A cada lugar, su nombre aborigen
Casi un cuarto de siglo de investigación le ha costado al catedrático de la ULPGC Maximiano Trapero reunir en tres volúmenes los más de 4.000 topónimos indígenas que aún hoy se mantienen en Canarias. Trapero ha recorrido todas las islas, los caminos y aquellos lugares «donde ni camino había» para concluir que hay mucha más toponimia «de la que se puede imaginar».
Rosa Rodríguez y / Santa Cruz de Tenerife
Martes, 24 de abril 2018, 08:41
La toponimia es el conjunto de los nombres propios de un territorio o de un lugar, de cualquiera. En Canarias, esos nombres de lugares o bien fueron puestos por los antiguos pobladores de las islas, o bien por los que las conquistaron y ocuparon a lo largo de los siglos. Es lógico pensar que los conquistadores, evangelizadores y demás nuevos ocupantes impusieron los nombres de su propia lengua a los lugares conquistados, sin embargo, el catedrático de Filología Española de la ULPGC Maximiano Trapero sostiene que «respetaron y asumieron muchos de los anteriores». Por eso, dice, «hay más de 4.000 topónimos que se usan y son repetidos en las islas con referencias geográficas inequívocas».
Son las últimas palabras de una lengua perdida que Trapero, con la colaboración del pedagogo Eladio Santana Martel, ha reunido en tres volúmenes. Dos mil quinientas páginas que resumen la investigación que han llevado a cabo a lo largo de 24 años, «pateando» todos los rincones de Canarias y hablando con la gente, porque todos los nombres de lugares que están recogidos en el Diccionario de toponimia de Canarias: Los guanchismos «se siguen usando», asegura el catedrático que anoche presentó el glosario en La Laguna, el Instituto de Estudios Canarios. Hoy se presenta en la Casa de Colón de la capital grancanaria.
En todas las islas hay topónimos que se conservan desde antes de la conquista. Por número, dice Trapero, la palma se la lleva Tenerife, pero si se proporciona el número de nombres y el territorio es La Gomera la isla donde más guanchismos, como los denomina el catedrático, se conservan, seguida de El Hierro y La Palma. «Históricamente fueron las islas más aisladas y con menor influencia hispanizada», evidencia.
Recoger los topónimos no fue tarea fácil, reconoce Trapero. Tampoco la segunda fase del trabajo, consistente en determinar cuales eran castellanos, portugueses, etcétera, hasta llegar a los guanches, fue sencilla. Una vez certificado que más de 4.500 de esos topónimos eran aborígenes tocó estudiarlos «uno por uno».
En el diccionario, después de cada nombre, sistemáticamente se incorpora la información geográfica, es decir, a que tipo de accidente se refiera (montaña, barranco, roque, etcétera), la isla, el municipio y la descripción física del accidente; luego se incorpora el nombre y una referencia de otros nombres con los que se hubiera registrado -«algunos es la primera vez que se escriben», dice Trapero-; y, por último, se añaden los aspectos filológicos, «para identificar lingüísticamente si está de acuerdo a antecedentes guanches», comparándolos con otras lenguas bereberes del norte de África o con interpretaciones de otros autores.