Desde niño, se andó cuevas, manantiales, jurados, tajeas y lajas de la zona de las Peñas, hoy Parque Rural de Betancuria. Este hombre es la memoria de este espacio protegido, en la actualidad casi invadido por los turistas en busca del selfie en Las Juradas
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Antonio Hernández Santana, 71 años de los cuales 20 los pasó subiendo y bajando el pico de la Aguililla y el morro de las Peñas, mira para arriba y señala «todos esos riscos los andaba yo con mi hermano Adrián cuando éramos chicos, saltando, corriendo detrás del ganado, jugando entre esas montañas». Su memoria -que está poblada de manantiales, corujas, cuevas y lajas- es la del hoy Parque Rural de Betancuria a la altura de Las Peñas, en la parte baja de la presa de Las Peñitas.
Antonio (Antigua, 1951) es «el segundo de abajo para arriba» de nueve hermanos que se trasladaron a la casa de Las Peñas, en el municipio de Betancuria. «Vivíamos en Betancuria, pero desde que cruzábamos el barranco para ir a la finca a cuidar las vacas y las cabras, ya estábamos en el municipio de Pájara».
En realidad, en la vivienda hecha con la misma piedra de los riscos de su infancia y juventud sólo dormían Adrián, el hermano más pequeño y compañero de andanzas. «Allí, en la segunda puerta, nos acostábamos los dos, el resto del día estábamos por los manantiales de Fénduca, los riscos de las Juradas, la cueva de las Vacas, cogiendo palomas y jugando, les quitábamos los fósforos a mi madre y hacíamos fogaleras».
A los 19 años, siguió la estela de otros majoreros y se fue a El Aaiún, donde estuvo trabajando un año en la Unión Temporal, en la playa, hasta que lo llamaron para el cuartel. A Las Peñas regresó con 22 años para irse de nuevo a su Antigua natal, donde se quedó hasta que se casó con 29 años en Mesque, desde donde se pueden ver los filos de su infancia. La vida llevó a los nueve hermanos Hernández Santana a repartirse en grupos de tres: tres en Mesque, tres en Tenerife y tres en Antigua.
Cae la tarde, un ladrido rebota en el silencio de Las Peñas y regresa de nuevo mientras Antonio recuerda cuando se marchó para El Aaiún. «Lo sentí bastante cuando me fui. Los pasábamos más divertido que todas las cosas. La verdad, fueron los mejores años de mi vida. Hasta corujas vimos más de una vez, esos bichos no ven por el día».
«Allí», y vuelve a señalar, está Cueva Falcón. «El risco del norte aquel es lo que falta a la cueva, siempre oí decir». En otra, que no parece grande, dormían las vacas. La de más allá, la Cueva del Alcalde. «Poquitas veces fui a la escuela, allá en Ternemoy. Ni tampoco pasamos hambre, porque siempre habían sueros y gofio. Mi familia plantaba millo y trigo con el agua de la presa y de un pozo, con lo que siempre había grano para moler».
«Esto está fijo lleno de gente»
Hoy, Las Peñas de la infancia de Antonio amanece con turistas esperando por un selfie en Las Juradas, caminando por la tajea de la presa de Las Peñitas al tanque que los vecinos se encargaban de limpiar para asegurarse el agua a las papas y aparcando en la cerca que antes era tierra de cultivo. «Esto está ahora fijo lleno de gente».
Mientras asegura que le duelen las rodillas a sus 71 años, describe cómo Vicente, Adrián y él bajaban por los riscos apañando las cabras hasta hace unos dos años. «Alguna piedra se cae a veces desde arriba, pero pocas. La última hace un par de años en el charco grande», que es otro de los sitios más visitados y fotografiados del parque rural, aparte de Las Juradas.
Con sus 71 años, aún se mueve ágil entre las lajas, por mucho que él lo niegue. Para el final, deja la sorpresa: «ese es el pie del fraile, esa mancha de allí en el risco».
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