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Hoy cuesta ver un periódico en la calle. Y la covid, para colmo, lo ha sacado de las cafeterías. Sobrevive refugiado en pantallas de móvil y pc y con contenidos que pocos, muy pocos, están dispuestos a pagar pese a que los consulten a diario. Pero hubo un tiempo, no hace tanto, en que eran un artículo codiciado, al alcance de los privilegiados que sabían leer y escribir, y una señal de progreso y de vitalidad social. Allí donde se respiraba identidad, fundaban un periódico. Ese ambiente propicio se dio hace muchos años en Carrizal y en El Burrero, donde surgieron las que posiblemente sean las cabeceras decanas de la prensa en el sureste. Los Tiempos, El Playero Poético y El Costero marcaron una época, pero habrían caído en el olvido más absoluto si no llega a ser por la labor divulgadora del que fue uno de sus redactores, Agustín Ramírez Alemán, ya fallecido y que hoy da nombre a la biblioteca de su ansiado pueblo, Carrizal.
Antonia Pérez, vecina de Telde, pero oriunda de este barrio de Ingenio, conserva como una reliquia venerable un ejemplar de aquel curioso libro que Ramírez Alemán publicó en 1981 y que tituló 'Carrizal. Apuntes para la historia'. Su autor dedicó una breve reseña al papel que jugaron los periódicos en este barrio y en el caserío vecino de la playa de El Burrero, y Pérez lo ha querido volver a poner de actualidad para subrayar la pujanza del Carrizal de entonces, un pueblo dinámico y emprendedor que gestaba aventuras culturales y del que ella se siente especialmente orgullosa. Juan, hijo de Agustín, glosó y recuperó aquella inicial efervescencia periodística de la que habló su padre en un texto que llamó 'Cuando Los Alisios se hicieron palabras'. Conserva digitalizados varios de aquellos ejemplares.
Según escribió Ramírez padre, desde los años 20 del siglo XX se editaban en El Burrero periódicos manuscritos o mecanografiados, y entre ellos cita a Los Tiempos, al que considera el decano de la prensa playera; a El Playero Poético, que además estaba escrito en verso y que su autor y director iba leyendo de cueva en cueva o a los grupos que se formaban en la arena, en El Roque o en la cala de San Agustín, justo al lado; o al Informaciones, «que editaba el maestro nacional, natural del Carrizal (Ramírez siempre sacaba pecho de su pueblo), Juan Hernández Melián». Pero hubo más. Nacieron al calor de los veranos en que Ingenio bajaba a El Burrero a coger fresco, por lo que la crónica social, la del barrio, «fue imprescindible», según Ramírez. Con todo, el que creó escuela y que aún hoy da nombre a un rincón en el casco de Carrizal fue El Costero, que se publicó quincenalmente los veranos de 1933 y 1934.
Ramírez lo conoció bien porque formó parte de su equipo redactor. Publicaron 8 o 10 ejemplares de dos números manuscritos, 15 o 20 de otros cuatro mecanografiados, pero después llegaron a un acuerdo con el periódico La Crónica, en la capital, e imprimieron El Costero en sus máquinas. Lo vendían a 0,15 céntimos de peseta. También se lo leían a los vecinos. «Alquilábamos un Morris por 5 pesetas e íbamos a Sardina, Ingenio, Agüimes, Las Puntillas, Gando y Ojos de Garza» a venderlo, narra Ramírez, que compartió este proyecto con Argimira Medina, Sebastián, José Sánchez, Tomás y Miguel González, Pedro Valerón Fonseca, Juan y Heliodoro Valerón Martín, Sebastián Sánchez y Domingo Chil. Al frente, el director, Juan González, y el redactor jefe, Agustín Ramírez Díaz. Tan buena acogida tuvo entre los anunciantes que hubo que racionar los espacios para atender la demanda. Y fue también la voz de un sentimiento de cierto desagravio hacia los que dirigían Ingenio, que era y es otra misión del periódico, fiscalizar al poder y servir de altavoz al pueblo que pide mejoras. Era defensor de Carrizal.
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