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La Consejería de Medio Ambiente del Cabildo prevé plantar en octubre en la naturaleza los 230 dragos de Gran Canaria (Dracaena tamaranae) que cultiva desde hace un año en el vivero forestal de Tafira, lo que triplicaría la población actual de la especie descubierta en 1998, cifrada en menos de 80 ejemplares silvestres.
Quiere hacerlo, pero de momento no puede porque necesita la autorización previa del Gobierno de Canarias, con el que está negociando la obtención del permiso y la selección de los espacios en los que se haría la repoblación al tratarse de una especie en peligro de extinción y sin plan de recuperación.
Aunque la propuesta parece positiva, un rayo de luz para la supervivencia del drago grancanario, no convence a uno de los codescubridores de la especie, el geógrafo Rafael Almeida (los otros dos son los biólogos Águedo Marrero y Manuel González-Martín), quien facilitó las semillas que crecen en el vivero.
Y no lo hace por dos motivos: porque todos esos draguitos proceden del mismo ejemplar y porque los ejemplares de tan corta edad de esa especie que se plantan en el medio natural no logran sobrevivir.
«Para recuperar especies de flora en peligro de extinción lo ideal es utilizar ejemplares de la mayor procedencia genética posible», expone sobre el primer motivo. Del segundo argumento pone como ejemplo la repoblación hecha hace años en Montaña La Negra, en Vicentillos, que se malogró. «Es mejor que sigan en el vivero hasta los tres o cuatro años de edad porque todavía están muy tiernos», sostiene al respecto.
Las semillas cultivadas en el vivero de Tafira forman parte de las 2.000, aproximadamente, que Almeida recolectó en agosto de 2018 de un ejemplar plantado por un particular cerca de su casa, en El Juncal de Tejeda. Se las entregó íntegramente al Jardín Botánico Viera y Clavijo, que cedió luego un stock de ellas al vivero del Cabildo.
Ese drago padre había florecido en 2016, cuando contaba 20 años de edad. Nació en abril de 1996 y fue en 1997 cuando Almeida se lo regaló al arqueólogo Julio Cuenca, que lo cuida desde entonces. Procede de uno de los dos adultos silvestres del barranco de Arguineguín de los que había recogido semillas en 1994, antes de que la especie fuera descubierta y catalogada.
Una parte de aquellas semillas las plantó por separado, en los años 1995 y 1996, entregando luego algunos ejemplares nacidos de ellas tanto al Jardín Canario como a distintos particulares. Fue así, al verlos crecer, cómo se despertaron las primeras sospechas sobre la verdadera identidad taxonómica de los dragos silvestres del sur de la isla, ya que hasta entonces se creían ejemplares de drago común (Dracaena draco).
Uno de los dos posibles abuelos del drago de Julio Cuenca, el padre de los 230 draguitos del vivero de Tafira, sobrevive en los riscos sobre el canal de Las Niñas, en la localidad de Barranquillo Andrés. Es el espécimen prototipo, el que proporcionó el material que permitió la descripción de la especie.
El otro vivía en un precario equilibrio en el risco de La Gambuesa, en el margen derecho del barranco de Arguineguín, sobre la localidad de Los Peñones, hasta que se desplomó en el año 2003. El tronco estaba muy escorado y acabó cayendo al vacío por su propio peso.
Almeida entregó a Cuenca un hijo de cada uno de esos dos dragos silvestres, ambos identificados. Sin embargo, al plantarlos el arqueólogo olvidó anotar este dato. Además, pasado un tiempo uno de ellos se perdió. Así es imposible saber quién era su progenitor.
Rafael Almeida hace un seguimiento anual de los ejemplares silvestres de Dracaena tamaranae, que cuando se catalogó esta especie se pensaba que eran unos 30. Luego, explorando la mayoría de rincones de la isla en los que podrían existir otros individuos llegó a contar más de 80.
Sin embargo, «la realidad hoy es que llevamos años restando ejemplares en vez de sumando», lamenta este geógrafo, profesor de Secundaria y Máster en Gestión Ambiental que ha contribuido en numerosos estudios de ciencias ambientales y de conservación y cartografiado de la flora canaria. Solo en 2021 habrían fallecido tres ejemplares silvestres, detalla.
«Se han perdido 25 años», dice. Son los transcurridos desde que la especie fue catalogada.
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