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Maximino Robayna Torres, en su explotación ganadera de Valle Cerezo, en el municipio de Betancuria. JAVIER MELIÁN / ACFI PRESS
La legalización llega a la ganadería de Valle Cerezo

La legalización llega a la ganadería de Valle Cerezo

Entre las primeras seis regularizaciones de granjas de 2022 otorgadas por la Dirección General de Ganadería del Gobierno de Canarias, se encuentra la de Maximino Robayna. Ganadero de cuna, se dedica a la venta de carne en el mercado municipal de Puerto del Rosario

Catalina García

Betancuria

Domingo, 27 de febrero 2022, 07:42

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Desde su explotación ganadera de Valle Cerezo se ve Grano de Oro, en el municipio de Betancuria, «allí me crió mi padre y yo fui avanzando hasta aquí arriba, donde empecé con unas 300 cabras cuando me casé». Sesenta años más tarde, Maximino Robayna Torres está por fin incluido en la legalización de las seis primeras granjas de 2022 por parte de la Dirección General de Ganadería del Gobierno de Canarias. Con 84 años, se sigue levantando a las cuatro de la madrugada para ir a atender a las cabras y ovejas.

El ganadero, que se dedica a la producción cárnica en su puesto del mercado de Puerto del Rosario desde hace unos 50 años, afirma que su ganadería de Valle Cerezo tiene más de cien años: primero, tenía cabras su abuelo Juan Torres y luego pasó a manos de su suegro Isidro Alonso, quien soltaba una treintena de vacas por La Atalaya. «Cuando se echaban, los animales no se veían de tanta hierba que había en esas laderas. Ahora, nada crece», recuerda mirando para el sentido contrario a Grano de Oro.

Maximino es ganadero «desde que era chiquitito, porque antes no había colegio. En realidad, fui poquitas veces a la escuela y lo que sé lo aprendí yo solo a mi manera». Los diez kilómetros que distaban del Grano de Oro al colegio de Betancuria los hacía caminando, «me acuerdo como si fuera hoy, lo que no sé decirle es cuánto tardaba porque en ese tiempo no había relojes».

El ganado estaba siempre presente, hasta a la vuelta del colegio que su padre «me mandaba a los baifos y los corderos». Maximino era el más pequeño de una familia cuyo progenitor era «el ganadero más fuerte de aquí y, cuando se puso viejito, me dio el ganado suyo de unas 400 cabras». Con esos ejemplares, se casó y subió hasta Valle Cerezo para instalarse en su explotación propia.

De 1.500 a 150 cabras

Con el tiempo, aparte de luchar contra los años malos que se encadenaban sin piedad para la tierra, asegura que empezó a intentar legalizar la granja. «¿Tardanza dice? Si le cuento, escribe un libro. Cada año, un ingeniero me pedía una cosa distinta. Claro que es verdad que las normas y Sanidad cambiaban».

La legalización le ha llegado cuando aflojó con el ganado de cabras: de las 1.000-1.500 que tuvo, se quedó en unas 150 porque su mujer enfermó, más unas 200 ovejas. «Siempre me faltaba algo o cambiaba algo». La diferencia la marca con la granja de su hija Margot en los Llanos de Santa Catalina, más cerca de Betancuria, «ella llegó con un plano bien hecho y con los permisos desde que pegó a trabajar y hacer queso».

Maximino tiene 84 años y sigue ocupándose del ganado y de su puesto en el mercado de Puerto del Rosario.
Maximino tiene 84 años y sigue ocupándose del ganado y de su puesto en el mercado de Puerto del Rosario. Javier Melián / acfi Press

De Valle Cerezo no lo mueve ni Margot, «y eso que tengo casa en el pueblo, pero a mí me gusta estar aquí porque el trabajo está aquí. Desde las cuatro de la mañana tengo las luces encendidas: me acostumbre a eso y no hay manera». Y le encanta este trocito del municipio de Betancuria al sol y al viento, «todos esos lomos que ve usted ahí eran chícharos, garbanzos, trigos. Íbamos a la tienda en el pueblo sólo por el azúcar y el aceite».

«Una tonga de años malos»

El ganado no comía ni pienso, ni millo antes. «Claro que los tiempos no ayudan ahora. Hay una tonga de años malos, que no llueve». Lo sabe también: «Hemos mejorado en varios conceptos: antes íbamos en burro y camello, y ahora estorba tanto coche en la carretera y en la casa, que tenemos cuatro o cinco coches por casa, empezando por yo mismo».

Y en el rendimiento ganadero también se ha avanzado puesto que los cien litros de leche sólo se conseguían «con un año bueno de hierbas, ahora se saca con unas pocas cabras. Antes, si el año era malo, les echábamos a los animales tuneras y piteras picadas que se comían de pura hambre».

Maximino llegó a tener un ganado de unas 1.500 cabras. Su mujer enfermó y se redujeron a las actuales 150, más unas 200 ovejas. La suya es una granja de producción de carne que vende en el mercado.

Cuál es la mejor carne para puchero, cuál para tostador y cuál para sopa

En el mercado municipal de Puerto del Rosario, el ganadero vende su carne desde hace unos 50 años. Allí, también tiene sus tiras y aflojas con las normativas relacionadas con la venta al público y conservación.

El ganadero, en el exterior de la granja.
El ganadero, en el exterior de la granja. javier melián / acfi press

«No lo dejo porque tengo clientes muy buenos, de toda la vida», pero los inconvenientes son muchos, empezando por la falta de aparcamiento. «Se lo he dicho a todos los políticos que han pasado por el Ayuntamiento desde que abrió: para que vengan clientes hace falta que puedan dejar el coche sin problemas».

Aunque la pandemia ha traído una disminución de la venta, los clientes siguen demandando carne fresca. Para puchero, les recomienda el macho castrado de costa «y, si hay hierba y está gordo, mejor. Con lo que comen hoy, si está gordo, también sirve». Es una pena, lamenta Maximino Robayna, que el consumidor no se lleve carnero para el puchero, «no lo quieren ahora, pero es lo mejor para la sopa».

El cabrito, eso según el modo de preparación: «hay gustos, si tiene cuatro o cinco kilo, es mejor para freír; si más kilos, para el horno». Para el tostador, lo mismo se le puede echar cabra que macho, «que todavía me piden la carne para prepararlo, pero me da que es gente que ha aprendido por oídas».

De ellos, sus clientes del mercado municipal no se queja, sólo de que la tranquilidad y la confianza de antes en Valle Cerezo y en toda Fuerteventura han saltado por los aires. «Tenía un ramillito de cabras preciosas en la vista aquella de allí y 28 se llevaron de golpe y dejaron los baifos».

Con 84 años, el retiro lo ve lejos. «No me voy a jubilar porque no sé hacer otra cosa. No soy hombre de dominó, ni baraja, ni nada, Yo soy de mi trabajo».

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