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El cultivo de la cochinilla para producir tinte llegó a las islas en el primer cuarto del siglo XIX procedente de México y alcanzó su máximo esplendor entre 1860 y 1870, pero entró en una rápida decadencia pocos años después cuando la industria textil comenzó a utilizar productos alternativos sintéticos, más baratos y con mayor capacidad de satisfacer la demanda. Hoy el tinte que se obtiene de la 'dactylopius coccus', el insecto parásito que conocemos como cochinilla o grana, vive un nuevo auge y es cada vez más demandado en el mercado internacional como producto natural y sostenible de gran calidad, por su amplia gama de matices que va del rojo al púrpura y del gris oscuro al negro.
La evolución histórica de este cultivo y su proceso de producción se muestra en la exposición 'La cochinilla en Gran Canaria' inaugurada este viernes en la Real Fábrica de Tapices de Madrid, que celebra sus 300 años de existencia y es testigo clave como principal destinatario de la cochinilla canaria, que sus maestros usan con esmero tanto para restaurar los tapices históricos que llegan a sus manos como para fabricar alfombras y tapices de nueva creación.
Sobre una alfombra de 90 metros cuadrados de una sola pieza que perteneció a Isabel II y ante un tapiz de Goya, el consejero de Sector Primario y Soberanía Alimentaria del Cabildo de Gran Canaria, Miguel Hidalgo, señaló que la muestra -abierta al público hasta el 15 de octubre- es un homenaje al «papel crucial que en el siglo XIX tuvo la cochinilla en la economía de Canarias y en la supervivencia de su población». Para dar una idea de la importancia que tuvo el sector basta señalar algunas cifras: solo en el año 1876 las islas exportaron 3.000 toneladas de cochinilla, mientras que el mayor productor en la actualidad, Perú, exportó 30 toneladas en 2019. «Trajo un desarrollo económico y un bienestar desconocido hasta entonces, primero con exportaciones a la península y después a Gran Bretaña y Francia», expuso Hidalgo, «pero su declive llegó en el año de 1876, en una época en la que la población canaria, con un 80% de analfabetismo, emigraba al continente americano como mano de obra barata».
El hoy de nuevo valorado tinte se obtiene de la desecación de las hembras adultas de la cochinilla, que al tratarse de un parásito solo puede sobrevivir si tiene un anfitrión, preferiblemente la penca de la tunera o chumbera, como se denomina en Canarias a las especies del género 'Opuntia', proveniente de Centroamérica y de las islas del Caribe e introducida en Canarias en el año 1500 por su valor ornamental. Las primeras tuneras «infectadas» de cochinilla las hizo traer a las islas para su explotación comercial la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife en 1825, y fue entonces cuando las tuneras pasaron de los jardines a los campos de cultivo y el insecto se convirtió en el modo de vida de muchos canarios.
Lorenzo Pérez, fundador y presidente de Acecican, la única organización de productores de cochinilla de Canarias, destacó durante la presentación la importancia que ha tenido la obtención de la Denominación de Origen Protegida (DOP) para el impulso del sector y el crecimiento de la demanda en los países europeos. «Es el único tinte natural del mundo con esta certificación y es un producto singular que en Europa solo se produce en el archipiélago canario», señalo Pérez, para quien la muestra abierta en la Real Fábrica de Tapices es un homenaje «a todos los agricultores de la cochinilla que a lo largo de los años han conformado este legado».
Su cultivo y producción sigue siendo hoy artesanal, manteniendo el proceso tradicional transmitido a lo largo de generaciones. Las pencas de tunera se cubren con tela porosa con cochinilla para que esta parasite, al alimentarse de la savia de la planta el insecto genera una sustancia blanca y a los dos o tres meses, antes de que desove, se recoge de forma manual. Tras un primer cribado se seca sobre tableros entre diez y veinte días, depende de la temperatura ambiente, y cuando ya se obtiene solo la cochinilla seca, sin impurezas, se mete en sacos de fibra natural para que mantengan la adecuada ventilación, en los que se transporta. En los paneles explicativos de la exposición se indica que 700 insectos equivalen a 6 gramos de cochinilla recolectada, que se convierten en 2 gramos de cochinilla seca.
La alcaldesa de Ingenio, Ana Hernández, señaló por su parte que además de ser «un legado de nuestros mayores», el cultivo de la cochinilla contribuye a «conservar el paisaje y la historia» de Gran Canaria con un «profundo sentido de la sostenibilidad» que abre nuevas posibilidades de generar economía, con creciente demanda internacional y cuyo uso se ha ampliado del sector textil a los del mobiliario y la alimentación. El ácido carmínico extraído de la cochinilla se utiliza también para dar color a una gran variedad de productos de la industria cosmética, en la que gana terreno el uso de colorante naturales frente a los sintéticos. Las siglas E120 en el etiquetado acredita el uso de la cochinilla como colorante. «Con esta actividad vemos como un lugar árido y con escasa agua se convierte en una plantación para la producción de un cultivo protegido», indicó la alcaldesa de Ingenio.
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