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Raquel C. Pico
Domingo, 8 de septiembre 2024, 06:14
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Si se piensa en casos de éxito en igualdad de género, Islandia suele ser uno de los países paradigmáticos. Los datos hacen que, desde fuera, el estado nórdico se vea como un paraíso en términos de igualdad.
Islandia es el país que encabeza la última edición del ranking 'Global Gender Gap Index', que cada año elabora el Foro Económico Mundial analizando la situación en paridad en el mundo. El país está muy por delante de la media global —según los datos del estudio, de media se ha cerrado en el mundo el 68,5% de la brecha de género aunque todavía se tardarán 134 años en alcanzar la plena igualdad— gracias a que ya ha cerrado el 93,5% de la brecha. Finlandia y Noruega, los siguientes clasificados, lo han hecho al 87,5%. Les siguen Nueva Zelanda (83,5%) y Suecia (81,6%) en el top cinco (el top 10 de los mejores lo cierra España, con un 79,7%).
En realidad, la posición de Islandia no es exactamente nueva: en la propia nota de prensa de presentación de datos, el Foro apunta que «se mantiene» como líder en igualdad de género. Islandia desbancó a Noruega como el país más igualitario del mundo en 2009 y se ha mantenido en esa posición desde entonces.
Este liderazgo se ha mantenido porque ha seguido mejorando. De hecho, en 2006, todavía estaba en un ratio de igualdad del 78,1%. Los datos del estudio apuntan que en esta edición presenta una subida de 2,3 puntos porcentuales en igualdad, logrados gracias a un crecimiento en la paridad económica y en la participación de las mujeres en el mercado de trabajo.
87% Brecha
Es el porcentaje al que, tanto Noruega como Islandia, han conseguido cerrar su brecha de género.
A lo largo de los últimos años, también han mejorado la presencia femenina en política: el informe recuerda que 26,6 de los últimos 50 años han tenido a una mujer como jefa de estado y que en 2024 las mujeres eran ya la mitad del gabinete ministerial y el 47,8% del Parlamento. Igualmente, el país muestra datos muy positivos en educación, aunque sigue necesitando mejorar en salud o participación en el mercado laboral.
«Por supuesto que, entre el cielo y el infierno, aquí lo estamos haciendo mejor en la mayoría de lugares», le dice la profesora de Estudios de Género Thorgerdur Jennýjadóttir Einarsdóttir a Egill Bjarnason en 'Cómo Islandia cambió el mundo'. «Pero ser el mejor lugar del mundo en este aspecto esconde muchas variables detrás de cada indicador», puntualiza. El estudio, recuerda Bjarnason en su ensayo, que acaba de publicar Capitán Swing, no mide la violencia de género o el reparto de los cuidados. En Islandia, las cifras de denuncias por violación suponen una de las tasas más altas de Europa, ejemplifica.
Aun así, los datos del informe del Foro Económico Mundial y la propia historia reciente del país hacen que, desde fuera, se quiera saber cuál es el secreto de Islandia; conocer cuál es el secreto que les permite lograr datos tan positivos.
Cuando se habla de la lucha por la igualdad de género, una de las historias que habitualmente se referencian es la huelga general de las mujeres que paralizó Islandia el 24 de octubre de 1975. Aunque como apunta en su libro Bjarnason, es difícil encontrar quién de forma específica tuvo la idea, la huelga está conectada al trabajo que las feministas islandesas estaban desarrollando en esos años. Lo que se pidió fue que las mujeres se tomasen «un día libre» de todas sus ocupaciones.
El paro fue apoyado por el 90% de las mujeres islandesas. Ese día no salieron vuelos desde Reikiavik, por ejemplo. Una antropóloga con la que habló Bjarnason le cuenta que el olor a carne quemada siempre le recordará a esa jornada: era a lo que olían las calles islandesas en un día en el que muchos hombres tuvieron que hacer por primera vez la cena.
La huelga fue potentemente simbólica y tuvo un impacto directo sobre las decisiones políticas: en los años siguientes se aprobó la baja de maternidad y se empezó a trabajar para legalizar el aborto.
En junio de 1980, Vigdís Finnbogadottir se convirtió en la primera presidenta de la historia de Islandia y también, como explica el ensayista, en la primera mujer en el mundo en convertirse en presidenta de un país «mediante voto directo». Hasta 1983, como recuerda Bjarnason, solo 12 mujeres habían logrado entrar en el Parlamento islandés y, cuando intentaban promover iniciativas para lograr la igualdad, se encontraban con rechazo entre sus colegas. «Hubo legisladores que se subieron al estado para afirmar que no había ninguna necesidad de promulgar más leyes por la equidad, ya que el país ya tenía una», escribe Bjarnason.
En 1961, habían aprobado una ley que ilegalizaba pagar menos a las mujeres que a los hombres por desempeñar el mismo trabajo. Sin embargo, como recuerda el ensayista, en los años 70 seguían ganando el 70% del salario que recibían los hombres, tanto que una de las acciones de protesta de las feministas islandesas de esos años fue pagar el 70% de los precios en las tiendas.
Finnbogadottir se convirtió en un elemento inspirador, porque contar con referentes ayuda a ver las cosas de otro modo y a alentar la presencia de mujeres en puestos de poder, pero también un símbolo de un cambio más profundo. Bjarnason señala que, si en los años 90 se había enfriado el trabajo por el cierre de la brecha, la crisis financiera de 2008 —en la que Islandia salió muy mal parada— fue un inesperado revitalizador de la cuestión.
En esos años se teorizaba —con estudios y cifras en la mano— que la debacle no hubiese sido tan abrupta si hubiese más mujeres en puestos de decisión. «La idea caló profundamente en Islandia», explica el escritor. Desde entonces se han ido multiplicando los puestos claves que han ido ocupando mujeres e Islandia ha aprobado leyes que apuntalan la igualdad. Por ejemplo, la fiscalidad ya «se analiza activamente desde una perspectiva feminista» y se hacen «presupuestos de género».
Islandia ha acabado convirtiendo a su trabajo en la reducción de la brecha de género en un símbolo-país, en algo que les permite destacar frente al resto de Europa, pero igualmente en un elemento con un impacto directo en la vida del país. Bjarnason recuerda que Islandia tiene una de las tasas de fecundidad más altas de Europa y su trabajo para eliminar la brecha de género tiene mucho que ver con eso.
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