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La pesadilla de Gloria Cabrera, de 52 años, y de Rogelio Guerra, de 49 años, propietarios del Bar de Tomás, en Tocodomán, La Aldea de San Nicolás, Gran Canaria, comenzó por no venderle una caja de tabaco a un vecino. Nunca antes, en 60 años que tiene el bar, han tenido problemas de ningún tipo, del trabajo a la casa y de la casa al trabajo para darle lo mejor a su hijo. Pero el pasado viernes 22 de julio, las vidas de esta familia cambiaron por completo.
Gloria Cabrera, dueña del bar, asegura que desde este día «vamos de médico en médico, estamos con ansiedad, tensión alta y tomando pastillas para poder dormir. Me han robado mi vida». Y todo por las amenazas y el acoso al que se han visto sometidos por parte de un vecino.
«La tiene cogida con nosotros», asegura Gloria al borde del llanto, nada más empezar la conversación. Todo empezó porque el vecino quería tabaco «y no le dimos dinero para que lo comprara, en ese momento algo le hizo clic en su cabeza y empezó a amargarnos la vida sin motivo alguno. El pasado viernes 22 de julio fue el día que explotó todo, pero realmente él empezó a molestarnos el día anterior».
Gloria Cabrera
Propietaria del bar Tomás
La jornada fluía dentro de la normalidad, los clientes comían, mientras Gloria y Rogelio atendían sus peticiones. Pero de pronto Gloria observó cómo este hombre, su vecino, tenía un comportamiento «fuera de sí». «Vi que venía al bar y su mirada no me gustó nada, no te puedo describir cómo me sentí cuando me miraba. Estuvo merodeando por la calle mientras nos insultaba y gritaba a los clientes. Muchos se fueron, así que para evitar males mayores, decidimos cerrar el bar, pensado que igual se cansaba y nos dejaba vivir en paz».
Pero no se cansó, el día siguiente, el viernes 22 de julio, el comportamiento y la actitud de este hombre era peor que la del día anterior. «Creo que si hubiera podido ponerme una mano encima, me hubiera matado», se lamenta Gloria. «Él llegó al bar y empezó a increpar a los clientes, gritándoles e insultándoles, ellos se fueron y nos quedamos Rogelio, el alcalde del pueblo Víctor Hernández, que lo invité ese día al bar, y yo. En todo momento me mantuve yo al frente porque sabía que mi marido tenía las de perder», confiesa la propietaria.
«Desde que abrimos las puertas del bar se dedicó a pasearse por las calles de malas formas, iba a su casa cargando con un sacho y volvía al bar. De buenas a primera, empezó a arrasar con todo: rompió todas las flores y las macetas que tenemos en la terraza, nos tiró un contenedor de basura delante del bar, y mientras seguía insultándonos y amenazando. Trajo de su casa unas botellas de cristal que rompió en una mesa y se quedó con el cuello de la botella en la mano». En ese momento, Gloria asegura que pensó: «Aquí va a morir alguien».
Viendo el comportamiento de agresividad por parte de este vecino, Gloria y su marido se encerraron en el local buscando protección, porque llamaron a la Guardia Civil y le comentaron que tardaban una hora y media en llegar a La Aldea, puesto que en ese momento no había un servicio de guardia en el pueblo y se tenían que desplazar desde otro municipio. Ante esta aclaración, el matrimonio se resguardó como pudo. «Nos metimos dentro del bar y cerramos todo porque sabíamos que venía a por nosotros. A mi marido Rogelio, le dije que se metiera en un cuarto y yo me puse detrás de la barra a dar saltos de la desesperación porque veía cómo él le daba puñetazos al cristal de la puerta y lo atravesaba con su mano».
Gloria recuerda que vio a su marido salir del cuarto y desmayarse. «Rogelio se desplomó, yo me agaché con él y empecé a gritar que llamaran a una ambulancia que a mi marido le había dado algo. Aquí fue cuando empezaron a llegar los vecinos y este hombre se perdió de mi vista».
A Rogelio los sanitarios que llegaron en ambulancia al local le hicieron un masaje cardiaco, le pusieron los pies en alto y le giraron hacia un lado puesto que perdió la consciencia. Su mujer comenta que «cuando mi marido se recuperó del desmayo, se acordó de su hijo y lo primero que dijo fue 'gracias que mi cuerpo se desmayó porque si no yo me desgraciaba la vida por culpa de ese hombre'».
Tras este suceso, los dueños del conocido local han puesto una solicitud de orden de alejamiento y se ven incapaces de volver a abrir al público, por el momento, puesto que el individuo vive a pocos metros de su trabajo y de su casa. «No puedo ir al bar, no puedo ir a mi casa. Mi marido, mi hijo y yo vivimos en otro lugar. Es muy injusto, yo no tengo porqué estar reteniendo a mi hijo, preguntándole a dónde va cada rato porque sé que mi hijo va a por él. Esto es un sinvivir. Mientras tanto, esta persona sigue viviendo en su casa a sus anchas. ¿Por qué? No paro de preguntarme por qué. Eso es lo que nos tiene enfermos a nosotros».
«A mi marido y a mí nos cambió la vida, somos personas alegres, risueñas, solo queremos trabajar y recuperar nuestra vida. No queremos seguir con pastillas para la ansiedad o para dormir y solo tener ganas de llorar de la impotencia. Necesitamos una solución ya», sentencia Gloria.
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