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Raquel C. Pico
Viernes, 9 de agosto 2024, 06:49
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Es una de esas historias que siempre se ponen de ejemplo. Tras enfrentarse a incendios forestales devastadores, Australia empezó a preguntarse si, en realidad, no deberían estar haciendo lo que sus Pueblos Indígenas llevaban haciendo desde siempre, la quema preventiva de vegetación como método de gestión de la tierra.
Esta es una muestra de cómo se invisibilizan los conocimientos y la relación con sus tierras de los Pueblos Indígenas. Ese es uno de los muchos retos a los que deben enfrentarse en todo el mundo estas comunidades, como se recuerda cada 9 de agosto en el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, una jornada impulsada por Naciones Unidas.
Los Pueblos Indígenas suponen el 6,2% de la población mundial, pero están sobrerrepresentados en las estadísticas de pobreza. Se produce además la paradoja de que son una de las poblaciones más afectadas por el cambio climático al tiempo que son cruciales para enfrentarse a sus efectos y paliarlo. En el 28% del planeta que está en manos de los Pueblos Indígenas está el 11% de todos los bosques.
«Viven en zonas que son muy ricas en recursos naturales y tienen un papel crucial en su conservación», apunta Graciela Martínez, encargada de campañas para personas defensoras de derechos humanos en las Américas de Amnistía Internacional. «Salvaguardan el 80% de la biodiversidad del planeta», suma. «Son guardianes en el terreno de las buenas prácticas y de la biodiversidad», añade Mónica Parrilla, responsable de bosques de Greenpeace España.
Los informes del IPCC ya reconocen la importancia de escuchar a los Pueblos Indígenas, de registrar sus derechos sobre la tierra y de cooperar con ellos a la hora de mantener esos terrenos. A pesar de ello, la realidad está lejos de ser esa. «Muchas veces se les excluye de la toma de decisiones, incluso cuando son decisiones que les afectan», explica Martínez.
Incluso, esa posesión de las tierras en las que viven es una cuestión compleja. «La tenencia de la tierra sigue siendo uno de los asuntos pendientes en el cumplimiento de sus derechos», apunta la experta. «La cantidad que poseen legalmente —los derechos formales de uso y gestión— son muy bajos», indica. Esto crea inseguridad jurídica, los desplaza de la toma de la toma de decisiones o incluso lleva a que sean víctimas de desalojos o procesos judiciales. Martínez lo ejemplifica con la lucha del pueblo Wetʼsuwetʼen, en Canadá, contra el paso de un gaseoducto por sus tierras ancestrales. No solo su voz no es escuchada, sino que además han tenido problemas legales.
En sus análisis, recuerda Parrilla, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha concluido que los Pueblos Indígenas comparten tres grandes riesgos: son pobres, sufren altos índices de migración y dependen de los recursos naturales, unos recursos que el cambio climático amenaza. Las cosas son incluso peores si se aplica un filtro de género.
Si bien el papel que los Pueblos Indígenas pueden tener en la lucha contra el cambio climático es decisivo, ahora mismo son unas de sus víctimas principales. Las zonas en las que viven son «entornos especialmente sensibles al impacto del cambio climático» y los recursos de los que disponen para enfrentarse a sus efectos son muy limitados. Uno de los derechos más amenazados es, recuerdan las expertas, el de la alimentación, especialmente para las mujeres y la infancia.
La deforestación los expulsa de sus territorios y su salida agrava ese proceso. Y ellos están lejos de ser quienes se benefician de esa pérdida de bosques. Parrilla lo ejemplifica con la deforestación conectada a la producción masiva de aceite de palma en Asia. El proceso los expulsa de los lugares en los que siempre han vivido y los empuja a trabajar en situaciones extremas en esos nuevos cultivos. «Se quedan sin su hábitat y con un trabajo cero digno», sintetiza la experta.
«Además, hay una historia de políticas y prácticas discriminatorias que hace que estén desproporcionadamente representados entre las personas que viven en la pobreza», explica Martínez. La experta señala que es también habitual que vivan en las llamadas «zonas de sacrificio», espacios muy contaminados —por las emisiones del Norte global— y le preocupa, suma, que este patrón se repita con los proyectos de energías renovables.
En ese terreno en donde se habla de «colonialismo verde», en el que las decisiones de protección de los ecosistemas se toman desde el Norte global sin tener en cuenta al Sur y a quienes viven en esas zonas. «De esta manera, se refuerza el poder colonial sobre los Pueblos Indígenas», señala Martínez. «En general, a pesar de su papel fundamental en la lucha contra el cambio climático, sus derechos no son respetados», indica. Esto pasa por una mezcla de muchas causas, interconectadas con el «racismo histórico» y la «asimetría histórica».
Aun así, es posible cambiar las cosas. El primer paso es simplemente escuchar, como recomiendan los organismos internacionales, a los Pueblos Indígenas.
En la conferencia inaugural de la Iniciativa de Bosques y Comunidades, en la que participan representantes de diferentes Pueblos Indígenas y que cuenta con el apoyo de la Global Forest Coalition, Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, la Fundación Príncipe Alberto II de Mónaco o la International Ranger Federation, se estableció una hoja de ruta con puntos clave. Lo que piden son metodologías efectivas de conservación de los bosques, una aproximación a la cuestión basada en los derechos de las personas y de género, un impulso del papel de la legislación medioambiental o un cambio en la estrategia de financiación.
«Por favor, no crean que hay solo cinco guardianes de los bosques, gente con plumas en la cabeza en el fin del mundo», alertaba, con todo, en esa conferencia Mundiya Kepango, de Papúa Nueva Guinea. «Cada uno de nosotros tiene responsabilidad», recordaba.
Es también lo que señala Parrilla cuando se le pregunta si desde el Norte global, donde estas cuestiones parecen tan lejanas, afectan igualmente. «Por supuesto», dice. «Los bosques primarios son los regulan el oxígeno, el CO2, el calentamiento, los recursos hídricos… Claro que nos afecta», indica.
Y, suma, los grandes disruptores de la vida de esas personas están llegando a nuestra casa, en forma de chocolate o jabones, entre otras cosas. Exigir transparencia y trazabilidad de esos productos es fundamental para impactar de forma positiva en este tema. Es una cuestión ética y es una, desde un punto de vista más pragmático, de supervivencia climática.
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