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Casi ninguno de los requerimientos exigidos por el plan director del paisaje protegido de Pino Santo desde el año 2006 se cumplen en estos momentos en el entorno de las charcas de San Lorenzo. Según este documento, los estanques deberán estar delimitados con «unos bordes festoneados dentro de cada charca, para aumentar la superficie de orilla y crear ambientes más protegidos para la avifauna». Además establece la obligatoriedad de fijar «una lámina de agua en cada charca de unos cincuenta centímetros de profundidad».
El plan de gestión del espacio es claro además con el origen del agua. «Procederá de la tubería que conduce el agua que viene de la planta depuradora de Barranco Seco y que atraviesa el Lomo del Drago», aclaran los redactores.
Esta exigencia no casa con el procedimiento de llenado que se ha seguido en estos años ya que hasta el momento es la propiedad la que utiliza su propia agua para que la última charca no se seque. Las instituciones han apuntado que los dueños de los terrenos tienen la obligación de mantener los humedales pero hasta ahora no ha habido ningún pronunciamiento sobre la exigencia del uso de agua procedente de la depuradora capitalina.
Además, desde 2006 se planteó la necesidad de que las charcas se sometieran a una «pronta recuperación». En catorce años, sin embargo, la degradación del paisaje ha sido la tendencia dominante: en primer lugar, por la reducción de agua que llega a los estanques; y luego por el mal uso que se hace del espacio, con un tránsito habitual de motos y quads por la zona.
El plan director apostaba por adecentar las charcas de San Lorenzo como lugar de interpretación de la naturaleza. Para ello, proponía crear un museo del agua mediante la restauración de canalizaciones y estructuras relacionadas con el agua; la construcción de un centro de interpretación en las charcas y de un mirador en los Altos de San Gregorio; la delimitación del área de los estanques y la colocación de carteles «que indiquen el interés ornitológico y patrimonial de las charcas»; y el establecimiento de una red de senderos que «permita al visitante la observación de las aves y del patrimonio etnográfico».
Desde el punto de vista natural, el Gobierno de Canarias apostaba por la plantación de plantas y árboles, ciñiéndose a un catálogo de quince especies entre la que se encuentran palmeras, acebuches, dragos, tarajales, almácigos, verodes, flamboyanes... Y proponía la introducción de la carpa americana «para devorar las larvas de los mosquitos y así evitar la proliferación de los mismos».
Esta ordenación encaja con la propuesta de parque agroambiental de los vecinos y ecologistas, que hace dos décadas tumbaron la idea de crear un campo de golf.
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