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La lección de civismo de Valsequillo

La lección de civismo de Valsequillo

A pesar del nerviosismo que genera la incertidumbre ante posibles despidos, el comportamiento de los vecinos de este pueblo es un ejemplo de como hay que actuar en la cuarentena. Con las calles desiertas, la vida solo se descubre a través de las ventanas.

Ronald Ramírez Alemán y Valsequillo

Jueves, 1 de enero 1970

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La soledad y la quietud no son extrañas compañeras de viaje si, al subir a Valsequillo desde Telde, eliges evitar el vértigo de las vistas al barranco de San Miguel y tiras por Montaña Las Palmas. Allí, una vez pasas su zona residencial y llegas al centro neurálgico, donde se encuentran la cancha, el colegio y el local social de la asociación de vecinos Hespérides, a no ser que esté en disputa algún partidillo o hayan concluido las clases, el flujo de gente suele ser mínimo. Y por no hablar si, optando por la ruta tradicional, uno se detiene en Tecén. Difícil de dar con alguien fuera de su vehículo.

Es en La Barrera donde se empiezan a notar los efectos de la cuarentena. Con la gente esperando en la calle para entrar en la farmacia uno empieza a sospechar que aquí pasa algo. Y es que la cola no es porque su interior esté atestada de clientes, sino porque es la única manera de cumplir con el protocolo de seguridad para evitar las aglomeraciones. Un poco más arriba un agente de la Policía Local regaña a los del bar que tímidamente mantienen abierta una de sus puertas, y en frente, en la gasolinera, los nervios están a flor de piel. «Parece ser que a partir del lunes comienzan los despidos», comenta con sonrisa triste Delia Ramírez, trabajadora de la estación de Cepsa. Allí el consumo ha caído en picado y los conductores rellenan el depósito con lo mínimo. No hace falta más para tener el coche aparcado.

Continuando con el ascenso, y dejando atrás la urbanización de Los Almendros a la derecha y Luis Verde a la izquierda, se llega al nuevo pueblo fantasma. Es una estampa irrepetible la imagen del casco de Valsequillo desierto. Ya no se huele el aroma del delicioso café del Loher ni el de la Dulcería y Heladería San Miguel. Pero es que antes tampoco se ven mesas ni sillas en la terraza de la Tasquita El Escondite. «No nos vale la pena activar el servicio a domicilio porque no podríamos acogernos a las ayudas. Para cuatro pedidos es mejor cerrar», explica José Carreño, el artífice de un restaurante que se enfrenta ante su mayor reto después de haberse consolidado como uno de los restaurantes de referencia, dentro de la oferta gastronómica de la isla, gracias a sus exquisitos y sorprendentes platos.

Al menos, al municipio no parece haber llegado el alarmismo en el que ha caído casi todo el país. En la farmacia de Alfonso Zafra, donde el suelo está lleno de líneas que delimitan la separación de los clientes, una vecina pudo llevarse un par de guantes. «Se nota menos gente», aclara una de las trabajadoras. Tampoco se ha desatado la locura en el Spar. No hay peleas por el papel higiénico ni se ven colas de carros repletos de comida. Eso sí, Moisés Hernández desvela que los vecinos del pueblo están concienciados y que la mayoría toman las precauciones que las autoridades recomiendan. «La gente se mueve sola y muchos utilizan guantes y mascarillas. Se nota que no salen a pasear ni a dar una vuelta, sino a hacer algo en concreto. Hay mucho respeto por lo que está pasando», resuelve este operario de limpieza.

Dejando atrás las plazas desiertas de Tifariti y San Miguel, y con el estómago protestando por no poder hacerle una visita a Sergio y a Juana en la cafetería El Pilar, la ruta continúa hacia Las Vegas. Allí tampoco hay movimiento, los clientes de los históricos restaurantes El Guajara y La Culata II no pululan por la carretera. Habrá que despedirse por un tiempo de las mejores costillas en un radio de muchos kilómetros del primero, y también del puchero que tal día como hoy sirven los segundos. Un drama para el paladar. Al menos, La Cantina, en el campo de fútbol, continúa con el servicio a domicilio. No son mal consuelo los raviolis de pata asada.

Y así concluye un día de confinamiento en Valsequillo, un pueblo que está demostrando, con su civismo, actitud y responsabilidad, estar a la altura de las circunstancias.

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