Y el bosque baja al mar
Qué bueno que vuelva! Hay maldadas cosas que no se van, como esa crisis, que así digan lo que quieran sigue sumando víctimas a las listas del desespero, la inseguridad y la pobreza; o como ese maldito empeño del mundo en desangrarse, con ensañamiento, en un sin fin de rincones, sin importarle las miles de criaturas que quedan en el camino, incapaces de comprender tanta barbarie. Pero, hay otras dichosas cosas que desafían a cuantos quieren hurtarnos la sonrisa y vuelven a cumplir con el rito, que es ancestral, pero sigue vivo. La Rama es una de ellas.
Hace ya años, allá por 1992, Santiago Acosta García publicó un poemario que tituló Poemas de la Rama, en el que nos invitaba a danzar de nuevo y a derribar a los demonios. 22 años más tarde quiso el destino, de la mano de alguien que sabe de mi querencia por esa fiesta, por ese ritual, por ese todo que es La Rama, que además anda trabajando para devolverle el esplendor a uno de los rincones de ese lugar mágico que es el Valle, que el libro volviese a mi y con él el sonido de la caracola, los encuentros, la música, la alegría, la danza, los abrazos, el sudor, el viento, el gentío, los riscos interminables, las risas, los brazos arriba, la sincronía multitudinaria, mientras «el brezo tiende su mano» entre «alientos de eucalipto y lenguas de laurel», sin que deje de sonar La Madelón.
Vuelve La Rama. ¡Qué bueno! Ese antiquísimo ritual de petición de lluvia que permanece. Cada 4 de agosto en Agaete, como cada 28 de junio, en El Valle, «el bosque imaginario desciende», baja al mar.
Cuentan que los antiguos canarios cuando andaban con sus rebaños allá por las cumbres y añoraban el mar, el isleño siempre añora al mar cuando no lo tiene a su lado, se sentaban en silencio entre los árboles y escuchaban el correr del viento entre las ramas y entonces oían, se oye, la música de las olas. Seguramente por eso, un buen día, decidieron bajar el bosque al mar y así, jubilosos, haciendo sonar los bucios, avanzaron bailando, con las ramas, formando una alfombra danzarina, un mar verde en movimiento perpetuo hasta fundirse con el océano azul.
Y una y otra vez han vuelto las ramas, ha vuelto La Rama, convocando a sucumbir al aroma de brezo, poleo, eucalipto, laurel, a revivir el ceremonial de encuentros y abrazos, entre el manoteo de los papagüevos de rostros familiares, mientras suena la banda, en una eclosión de alegría que ¡qué bien sienta en estos tiempos grises! Vuelve La Rama con todo su goce visual y el reguero de emociones liberadoras que provoca.
Y aunque tristes por estos maldados tiempos, también por los ausentes, que seguro que andarán danzando, porque «quien se duerme danza», como dice en un poema Santiago Acosta, toca volver a disfrutar de La Rama, bailándola, contemplándola. Viéndola llegar y dejándose llevar.
¡Qué bueno que vuelva! Y vuelvo a los Poemas de la Rama: «Siempre vuelven,/ siempre volvieron,/ las ramas a la rama,/ embozos del nomeolvides/ de la huella por venir./ Las ramas permanecen/ en la brisa que se fue».