
La fábula de Belén
Fran Luis Brito
Martes, 24 de diciembre 2024, 00:07
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Fran Luis Brito
Martes, 24 de diciembre 2024, 00:07
Los primitivos astrónomos consideraron el cielo desde el punto de vista religioso, ya que para ellos era la morada de los dioses. Lo escrutaban, tomaban ... notas de los movimientos de sus luminarias y estrellas, compilaban candelarios y actuaban como depositarios de las leyendas relacionadas con el cielo.
Sus investigaciones se centraban principalmente en el sol, al que consideraban divino, el astro rey de este mundo, porque nos daba luz, calor y vida. El sol siempre ha ejercido gran influencia sobre la humanidad. Este planeta y todos los seres vivos, existimos gracias al sol.
Como decía en la antigüedad el poeta griego Cleanto, citando un himno a Júpiter: «En Él vivimos, nos movemos y existimos» que recoge el Libro de los Hechos 17:28. Los antiguos veían en el disco solar un símbolo de la grandeza de la divinidad, una encarnación física del poder divino. Para ellos, Dios organizó y conservó el Universo por la luz y el calor.
La Biblia declara abiertamente que Dios es sol, «Porque Tú eres sol y escudo, Yahvéh Elohím» (Salmo 84:12). Los pueblos antiguos observaron que (desde una perspectiva geocéntrica en el hemisferio norte) el sol realiza un descenso anual hacia el sur hasta después de la medianoche del 21 de diciembre, el solsticio de invierno, cuando deja de moverse hacia el sur durante tres días.
Durante este tiempo, los antiguos declaraban que el sol, el hijo de Dios, (así lo llamaban) había 'muerto' durante tres días y que 'nacía de nuevo' o resucitaba al tercer día, (Al tercer día resucitó…) después de la medianoche del 24 de diciembre. De ahí deriva la llamada Misa del gallo que la Iglesia siempre celebraba a las 12 de la noche.
También observaron los antiguos astrónomos que desde la medianoche del solsticio de invierno aparecía por el horizonte oriental del cielo la constelación de Virgo (la virgen) que se elevaba junto con el sol naciente, (el niño), que en ese momento comenzaba a moverse hacia el norte, después de estar tres días parado durante el solsticio.
Como dijo siglos más tarde San Alberto Magno: El signo de la virgen celestial se eleva sobre el horizonte, en el momento en que nos encontramos preparados para el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Muchas culturas antiguas celebraban en esas fechas con gran pompa el cumpleaños del hijo de Dios, el nacimiento del sol, y crearon un ser imaginario, mítico, cuya vida en la Tierra reflejara los movimientos del sol en el cielo durante su recorrido anual, a través de los doce signos del zodiaco.
Ese ser idealizado, tenía que nacer el mismo día que el sol, el 25 de diciembre, tenía que ser crucificado en los equinoccios, cuando el sol cruza el ecuador celestial, formando una cruz con la eclíptica. Por este motivo, la semana santa se celebra siempre durante el equinoccio de primavera. Y ese ser tenía que resucitar de la muerte al tercer día.
A ese ser mítico le dieron culto y atributos solares. El evangelista hace decir a Jesús: Yo soy la luz del mundo. (Juan 8:12.) Los libros sagrados de las antiguas culturas nos hablan de estos seres divinizados muchos siglos antes de la era cristiana. Krishna, el Salvador hindú, nació de la virgen Devaki el 25 de diciembre; Hércules de Grecia nació de la virgen Alcmena el 25 de diciembre; Horus de Egipto nació de la virgen Isis-Meri; Mitra de Persia nació en una cueva el 25 de diciembre. Adonis nació el 25 de diciembre de la virgen Mirra en Belén, cientos de años antes de Cristo, en la misma cueva que luego se dijo que era el lugar donde nació Jesús.
Así lo admite y reconoce el doctor de la iglesia San Jerónimo, que vivió muchos años en Belén, en su carta 58-3, al presbítero Paulino: Belén, que es ahora nuestra, estuvo bajo la sombra de un bosque de Thamuz, es decir, de Adonis, y en la cueva donde antaño dio Cristo niño sus primeros vagidos, se lloraba al querido de Venus. (San Jerónimo).
Todos estos llamados hijos de Dios no fueron personajes reales (no existen registros arqueológicos, documentales o históricos que lo demuestren, ni de Jesús tampoco), sino legendarios, míticos.
Dice Horacio en su Arte Poética que «los mitos han sido compuestos por los sabios para dar fuerza a las leyes y enseñar verdades morales».
La fábula alegórica se convirtió en historia sagrada, y el mito pagano se transmutó en revelación divina. El relato evangélico del nacimiento de Jesús, narrado sólo por Mateo y Lucas, es un mito edificado sobre los mitos de estos diversos hombres divinos y salvadores universales que formaron parte del mundo antiguo durante miles de años, antes de la era cristiana. Éste fue el verdadero sustrato donde echó raíces el cristianismo, mucho antes de convertir a su legendario Jesús, una personificación del sol, en un personaje histórico y judío.
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