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El siniestro Día del Padre de 1937 en el pozo de Tenoya

La noche del 18 al 19 de marzo de 1937 fue larga y cruel en Arucas como ninguna otra en su historia. Para vengar la pérdida de Guadalajara a manos de las tropas republicanas que se gestaba en la península, los falangistas salieron de cacería humana. Visitaron La Goleta, Las Chorreras, La Acequia Alta, Hoya de San Juan... y a punta de pistola sacaron de sus camas a entre 60 y 67 hombres, la mayoría casados y con hijos pequeños, para matarlos.

Domingo, 4 de marzo 2018, 19:30

La noche del 18 al 19 de marzo de 1937 fue larga y cruel en Arucas como ninguna otra en su historia. Para vengar la pérdida de Guadalajara a manos de las tropas republicanas que se gestaba en la península, los falangistas salieron de cacería humana. Visitaron La Goleta, Las Chorreras, La Acequia Alta, Hoya de San Juan... y a punta de pistola sacaron de sus camas a entre 60 y 67 hombres, la mayoría casados y con hijos pequeños, para matarlos.

Dos de esos hombres acaban de ser identificados entre los huesos exhumados del pozo de Tenoya. Eran vecinos de Las Chorreras, uno latonero de 33 años y otro jornalero de 38: José Sosa Déniz y Domingo Gómez Rodríguez, respectivamente. Esto, y la tradición oral, hacen creer que los otros 12 varones cuyos restos estaban a su lado también fueron secuestrados aquella noche.

No obstante, un condenado a acompañarles, salvado en el último momento, cuando ya estaba en la boca de ese agujero de la historia, mantiene que allí hay también republicanos de Gáldar, entre ellos su hermano.

La dictadura y el olvido sepultaron y hasta negaron durante décadas ese asesinato selectivo, pero no pudieron borrarlo. 81 años después, a 36 metros de profundidad, aparecieron más de 500 huesos, todos de varones de 25 a 45 años de edad. A todos les pegaron un tiro, o dos, en la cabeza antes de arrojarlos al pozo, vestidos y con sus objetos personales.

Junto a ellos había balas y proyectiles de los fusiles Mauser que usaban los fascistas, un mechero de una gasolinera de Arucas, una cachimba, céntimos de la República, correas, hebillas, alpargatas y otros objetos comunes de la época.

La montaña de huesos estaba en el fondo del pozo, debajo de metros y metros de barro, piedras y residuos, entre ellos el chasis de un camión y una motocicleta. Llegar hasta ella no ha sido fácil. El pozo se destapó en octubre de 2013 y la excavación ha durado cuatro años, desarrollándose con fondos del Cabildo en cuatro fases a lo largo de dos mandatos.

Las primeras pruebas de ADN de los cuerpos recuperados, desmembrados y de imposible reconstrucción, han arrojado algo de luz en las tinieblas húmedas en las que se han conservado.

El Servicio de Genética Forense de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria intenta ahora devolver su nombre a quienes aún no se ha identificado. Tal vez pueda, tal vez no.

Dos de esos hombres acaban de ser identificados entre los huesos exhumados del pozo de Tenoya. Eran vecinos de Las Chorreras, uno latonero de 33 años y otro jornalero de 38: José Sosa Déniz y Domingo Gómez Rodríguez, respectivamente. Esto, y la tradición oral, hacen creer que los otros 12 varones cuyos restos estaban a su lado también fueron secuestrados aquella noche. No obstante, un condenado a acompañarles, salvado en el último momento, cuando ya estaba en la boca de ese agujero de la historia, mantiene que allí hay también republicanos de Gáldar, entre ellos su hermano.

La dictadura y el olvido sepultaron y hasta negaron durante décadas ese asesinato selectivo, pero no pudieron borrarlo. 81 años después, a 36 metros de profundidad, aparecieron más de 500 huesos, todos de varones de 25 a 45 años de edad. A todos les pegaron un tiro, o dos, en la cabeza antes de arrojarlos al pozo, vestidos y con sus objetos personales.

Junto a ellos había balas y proyectiles de los fusiles Mauser que usaban los fascistas, un mechero de una gasolinera de Arucas, una cachimba, céntimos de la República, correas, hebillas, alpargatas y otros objetos comunes de la época.

La montaña de huesos estaba en el fondo del pozo, debajo de metros y metros de barro, piedras y residuos, entre ellos el chasis de un camión y una motocicleta. Llegar hasta ella no ha sido fácil. El pozo se destapó en octubre de 2013 y la excavación ha durado cuatro años, desarrollándose con fondos del Cabildo en cuatro fases a lo largo de dos mandatos.

Las primeras pruebas de ADN de los cuerpos recuperados, desmembrados y de imposible reconstrucción, han arrojado algo de luz en las tinieblas húmedas en las que se han conservado.

El Servicio de Genética Forense de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria intenta ahora devolver su nombre a quienes aún no se ha identificado. Tal vez pueda, tal vez no.

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