Entre 10 y 13 pesetas por curtir una piel de cabra: Mesque, la última tenería de Canarias
Patrimonio industrial y etnográfico ·
Antonio Cabrera Robayna describe en su libro el edificio y el proceso de encurtir pieles hasta mediados del siglo XX. El autor se basó en fuentes orales y documentales, entre ellas el llamado Archivo Trujillo donado por la familia al Ayuntamiento de Pájara con cartas, facturas y otros papeles. La tenería pasó de padre a hijo y funcionó al menos entre 1920 y 1957Asomada al barranco de Tabobeta, en Mesque, en el municipio de Pájara, funcionó entre al menos 1920 y 1957 una tenería, la última de Canarias. En base a fuentes orales y documentales, Antonio Cabrera Robayna recoge en un libro los pormenores de la tarea de encurtir pieles de animales, mayormente cabras, y del edificio de piedra.
El Servicio de Patrimonio Cultural del Cabildo de Fuerteventura y el Ayuntamiento de Pájara firman la edición del libro sobre este patrimonio industrial y etnográfico de la isla que se llama precisamente así: La tenería de Mesque. La última tenería de Canarias. Cabrera Robayna, artesano pedrero y docente de la talla de piedra y técnico superior en Artes Aplicadas de la Escultura, recrea la historia de maceración en noques, cal, agua, mucha agua, cuchillos de curtidor, pisado, zumaque y hasta las facturas y cartas de la familia Trujillo, última responsable de la tenería.
No fue la única tenería -o lugar donde se curten las pieles de animales- del municipio de Pájara, pero sí es la que ha resistido el paso de los años gracias a la restauración del Ayuntamiento en 2004. No muy lejos, se ubicaban otras en Risco Negro.
De planta rectangular, la tenería de Mesque se divide en dos estancias conectadas por una ventana interior por donde, explica el autor, «según las fuentes orales, se pasarían las pieles de una habitación a otra» para su tratamiento. La primera es la estancia del pelambre, donde existen cuatro tanques o noques, dos de ellos rectangulares donde se pueden ver «unos pequeños huecos para facilitar el apoyo de los pies cuando se trabajaba». Además, Cabrera Robayna destaca que ambos depósitos se adosan a unos de los murosos principales «donde se sitúan dos brocales de pequeño tamaño por donde entraría el agua del pozo para llenarlos en las operaciones de reverdicimiento y encalado».
La otra habitación de la tenería es la del tanque, por el depósito de mayores dimensiones. También cuenta con una plataforma de piedra y un pequeño noque.
Por las fuentes orales, Antonio desvela que se erigió sobre una tenería más antigua y que la propiedad pasó de Felipe Trujillo a su hijo Pedro Trujillo Beltrán. Allí se curtían las pieles «por un precio determinado que rondaba en los últimos años entre las 10 y las 13 pesetas por cuero, dependiendo de acabado final y tipo de piel, pudiendo llegar a 20 pesetas si se trataba de piel de vaca, denominada vaqueta».
En base al llamado Archivo Trujillo, que la familia cedió al Ayuntamiento de Pájara, Cabrera detalla que se llevaban a cabo entre cuatro o cinco procesos de curtido al año, a razón de unas 400 pieles en cada uno. Las pieles eran de propiedad particular enviadas a Mesque desde toda Fuerteventura e incluso a Lanzarote, La Gomera y La Palma.
Las pieles eran de burros, vacas y cabras. José Hernández Sánchez, que trabajó en la tenería, relató al autor y artesano que «yo vi de todo, menos camello».
El proceso de curtido se dividía en dos tratamientos: el proceso de ribera, de preparación de la piel antes de curtir; y la etapa de curtido propiamente dicha, explica el artesano y autor del libro. «Las pieles llegaban saladas a la tenería para garantizar su conservación y (...) debían ser entregadas con las orejas, donde habitualmente se marcaba el ganado para demostrar su titularidad».
Primero, se ponían de remojo las pieles en agua dulce, sumergiéndolas en los noques para eliminar la sal. A continuación, «se volvían a sumergir en los mismos depósitos, esta vez con cal, donde permanecían entre diez y 15 días, lo que favorecía el depilado, removiándose con un palo de madera (...). Porque la cal tumba el pelo», le resumió un informante a Cabrera Robayna.
Luego, según el hijo del propio Pedro Trujillo, último encurtidor, se lavaban las pieles en varias aguas, «pisándolas con los pies». Después, con los cuchillos de curtidor se eliminaban los pelos y la carnaza, «apoyando la piel en una tabla de madera que alcanzaba la altura de la cadera del operario».
Para quitar los restos de cal, se ponían a macerar a continuación en agua y excremento de perro durante un día y medio, ayudándose del pisado. «Las pieles debían lavarse después hasta seis veces y dejarse escurrir para repasar el depilado».
La fase del curtido propiamente se realizaba con el zumaque, una planta que enviaban desde La Palma. «Las pieles cosidas se llenaban de zumaque y se les añadía agua varias veces durante tres o cuatro días, apilándolas en el gran noque y pisándolas».
Finalmente, se scaban los cueros para descoserlos y tenderlos en los muros de piedra que rodeaban a la tenería. «En ocasiones se llevaban a cabo tratamientos mecánicos para conseguir cierta flexibilidad y elasticidad de los cueros secos. Consistían en enrollar las pieles y golpearlas sobre una piedra lisa«.
Esta actividad del patrimonio industrial y etnográfico de Fuerteventura cerró en torno a 1957, año en el que se registra el último envío de pieles desde La Gomera. Las razones del cese hay que buscarlas, entre otras, en las migraciones de las familias en busca de un futuro mejor y la dificultad para conseguir el zumaque. «Una vez, no consiguió zumaque y le vino otra cosa que decía que era buena, lo echó a perder. Le quedaron coloradas y broncas como si no las hubiera encurtido y nadie las quería después recoger«, le contó una fuente oral al autor.