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Como si se tratara de una maldición aborigen, la borrasca Garoé se presentó con violencia a las 15.00 horas de este miércoles en el entorno de la Base Naval de Las Palmas de Gran Canaria, justo cuando una decena de personas esperaba para visitar el Juan Sebastián de Elcano, el buque escuela de la Armada que cuenta en su tripulación con la princesa Leonor.
La fuerza de la lluvia sorprendió a los que allí se encontraban apostados con la idea de entrar en esa porción de terreno militar en el corazón de la ciudad, por el que todavía se espera que la Armada pague su factura, y que es fruto de conversaciones sin resolución para que ese espacio sea retornado a la ciudadanía palmense.
Apenas unos minutos después el sol secaba la poderosa sacudida de Garoé pero las colas habían desaparecido. El despliegue policial en la rotonda del Arsenal se hacía notar y a la vista de como quedó el panorama tras la lluvia parecía excesivo para la expectación que en ese momento de la tarde se percibía cerca de la infraestructura militar.
La imagen del cordón de seguridad que delimitaba la entrada de acceso al recinto del ejército se convirtió en un feo ornamento decorativo. Apenas pequeños grupos de personas pasaban desde el paseo marítimo que se prolonga hasta la trasera del parque de Santa Catalina y no todos iban con la intención de cruzar el control del acceso a la Base Naval.
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Esa panorama deslucía un poco la pompa 'marshalliana' con la que se ha abordado el relato de la enésima visita de Elcano a la isla. Por la tarde de este miércoles parecía algo agotada la expectación de los primeros días, cuando sí que se apostaron más curiosos y el despliegue mediático era más numeroso en la zona.
Tras ese primer contingente de visitantes que se apostaba en la entrada de la Base Naval justo cuando Garoé quiso marcar la agenda de la tarde pocas personas más fueron desfilando ante los militares que franqueaban el paso hacia la base.
La visita de la princesa Leonor a bordo de Juan Sebastián de Elcano ha sido tomada como una visita real de primer orden, aunque la intención que se ha trasladado, como sucedió con la de su padre Felipe VI en 1987, es de integrarle como una más dentro del contingente.
Eso casi quedó reforzado con la desaparición del público de la Base Naval a las primeras de cambio, con el primer amague de tormenta que desafió a los curiosos y les hizo resguardarse a cubierto, que no en la cubierta.
El despliegue policial, integrando por miembros de la Policía Nacional, reforzados con algunos agentes de movilidad del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, permanecía alerta pero sin amenazas en el horizonte. La tensión que se percibía en otros momentos de esta parada del barco formativo de los guardiamarinas se desvanecía en una tarde en la que la actividad estaba más presente entre los comercios desplegados por toda la rambla de la vecina Mesa y López.
Un grupo de veteranos del barrio se acomodaban frente a la Base Naval, en la esquina de Tramas donde el viejo Cortefiel. Allí especulaban entre las primeras briznas de sol sobre las medidas de seguridad que se estarían aplicando a los visitantes. «Seguro que al cruzar la puerta los cachean», decía el más parlanchín de todos apenas sin eco en sus palabras. Era tan poco lo que sucedía ante sus ojos que enseguida se aburrieron y buscaron otro lugar con más estímulos para el debate improvisado.
La borrasca Garoé y su intimidante zarpazo del tardío mediodía fueron una amenaza poderosa para los que se querían aproximar a la embarcación en la que oficia la heredera de la corona española. Cuya última tarde en la ciudad no será recordada por las loas y el deseo de sus súbditos de acudir a visitar el barco en el que faena.
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