«Lo comentamos los vecinos», dice María. En su aldea del sur de la provincia de Pontevedra, casi ya en la frontera con Portugal, las hojas anaranjadas que anuncian la llegada del otoño tardan más que antes en llegar. Los vecinos también han detectado que los árboles florecen a veces fuera de tiempo —«pero luego se queda en nada»— y que los comportamientos habituales de las plantas no son los que están viendo.
Sin saberlo, están haciendo ciencia ciudadana y, de paso, han identificado un patrón que se está viendo no solo en esa zona fronteriza. Los colores de la naturaleza se están alterando y es algo que está ocurriendo en todo el mundo. La culpa está en los cambios que ha generado el cambio climático.
El proyecto RitmeNatura, del Centro de Investigación en Ecología y Aplicaciones Forestales (CREAF), sí hace ciencia ciudadana. En él participan escuelas e institutos, aunque no solo. Funciona en Cataluña y cualquier persona puede apuntarse. Lo que hacen estos participantes es recolectar información sobre el comportamiento de las plantas —por ejemplo, se puede 'apadrinar' un árbol e ir enviando información regular sobre su estado— y esa información ayuda a entender qué ocurre con la naturaleza.
A estas alturas, los árboles que observan sus participantes deberían tener ya las hojas amarillentas y estar perdiéndolas. Sin embargo, una rápida observación de un árbol cualquiera de hoja caduca invita a pensar que no está ocurriendo. ¿Están cambiando los colores del otoño? ¿Están llegando más tarde porque los árboles están perdiendo sus hojas de forma más tardía? «Ya hay resultados de RitmeNatura y de otros observatorios de que la caída de las hojas se produce más tarde», señala Gerard Gaya, técnico de comunicación de RitmeNatura.
Un ejemplo es el otoño de 2021: entonces, desde el propio CREAF alertaban en noviembre de ese año de que los colores de la estación se estaban haciendo esperar. La culpa la tenían unas semanas más cálidas de lo normal en septiembre y octubre.
Lo que valía para entender qué pasaba en los bosques catalanes de hace un par de años sirve también para comprender qué está ocurriendo ahora. Si este octubre está siendo sorprendentemente cálido para las personas, también lo es para la naturaleza. Para las plantas es un problema, porque están perdiendo una de sus señales claras. «No saben que estamos en otoño hasta que no llega el frío», explica Naya.
Por eso, no han empezado su proceso de transición otoñal. El calentamiento está modificando las temperaturas y empujando a las estaciones intermedias a posiciones más difusas. Eso es un problema para la naturaleza, que llega tarde al otoño y cada vez antes la primavera. Pero eso también está cambiando sus colores, puesto que están conectados a esos procesos.
En Vermont, por ejemplo, ya preocupa el impacto que tendrá en la paleta otoñal de la región esta situación, puesto que el turismo de ese estado de EEUU está muy conectado al turismo de 'ver' el otoño. Las intensas sequías hacen que los bosques sean más marrones y menos vibrantes en otoño, al tiempo que los exponen a plagas, analiza un estudio de la Universidad de Vermont. Para que las hojas adquieran sus tonos otoñales necesitan noches frías, pero el calentamiento las está haciendo menos habituales.
Una paleta alterada
Además, el problema no está limitado a que los colores de la naturaleza no lleguen cuando deberían, que se retrasen o adelanten (como ocurre en primavera) a nuestras expectativas. Tampoco es una cuestión solo de economía regional turística. Lo que implican estos cambios de colores y sus consecuencias tienen ramificaciones más profundas.
El mejor ejemplo está en lo que ocurre con los océanos. En los últimos 20 años, el 56% de los océanos se ha hecho más verde, como advertía un estudio publicado este verano en la revista 'Nature'. En la presentación de estos datos, la científica investigadora senior del MIT y coautora del estudio, Stephanie Dutkiewicz, indicaba que las simulaciones ya advertían de que los océanos iban a cambiar de color. «Ver que pasa realmente no es sorprendente, pero sí aterrador. Estos cambios son consistentes con cambios inducidos por el hombre en nuestro clima», señalaba. La razón de este cambio de color está en cómo se está alterando ese ecosistema, un cambio que no puede ser explicado solo por las variaciones naturales de los mares. El calentamiento global está modificando su equilibrio.
Esta modificación no es solo problemática por lo que dice sobre los efectos de la actividad humana en el mar, sino también porque los océanos son uno de los grandes pulmones del planeta. Al modificarse la base del ecosistema —el plancton que vive en él— afecta a su vez a la fauna marina pero también a la capacidad de absorber carbono del mar.
Además, un cambio similar se está viendo en las grandes masas de agua dulce. Un análisis ha comparado imágenes satélite de lagos obtenidas entre 2013 y 2020. Sus conclusiones evidencian que los lagos azules —un tercio de todos los globales y los más profundos— están perdiendo su tono azulado.
«El agua más caliente, que produce más floraciones de algas, tenderá a empujar a los lagos hacia colores verdosos», señalaba en la presentación de sus conclusiones la autora del estudio, la ecóloga de la Illinois State University, Catherine O'Reilly. Esto puede hacer que tratar ese agua para el consumo humano sea más caro en el futuro o afectar a la pesca en esas zonas, advierten en el estudio.
Las consecuencias de estos cambios
Al final, los cambios en la paleta de la naturaleza activan efectos en otras muchas áreas. Como alerta Naya, nada en la naturaleza funciona al margen de sus demás elementos. «La conexión entre especies es una cadena», señala. Por eso, cuando se altera una de las piezas, afecta a todas las demás. Es como uno de esos juegos en los que se construyen figuras con piezas de dominó que van cayendo unas tras otras. Se necesita que todas estén alineadas. La alteración de los colores de las flores, por ejemplo, manda mensajes confusos a las especies polinizadoras, que puede que se encuentren con que ya están 'pasadas' cuando llegan hasta ellas.
Incluso, los cambios en temperaturas impactan en la actividad de los árboles. «Estos cambios pueden hacer que haya segundas floraciones», apunta Naya. En el otoño de 2022, por ejemplo, la propia RitmeNatura identificó la floración de frutales o plantas como el tomillo y la retama, que no deberían estar haciéndolo. No es una buena noticia. Como explica Naya, es un gasto de energía para los árboles y esa floración no conduce realmente a nada. Nunca se va a convertir en un fruto, porque cuando llega el tiempo del otoño-invierno real se pudre.
En cierto modo, los colores son una señal de alerta de que algo está pasando. Esas hojas que no se han caído advierten de que las estaciones se están volviendo más difusas de lo que deberían. «No solo ocurre en las plantas, también en los animales migradores», apunta Naya. Sus fechas también se han desorientado.
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