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Iba en su patinete por una calle de Carrizal, donde vive, paró para que pasara un coche y cuando María ya seguía su camino, ese mismo vehículo aminoró la velocidad y de su interior alguien lanzó una botella de cristal al grito de 'gorda asquerosa', que impactó contra su rostro. Le dieron muy cerca de su ojo derecho y le causaron un fuerte hematoma. Con todo, no fue lo peor. Más dañino que el dolor físico fue el psicológico. Sintió miedo, miedo de verdad. Y se dio cuenta de otra cosa, de algo que, sin embargo, ha normalizado durante años. «Que no encajo en esta sociedad donde se busca la perfección y en la que el ser gorda es un condicionante en lugar de una condición», afirma.
Este incidente tuvo lugar hace casi un mes, el 8 de febrero, sobre la una del mediodía, pero María Martín lo volvió a relatar esta semana ante los integrantes del pleno del Ayuntamiento de Ingenio, en el seno de la soberanía popular de su municipio, para visibilizar la discriminación que personas como ella sufren en silencio desde hace años. «Hemos permitido que todo el que lo desee pueda opinar sobre nuestro cuerpo, excusándose con la hipócrita frase de 'lo digo porque te aprecio, es por tu salud'».
En un discurso leído, con la voz temblorosa, por momentos emocionada, María reconoció la impotencia que sintió aquel día. «Los que me conocen saben que soy muy echada p'alante, pero reconozco que en ese momento me tembló hasta el riñón derecho». Todo fue tan rápido, y tan inesperado, que no pudo pillar a tiempo la matrícula, solo el modelo del coche y el color, un volkswagen polo gris, en el que, además, solo iban dos personas. «No he pasado más miedo en mi vida; como creyente que soy, cerré los ojos y pedí a Dios que no se bajaran y acabaran por darme una paliza».
Su primera reacción fue lanzar un grito de rabia en redes sociales que recibió decenas de comentarios de apoyo y que no tardó en viralizarse. Pero, superado el shock inicial, María Martín entendió que era el momento de aprovechar esa inercia para visibilizar que existe la gordofobia y aceptó el ofrecimiento del Ayuntamiento de denunciar su caso en el mismo pleno municipal.
«La sociedad nos presenta a los gordos como personas enfermas, sedentarias, comiendo las 24 horas del día», se queja. «He sido rechazada en puestos de trabajo porque mi perfil físico no se ajustaba a lo que buscaban». Fue lo que le dijeron, por ejemplo, para justificar su negativa a contratarla en una peluquería. Esa misma discriminación, añade, se amplifica en las redes sociales, donde parece que hay «licencia infinita» para «denigrar y cuestionar a las personas por su físico», indicó en su discurso.
Por eso dijo ante los concejales que quiere alzar la voz y que su mensaje llegue a todos los jóvenes que por su condición física son discriminados y sufren bullying. «Tenemos que combatir la normalización de estos abusos, y solo podemos hacerlo no callando nunca, debemos visibilizar a los acosadores para que sufran la vergüenza y el juicio del mundo». Con todo, y pese a lo negativo de la experiencia, terminó con un mensaje optimista y vitalista. «Hoy les invito a amar sus cuerpos; son el vehículo que tenemos para circular por este camino que es la vida». Dijo que ojalá sea la última en pasar por algo así. «Mientras tanto, seguiré gritando; soy María, hago deporte, llevo una alimentación sana, monto en bicicleta, soy gorda y soy feliz».
Su discurso desembocó en un largo aplauso de la corporación local, que, representada de alguna manera por la edil de Igualdad, Elena Suárez, condenó y rechazó de manera expresa la agresión que sufrió María y «todos los ataques gordófobos que sufren muchas niñas y niños en la sociedad actual». La concejal enmarcó lo sucedido en una «discriminación estructural» que tiene como principales víctimas a las mujeres y a las niñas.
En su intervención, Suárez citó a la escritora estadounidense y representante de la llamada tercera ola del feminismo, Naomi Wolf, que dijo aquello de que «el cuerpo de las mujeres es y ha sido siempre un asunto de debate público». De ahí, dijo la edil, que resulte necesario «generar en las instituciones espacios en los que se deban pronunciar sobre las discriminaciones corporales, por peso y por estética, y considerarlo como un problema social y una fobia que sigue estigmatizando a las mujeres».
Llevó la gordofobia al terreno canario al aportar el dato del Istac que revela que el 49,5% de las mujeres de las islas tienen sobrepeso u obesidad, «lo que las sitúa en el punto de mira de la gordofobia, la discriminación que sufren las personas gordas por el hecho de serlo, basándose en prejuicios sobre sus conductas y hábitos, con severas consecuencias para la autoestima, la salud mental o el acceso al empleo y que lleva en ocasiones a graves casos de violencia o bullying escolar», indicó Elena Suárez.
Y recordó que la otra cara de la discriminación gordofóbica es la «obsesión normativa y la imposición social de la delgadez y de la dieta adelgazante», que, según dijo, afectan sobre todo a las mujeres en el marco dominante del sistema patriarcal. «Son todos esos cánones los que desembocan en la violencia estética, que fue lo que padeció María el 8 de febrero», denunció. Hasta la directora del Instituto Canario de Igualdad, Kika Fumero, se interesó por su caso y contactó con María Martín.
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