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Delia ofrece montañitas y pezuñas con la foto de Antoñito El Dulcero, en blanco y negro, detrás. Javier Melián / acfi Press

El recuerdo está en el sabor de los dulces de Delia

gastronomía ·

En la lista del periódico El País de los mejores roscones de Reyes, aparece el elaborado de forma artesanal por la discípula de Antoñito El Dulcero

Catalina García

Puerto del Rosario

Lunes, 9 de enero 2023

Se llaman submarinos, matrimonios, montañitas, pezuñas, lenguas: son los dulces que Delia León García aprendió de Antoñito Espinosa y que ella llama los Dulces del Recuerdo porque sus clientes le cuentan que es el sabor de las películas del cine Marga, la infancia de juegos en las calles sin asfaltar, el frescor del chapuzón en El Charco y la picazón del traje de estreno para las fiestas del Rosario. Después de 23 años al frente de Dulcería Delia, el periódico El País ha reconocido su roscón artesano de Reyes como de los mejores de toda España.

En el corazón del barrio de El Charco, en Puerto del Rosario, la Dulcería Delia es punto de encuentro de los vecinos y lugar para el recuerdo que traen los sabores. El comercio es parte de la casa familiar de Delia, el mismo donde su madre Manolita García también vendía dulces, aunque la vena repostera se afianzó y definió con Antonio Espinosa (La Oliva, 1908-Puerto del Rosario, 1994), conocido como Antoñito El Dulcero, cuyas creaciones sencillas de azúcar, harina y huevos ella repite desde que hizo un curso con el maestro.

Entre cliente y cliente, vecinos que vienen a darle los buenos días y las necrológicas del fin de semana, Delia desgrana su nacimiento en 1960, en Las Palmas de Gran Canaria. «Nací con mi padre embarcado en el extranjero, que alcanzó a conocerme con seis meses. Cuando mi madre dio a luz, él estaba en Nueva York, trabajando de camarero en los barcos suecos».

A los tres años de Delia, la familia se mudó a Fuerteventura, a un barrio de El Charco formado por apenas unas casas, sin aceras y con las calles de tierra. El padre empezó a trabajar en el cercano cine Marga haciendo de todo: «Echaba las películas, hacía de acomodador, en el intermedio de las películas despachaba en el Rosocan».

La calle Almirante Lallermand, en el Puerto del Rosario de 1971, donde se sitúa la Dulcería Delia. cuaderno de puerto de cabras / Blog de Francisco Cerdeña

La casa familiar, que es ahora la Dulcería Delia, se construyó muy poco a poco, «no como ahora que si no tienes el último tenedor, no te mudas». Y enseña orgullosa las fotos de la vivienda y del barrio de El Charco.

A pesar del antecedente de una madre dulcera, no accedió pronto a los secretos del punto exacto del almíbar o de la masa de los submarinos. La futura pastelera trabajó unos veinte años en el supermercado Mederos, para después acercarse a su profesión de buena mano con los dulces: tres años en la panadería Manolín, que la contrató para que elaborara los submarinos, las lenguas, las montañitas y otras creaciones en azúcar, harina y huevo de Antoñito. «Y fíjate tú que ahora es Manolín quien viene a comer los Antoñitos aquí».

En medio de ambas ocupaciones laborales, Celia había conseguido matricularse en un curso de repostería impartido por el maestro dulcero. «Conseguí la última plaza del curso». De Antoñito atesora numerosos recuerdos y enseña orgullosa la biografía publicada por Jesús Giráldez, que le dedica una página en 'Antoñito, el dulcero anarquista' (2016) a la discípula fiel. «No nos dejaba hacer los dulces, sólo mirar y ya está. Pero en casa los hacía yo y llegaba al siguiente día y le decía, Antoñito, que no me sube el merengue. Y él me contestaba, pues haz esto y lo otro», relata.

Montañitas de merengue y pezuñas. javier melián / acfi press

Cuando terminó el curso, los fines de semana iba a los mercadillos con su puesto de dulces. «Me acuerdo que Antoñito murió en domingo porque me cogió en el mercadillo de Antigua».

La huella de azúcar y harina del dulcero majorero es tal que, aunque Delia intente innovar poniendo a la venta otros productos, «la gente viene a buscar los submarinos, los matrimonios, las lenguas y demás Antoñitos, lo que yo llamo los Dulces del Recuerdo». Son dulces de repostería «pobre, sencilla, porque en la Fuerteventura de Antoñito apenas habían productos y todo lo elaboraba con harina, huevos y azúcar. La crema esta de color naranja, no es de calabaza: la calabaza era para el potaje. No habían almendras, no había chocolate».

Las pezuñas, con la cobertura de color calabaza ideada por Antoñito. javier melián / acfi press

Y son Dulces de Recuerdo porque, como explica la pastelera, casi todos los compradores les cuentan sus vivencias de la época del kiosco de Antoñito. «La familia le daba un duro para ir la cine y dejaba una peseta para comprar un dulce de Antoñito. Otro cliente de fuera de Puerto del Rosario me contó que ce llevaba un par de montañitas, que son estos dulces de merengue de aquí y que no se las comía hasta salir con el coche, para ir comiéndoselas poco a poco». En aquella época, la capital majorera era un «Puerto tranquilo donde podías salir a jugar a la calle y donde las carreteras eran de tierra, íbamos caminando al colegio, que era de niños por un lado y de niñas por otro».

Los roscones de Reyes son un capítulo aparte por trabajosos y por los ingredientes. Delia tiene subir la masa dos veces: «la subo una primera vez, luego formo el roscón y volver a subirla a otra vez».

Roscón de Reyes de Delia. C7

En total, una masa le da para cuatro roscones de Reyes y trabajo para dos horas y media. Por eso, este 5 de enero estuvo todo el día dedicada a los roscones, hasta las tres de la mañana, «y a las 8.00 ya estaba en pie otra vez para despacharlos. Podía haber hecho más, pero no más manos para hacerlos».

La publicidad que le ha dado El País es tal que todavía esta semana le están encargando roscones de Reyes. Entra un cliente y le pregunta si a tiempo de uno y le dice que sí y de qué lo quiere: «Pues mejor, mitad de nata, mitad de Antoñito».

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