Moulay, en su bar en Tarfaya donde luce la bandera canaria. Tras regresar a su lugar de origen, primero montó un negocio de lavado de coches y luego construyó el mismo el restaurante.N.H.
«A veces me arrepiento de haber abierto el camino de las pateras»
Migraciones ·
Moulay es uno de los cinco tripulantes de la segunda patera llegada las costas de Fuerteventura el 6 de febrero de 1995. No fue la primera, que arribó con dos hermanos el 28 de agosto de 1994, pero sí la que más se difundió a través de los canales de televisión que se podían ver en Marruecos. «Sólo era cielo y agua» cuando navegaban sin destino en el Atlántico, hasta que vieron una bandada de gaviotas
Al otro lado del teléfono, el hoy dueño de un restaurante en Tarfaya (Marruecos) deletrea con paciencia su nombre: Moulay Aali el Atmani. Y es que no es un empresario cualquiera que cada día lucha contra la arena del desierto del Sáhara entrando en su local de pescado fresco. Moulay es uno de los cinco ciudadanos que, hace 30 años, subió en un barquito de pesca rumbo a Fuerteventura, convirtiéndose en la segunda de las pateras de la historia de la llamada -mucho después- ruta canaria de la migración.
Las 60 millas marítimas que separan Fuerteventura de Tarfaya se diluyen oyendo a Moulay que pregunta por la gente y los lugares que le acogieron. «¿Conoce a Suso Pérez, el del taller de mecánica de los Llanos Pelados? Allí está la patera nuestra. ¿Y sigue Cosme Matoso con la ganadería en frente del taller, al otro lado de la carretera? ¿Sabe quién es Tito Martínez, del zoológico de La Lajita?».
Moulay relata el viaje como si se hubiera metido ayer dentro del barco. Tenía 21 años aquella noche del 5 de febrero de 1995 y ningún conocimiento de cómo navegar. «Uno sí sabía algo porque era pescador, pero los demás no sabíamos nada del mar en una época en que no había GPS, ni mucho menos la brújula del destino. Nosotros dejamos Tarfaya a la espalda y tiramos para adelante».
Imagen de archivo de una patera arribando a la costa de Fuerteventura.
Javier Melián / Acfi Press
No se olvida de la hora en que se metieron en la segunda patera de la historia de la ruta atlántica de la migración: la una de la madrugada. «Todo era oscuridad por la noche y, cuando amaneció, todo era cielo y agua, sin saber el destino. Nosotros siempre seguíamos sin saber a dónde íbamos. Tampoco podíamos parar porque aquello era altamar».
En medio de tanto cielo y tanta agua, tomaron la decisión de navegar una hora más. «Si veíamos algo, mejor. Pero si no avistábamos nada, parábamos hasta la noche». La suerte les sonrío en forma de gaviotas volando, «que quieren decir que estábamos cerca de tierra».
Esa tierra era Fuerteventura, en concreto la costa del aeropuerto majorero. «Vimos una punta negra en el cielo y hacia allí fuimos, saliendo directamente al aeropuerto, pero tuvimos que girar hacia el sur porque era arriesgado bajarnos por allí». Así arribaron a El Castillo, en el municipio de Antigua, donde la primera persona que vieron y hablaron fue el trabajador de la gasolinera del puerto deportivo al que le pidieron «policía, policía».
Moulay volvió a Tarfaya tras 14 años de emigración en Canarias y Castilla-La Mancha.
N.H.
En el mismo muelle de El Castillo, un hombre mayor estaba pescando y les preguntó de dónde veníamos. «Entonces empezó a preguntarnos si Bartolo estaba vivo, si conocíamos a Ahmed , porque dijo que él era de los últimos españoles que se fue de Tarfaya con la Marcha Verde».
Tras varios días en comisaría -y ahora se oye la risa a través del móvil- salieron directamente al plató de Fuerteventura Televisión y así vio su familia que había arribado bien, terminando de abrir de par en par la puerta de Europa que se inició al emitir su llegada en un telediario. De allí pasaron a un centro de refugiados en Gran Canaria y, cuando por fin salieron, no se lo pensaron «volvimos a Fuerteventura al señor Suso Pérez porque fue el primero que nos dio una habitación para quedarnos en su taller de coches».
Moulay y sus compañeros de travesía empezaron a trabajar en la construcción. De allí a los tomateros y hasta llegó a La Lajita a trabajar en el hoy Oasis Wildlife.
Con el paso del tiempo, dejó Fuerteventura atrás y saltó de nuevo a Gran Canaria y La Palma. Finalmente acabó en Salamanca y Zamora donde le cogió la crisis y de donde, catorce años después de su llegada, decidió volver a Tarfaya en 2009 «porque la tierra siempre llama».
La experiencia de la migración la resume como de lucha y aprendizaje. «El restaurante lo levanté yo mismo y antes monté una empresa de lavado de coches».
De los demás compañeros de patera, relata que uno es pescador en Tarfaya, otro se quedó en Málaga, otro en Bélgica y el último falleció en accidente de tráfico al regresar a su ciudad. Y el barco no está en el taller de coches de Suso Pérez, quién le da recuerdos, hace tiempo que se lo llevaron camino del complejo ambiental de Zurita.
Ahora suena por el móvil la voz más seria cuando reconoce que sí, que «veo la tragedia de los cayucos y los naufragios de niños, mujeres y hombres, y a veces me arrepiento de haber enseñado el camino a otros».
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