturado su retrato sobre una vieja pared de la calle Timonel, en el centro cardinal del Barrio Marinero de San Cristóbal. Ese en el que ha vivido durante siete décadas de vida y que inspira esos poemas que acumula en su casa sobre «tongas de servilletas». «Viejo, a ti no te tiran ni las olas», recita con la voz consumida por el prolongado efecto del aguardiente sobre unas cuerdas vocales tan fatigadas como sus pesados pasos.

Ese viejo al que la fuerza del mar no derriba es el Castillo de San Cristóbal, testigo centenario de la vida de los cachalotes como Manolo Talavera. Personajes anónimos de esa ciudad que se alejó de la orilla rellenando con cemento los húmedos sedimentos de la corriente y quedando expuestos a la voracidad de las crecidas violentas que inundan sus casas y trocean su maltratado paseo.

Talavera se define como poeta. Como uno de los malditos, aquellos sin obra publicada y que al apagar las luces repasa en la intimidad del silencio las vivencias que forjan sus versos, aquellos en los que se lamenta cuando al ver una película de exorcistas cree que tiene también el demonio dentro y que el fuego de su rabia se alimentó desde una botella vacía.

Su característica barba, larga y blanca, contraste poderoso sobre su tez quemada y surcada por el arado de los años, llaman la atención de Arcadio Suárez, periodista gráfico de este periódico, que le sitúa frente al fondo verde y le dice que parece salido de una película. «Yo he salido en algunas», contesta Talavera propiciando estupefacción. «Hice de extra en la de 'Han Solo' –producción de la saga 'Star Wars' cuyo rodaje pasó por Canarias– y en la que grabó en el barrio de San Juan Jennifer López», indica hablando de 'The Mother', la producción que trajo a la artista a la isla y que fue sonada por sus paseos románticos con Ben Aflleck por las calles de Las Palmas de Gran Canaria.

Hace tiempo que Manolo Talavera no pasea por los rodajes. Lo hace ahora, desde la orilla del mar, hacia la tierra interior del Cono Sur. Esa esquina que marca la salida del centro urbano, como si su composición geográfica delatara donde se esconden sus problemas sociales para el común de los gobernantes de la gran capital atlántica.

Las huellas de Talavera marcan la zona cero de la desidia institucional. Esa que obliga a los vecinos a pedir más respeto por parte de la clase política, esa que consideran que juega con sus vidas al no afrontar las medidas necesarias para evitar que, como aconteció en el mes de mayo, el mar rompa sus puertas y arrase con sus pertenencias.

El encuentro con este poeta de sal es casual. El barrio se encuentra tomado por políticos, de esos que no gobiernan y se encuentran en la cómoda situación de prometer un altavoz. Sin más exigencias. Él viene caminando y huye del tumulto. Ahí es donde le encontramos. Quizá ya haya desmontado la ladera en la que trata de endulzar el amargor de una noche casi en vela con «un toque de Marie Brizard. Me lo ponen desde que me ven llegar», explica.

Se refiere al Castillo de San Cristóbal esa pieza del Siglo XVI que responde realmente al nombre de Torre de San Pedro Mártir, con la admiración del que lo ha visto casi todas las mañanas de su vida. «Tan viejo, sin bastón ni corcova», señala antes de repetir aquel final con el que le gusta coronar el verso: «viejo, a ti no te tiran ni las olas».

Ya no pesca, confiesa, como en los tiempos en los que tomaba temprano las líneas de Global que bajaban a Mogán y Arguineguín y allí demostraba su pericia en los lances. Cuando se ocupó profesionalmente se desempeñó como carpintero o fontanero, oficios que aprendió, asegura por ciencia infusa. Como dice que surgen sus poesía: «Por inspiración».

La compañía del rubio

Cuando Manolo va camino del descanso tiene un compañero de sueños. Que se recuesta a sus pies y espera a su vera que el día se encienda. Se trata del Rubio, un gato de melena anaranjada que por los días también recorre las calles del viejo barrio de pescadores en busca del sustento alimenticio, que en muchas jornadas le llega desde la cocina del Punto Marino. Allí nos observa con recelo cuando hablamos con su pareja nocturna, como avisándonos de su presencia protectora en caso de malas intenciones.

Esta compañía es para él como el refugio de una amistad que no necesita palabras, que desprende ternura en el gesto acomodado sobre el dibujo de su cuerpo en el frío de sábanas húmedas por el aire de la marisma a escasos metros de los callaos en los que mueren las olas.

En este tramo de su vida asegura sobrevivir con 500 euros de pensión. Tras media vida compartiendo espacio con su hermano, persona con dependencia de alto grado. Por eso asoma a la calle respirando ese aire salino del Barrio Marinero, aún gratis, mientras recorre el empedrado de sus calles en busca de un lugar donde agarrarse a sus subterfugios.

Deslizando sobre nuevas servilletas de papel esas frases que el monta con arquitectura emocional en lo que define como sus poemas, una forma de hacer memoria que le acompaña y de la que no pretende desprenderse nunca.

Vuelve a mirar a la cámara de Arcadio Suárez, encontrando en ella la atención que echa de menos probablemente en demasiados momentos de la semana. Y repite ese poema que ya nos ha contado varias veces y que alarga en su última sílaba para mantenernos a su lado: «Qué maravilla, como llora y ríe la ola en la orilla. ¿Quién hizo esto, la providencia? Castillo de San Cristóbal, tan viejo sin bastón ni corcova. Viejo, a ti no te tiran ni las olas».

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