Las lluvias torrenciales arrastraron 20 norias, cinco molinos de Chicago, casas, gavias y numerosas palmeras. El testigo mudo es una piedra arrastrada desde las montañas de Vega de Río Palmas hasta Buen Paso
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La lluvia fue tanta que arrastró y destruyó gavias, molinos de Chicago, palmeras, puentes y casas. Cayó el 27 de enero sobre los municipios de Antigua, Pájara y Betancuria y de forma traicionera, en medio de la noche. Ahora que el majorero empieza a mirar para el cielo en espera de precipitaciones, es bueno recordar que en Fuerteventura, cuando por fin llueve, suele hacerlo en forma de turbón.
El periódico La Gaceta de Tenerife de febrero del 33 describe en dos ediciones «el gran temporal de agua» que asoló a los tres municipios y lo hace en base a dos telegramas que el entonces delegado del Gobierno en Fuerteventura envía solicitando ayuda económica para hacer frente a los destrozos. «Da consternación recorrer las jurisdicciones afectadas por la catástrofe».
El delegado del Gobierno incluso ruega al gobernador civil que interceda por los damnificados del turbón. «No se trata de abultar perjuicios con fines egoístas» sino que los destrozos al paso del agua fueron reales. Las familias «que se han quedado sin albergue son numerosas (..), por lo que solicita que por el Estado se les faciliten medios para reconstruir todas las obras que se han desaparecido en la catástrofe».
No en vano, las lluvias de esa noche del 33 «alcanzaron un nivel insospechado, llevándose las paredes de las tierras de labor, como asimismo gran cantidad de palmeras». El agua también se llevó puentes de caminos, «arrancando el líquido todo lo que encontró a su paso».
Por pueblos, sigue describiendo el delegado del Gobierno, Pájara «sufrió grandes destrozos», en Betancuria la «torrencial lluvia de madrugada llevóse veinte norias y cinco molinos» y, más abajo, en Mal Paso destruyó un almacén de una finca «enterrando un motor bajo los escombros». El delegado comprobó los datos con una comisión de vecinos de Betancuria y Vega de Río Palmas. «Visitamos consternados por la desgracia (...) y conmoviéndome la descripción detallada de la desaparición de sus fincas».
Ante tantas catástrofe y pérdidas, solicita al gobernador civil la visita de unos técnicos «que recorran los lugares siniestrados para que puedan informar respecto de la importancia del desastre» de este turbón del 33. Betancuria, Vega de Río Palmas, Pájara, Mal Paso (hoy Buen Paso) quedaron «en la más completa miseria y sin ayuda económica», se hace eco el periódico La Gaceta de Tenerife.
Por suerte, el turbón se llevó norias, palmeras, casas y molinos, pero no arrastró ninguna vida. «Los que no pudieron abandonar sus casas por las puertas, salieron por agujeros que practicaron en los techos».
Del paso apresurado de aquellas aguas torrenciales, queda hoy un testigo mudo: la piedra de sienita que el barranco arrastró desde la zona de Vega de Río Palmas hasta una gavia de Buen Paso y que algunos mayores recuerdan cómo llegó hasta allí, depositada entre trastones, olivos y palmeras que resistieron el turbón.
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