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Almudena Monserrat, con una parra de hoja moral plantada por su abuelo hace 60 años. Javier Melián / Acfi Press

'Aires de Tefía': el vino de la única viticultora majorera

agricultura ·

Almudena Monserrat de León se ocupa ella solita de las parras durante todo el año en la finca de su abuelo, la mayoría variedades antiguas de Fuerteventura. Tiene 250 y quiere llegar al número mágico de 666

Sábado, 21 de enero 2023

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Toca, casi acaricia, las dos parras de la variedad hoja moral que plantó su abuelo Francisco hace unos 60 años en la finca La Vista de Tefía y lo aclara: «a mí lo que me gusta es la viticultura, podar, plantar y recoger la uva, no tanto la enología, aunque también hago vino». A los 45 años, Almudena Monserrat de León, profesora de Educación Infantil y Primaria, decidió retomar la herencia vitivinícola de su abuelo y poner en práctica los apuntes sobre el cultivo de las vides y la elaboración del vino que había recogido durante años mientras estudiaba en la universidad y recorría Canarias con su agrupación folclórica.

Bajo la mirada de la montaña de la Fortaleza se localiza la finca de la Vista de Tefía, en el municipio de Puerto del Rosario, donde su abuelo materno Francisco de León tenía parras en tres gavias y elaboraba su vinito. Cuando se murió, la abuela Ana de la Cruz siguió haciendo lo mismo. «Mi madre me dijo un día que la finca no la quería para nada y entonces me la quedé yo. Al principio pensé que, en estas gavias secas y en este terreno calizo, no iba a sacar nada. Pero luego me decía que a mi abuelo se le daban las parras y que por qué no a mí».

Los tres vinos de Almudena Monserrat, que elabora para autoconsumo.
Los tres vinos de Almudena Monserrat, que elabora para autoconsumo. javier melián / acfi press

Empezó a sacar esquejes de las variedades antiguas que cultivaba su abuelo: listán blanca y hoja moral de Fuerteventura «que da una uva muy apretada, para vino tinto». A esas añadió de las variedades marmajuelo y malvasía volcánica para el vino blanco;y listán prieto para el tinto. «Las elegí porque maduran temprano y, como soy profesora, cuando tengo tiempo para hacer el vino es en julio y agosto».

Cuatro años más tarde, tiene 250 parras en la Vista de Tefía y 350 en Las Parcelas y Las Cañadas. «Y quiero llegar a tener 666 aquí, en Tefía, porque nací a las 6 de la mañana del día 6 del sexto mes del año».

De plantar en las tres gavias, una de las cuales cogió «un plantel de agua, como dicen los majoreros de antes», pasó a hacerlo en májaras (que por supuesto quiere abrir seis), aunque se tropezó con el problema de la piedra caliza del terreno. «El suelo es toda una laja, incluso tenemos un horno de cal. Mi abuelo Francisco hizo las gavias a base de venga a juntar tierra y juntar tierra con los animales. La tierra la sacaba de la avenida, que es la que baja de la montaña de la Fortaleza cuando llueve».

Las parras plantadas en májaras en el terreno más calizo.
Las parras plantadas en májaras en el terreno más calizo. javier melián / acfi press

En estos cuatro años al frente ella sola de la finca, no ha dejado ni uno de hacer vino, aunque insiste que prefiere ocuparse de las parras. Su bodega se llama Tibiabín y su vino Aires de Tefía «porque aquí siempre pega el viento, fue idea de mi hija». El primer año hizo tinto, el segundo blanco, el tercero le salió un rosado y el cuarto un poco de blanco (unos 40 litros), un poco de tinto (60 litros). Todos para autoconsumo, «los hago a mi gusto».

Ese día, cuando se hace el vino, es cuando se reúne la familia: marido, el hijo y la hija, sus padres, los hermanos. «Mi padre viene el resto del año a echarme una mano para cambiar un arado en el tractor o sembrar mientras yo paso el arado».

Para ambas tareas, la viticultura y la enología, Almudena Monserrat (Puerto del Rosario, 1973) recibe el asesoramiento de la Asociación de Viticultores 'Majuelo' de Fuerteventura, de la que también forma parte de su junta directiva, ocupándose de la organización de cursos.

Almudena se confiesa más a gusto con la viticultura que con la enología.
Almudena se confiesa más a gusto con la viticultura que con la enología. javier melián / acfi press

En su cultivo, ha empezado a podar aprovechando el menguante de enero y de febrero. «Me gusta podarlas, picar el terreno, echarle abono ecológico, cal en los troncos para que no suban las hormigas, incluso limpio el tronco un guante de esos de carnicero». Cuando la parra empieza a reventar, «le voy quitando los hijos y hasta los nietos, las levanto para que cojan aire las ramas y haya espacio para que no se pudran los racimos de uvas».

La piedra caliza que tanto aflora por la finca y el escaso riego le dan personalidad a sus caldos. «Si llueve y las parras beben más de una vez, no les echo ningún riego más, por eso me sale un vino fuerte, de secano. No se van a ir sin probar los tres vinitos». Y descorcha tres botellas.

Para el final, con el regusto de los vinos en boca, deja la última anécdota: el tazón del abuelo todavía está en el mismo sitio donde lo dejó, a mitad del trabajo en las gavias que hizo a pulso con la arena de la avenida que baja de la montaña de la Fortaleza.

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