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Ni banderillas de colores, ni rebotallo de gente, ni ventorrillos, ni olor a carne cochino, ni parrandas en la barra, ni algodón de azúcar para los niños, ni turrones, ni punto de encuentro de los majoreros. Vega de Río Palmas vive en silencio la festividad de la Virgen de la Peña, casi en la intimidad, respetuoso con las normas anticovid-19, con los devotos llegando mayormente en coche, algunos en bici, uno hasta corriendo, unos amigos caminando.
Desde agosto, los fieles llegan en familia, en grupitos de menos de diez personas y sobre todo a cuentagotas. La gente acude más al santuario durante el fin de semana y los días de misa, aunque algunos se quedan fuera de la ermita porque las normas anticontagios establecen 25 personas como máximo de aforo.
Mascarilla obligatoria, lavarse las manos con gel hidroalcohólico, seguir los puntos del suelo, de cuatro en cuatro ante la Virgen y salir por la puerta lateral, repite la vigilante de la ermita con cariño a cada feligrés. Ella, la Peña, tampoco ha bajado del altar a su sitio acostumbrado, ni mucho menos se la permite besar. La imagen alabastrina luce blanca en lo alto, rodeada de anturios.
De Agua de Bueyes llega Mercedes en coche con su marido. El siempre viene caminando por las montañas el viernes de la peregrinación, pero la covid-19 cambió la promesa del hombre, por lo menos este año. «Cambiamos hasta de día por los contagios».
«¿Caminando? Corriendo», aclara Mario Mesa que salió de Corralejo, parando sólo en los Llanos de la Concepción y en Betancuria. Desde hace cinco años, cumple con la Peña igual: corriendo, al principio por deporte y ahora por promesa. Está en ERTE, con lo que cualquier día le venía bien para subir a Vega de Río Palmas. Natural de Las Palmas de Gran Canaria, vive en Fuerteventura desde hace 20 años. Mario se desinfecta las manos y sigue los pasos con distancia dentro de la ermita hasta llegar al altar.
En Gran Tarajal se subió esta mañana temprano a la bicicleta Gonzalo Aguiar. «Elegí venir hoy porque sabía que iba a estar más complicado para juntarnos gente en la Vega y venir a ver a la patrona es visita obligada». No se encontró ni peregrinos a pie, ni ciclistas como él en el camino, «es lo que toca: distancia y poca gente».
Cansados de la caminata que iniciaron a las 6.45 en Pájara con la perrita Asla, cuatro amigos esperan sentados en la plaza. «Nadie, no encontramos a nadie por esas montañas», confirman María, Maikel, Bernabé y Catania. Tras dos horas y cuarto de camino, llegaron tan pronto que la ermita estaba cerrada para poder cumplir con la Virgen.
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