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Francisco Martín: «Cuando supe que había dado positivo, sentí angustia y alivio»

Francisco Martín: «Cuando supe que había dado positivo, sentí angustia y alivio»

Durante doce días, la planta 8 del Hospital Materno Infantil se convirtió en su hogar y su móvil la ventana al mundo. El Covid-19 la arrebató salud, tiempo y confianza, pero Francisco Martín, ya en casa, se niega a ser pesimista: «Cuando esto pase, todo cambiará».

Jueves, 1 de enero 1970

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La noche que lo ingresaron en el Hospital Materno Infantil tuvo una pesadilla terrible. Se levantó desorientado, le faltaba el aire y tenía, por primera vez desde que notó síntomas, un poco de fiebre, y cuando llegó de nuevo a urgencias le confirmaron finalmente sus temores: había dado positivo en Covid-19.

Francisco Martín había regresado el jueves 12 de marzo desde un viaje de dos días en Lisboa con escala en Madrid a la ida, el principal foco de contagios ahora mismo en el país. «Hacía un poco de frío y empecé a tener tos, ningún otro indicativo, pero aún así comienzas a pensar ‘¿tengo el bicho o he pillado el resfriado más inoportuno de mi vida?’», explica al otro lado del teléfono, ya desde casa, donde permanece en estado de hospitalización domiciliaria. «En el trabajo nos preparábamos para una semana muy dura, con el teletrabajo, la planificación de la cuarentena en casa, los ERTE... Vimos venir una ola que, al final, se convirtió en tsunami».

El viernes le invadió la sensación de cansancio, le costó hasta secarse después de la ducha y, de repente, al echarse colonia, no notó el olor. Fue entonces cuando se decidió a llamar a los servicios de emergencias y contarle la situación, y esa tarde una ambulancia vino a por él para hacerle la prueba, que consistió en un análisis de sangre, orina, unas muestras recogidas en la nariz y unas placas pulmonares que, finalmente, revelarían una neumonía. Lo mandaron a casa, «supongo que haciendo la última línea de contención para no colapsar los hospitales», pero empeoró. Acudió al hospital y allí le comunicaron los resultados.

Vídeo.

«Lo que sentí a priori fue angustia, preocupación, miedo, incertidumbre, pero también un poco de alivio al saber lo que tenía y, sobre todo, que me estaban tratando. Si llego a permanecer más tiempo en casa las consecuencias podrían haber sido terribles», indica Martín, rememorando cómo tuvo la precaución de guardar las distancias con su padre, quien está en proceso de recuperación de una enfermedad, antes del diagnóstico.

La planta número 8 se convirtió en su nuevo hogar los siguientes doce días. Tras firmar el consentimiento para probar un tratamiento experimental le trataron con una mezcla de antivirales y antibióticos, que le destrozaron el estómago al principio, unido a la ansiedad que le provocaba la disnea y un entorno ajeno. «Las enfermeras me tranquilizaron mucho. En general, todo el personal se portó muy bien y daban mensajes de confianza, pero era chocando ver cómo entraban y salían, cómo se iban adaptando los protocolos, el pitido de las máquinas por la noche que no te dejaban dormir, las noticias que te pones a leer y a darle vueltas a la cabeza...Fue duro», admite sobrecogido por las muestras de apoyo que ha recibido de familiares y amigos.

Entonces llegó Santi. Él nunca viajó, ni tuvo tos, pero había estado en la UMI con fiebre sostenida alta y agotamiento extremo, y su positividad «tiró de todos para arriba». A mitad de la semana se llevaron a la UVI a su tercer compañero de habitación, un policía jubilado a quien le habían comunicado el fallecimiento de su mujer, asmática, esa misma mañana por el coronavirus. La entereza de aquel hombre que recibía llamadas de familiares en la poca intimidad del espacio fue el día más duro que recuerda. «Seguimos pendiente de su evolución a través de sus hijos, porque cuando todo esto acabe tenemos que ir a comer, como prometimos».

Después de una semana, el personal sanitario había decidido contrastar los metódicos ruidos del hospital con otro que ha reunido a toda España en los balcones: los aplausos de toda la planta cada vez que alguien cruza el pasillo con el alta en mano. Así lo vivió también Francisco Martín, después de haber despedido a su compañero días antes. «En el fondo me siento afortunado, pero no hay que minimizar lo ocurrido. Este bicho es resistente, y si te coge débil se te echa encima», asegura con firmeza.

Ahora, en casa aunque sin alta médica definitiva, toma constantes medidas de protección: guantes y mascarilla, lavarse las manos y desinfectar con agua y lejía hasta las latas y los paquetes de galletas del súper. Piensa que, con bastante probabilidad, su mujer e hija habrían pasado la enfermedad de manera asintomática. «Esto no es una película de ciencia ficción, es la realidad, pero me niego a no ser optimista porque tengo una niña de 4 años en la que sólo puedo ver el futuro. Quizás sea un poco inocente, pero estoy seguro de que cuando todo esto pase, nada será igual».

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