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Vista panorámica de Santa Lucía. Juan Carlos Alonso
Una vuelta a la redonda

Santa Lucía: una vida contada, un legado que perdura

Alba Cruz y Juan Ramírez no se parecen en nada, salvo en lo más importante, el amor profundo por Santa Lucía. Ella lo honra desde los fogones de Casa Flora, él desde su taller artesanal, donde el lino cobra vida. Unas historias, unidas por la memoria y el deseo de preservar la identidad de un pueblo que late en cada gesto

Jorge Rivero Pablos

Las Palmas de Gran Canaria

Domingo, 24 de agosto 2025

Santa Lucía es parte de la esencia de mi persona» o «no será el mejor, pero para mí el mejor pueblo es Santa Lucía». Con estas palabras, algunos de sus vecinos más ilustres resumen el vínculo íntimo que mantienen con «su» Santa Lucía, capital histórica del municipio del sureste grancanario, que ha ido creciendo hacia la costa en núcleos como Vecindario.

Santa Lucía de Tirajana se asienta en la cuenca natural de Tirajana, un enclave marcado por barrancos, palmerales y una historia de resistencia que ha moldeado el carácter de sus habitantes. En lo alto de este paisaje singular se encuentra La Fortaleza, símbolo del último bastión indígena frente a la conquista, y testigo de una identidad que se mantiene viva. A esta riqueza se suma un entorno natural diverso, con especies como el halcón tagarote y endemismos vegetales que sobreviven al clima semiárido.

El lugar de origen nunca se contempla con frialdad, está atravesado por recuerdos, afectos y vivencias. Los espacios que marcan una vida se convierten en escenarios de memoria y pertenencia, donde la objetividad se diluye y sólo queda un amor incondicional que moldea la forma de recordarlos, defenderlos y amarlo ante todas las cosas.

En esta historia, los protagonistas son distintos entre sí, aunque los une el mismo lazo de amor por su pueblo. Alba Cruz es uno de esos ejemplos. Desde hace ocho años mantiene abierto un espacio gastronómico singular, Silencio Casa Flora, donde también gestiona una pequeña tienda de aceite y vinagre que se ha transformado en un rincón mágico para quienes lo visitan. Decenas de personas se acercan cada fin de semana atraídos por su plato estrella, la carne de fiesta, un manjar que rescata la memoria de la cocina de sus abuelos, Manuel y Flora, dos figuras fundamentales en su vida.

Alba Cruz, propietaria de Silencio Casa Flora. Juan Carlos Alonso

Algunas voces en la isla aseguran que el viaje hasta Santa Lucía solo se entiende con la parada obligada en Casa Flora. No es casualidad, casi 80 años de tradición entre fogones han dejado huella en la memoria de generaciones de vecinos y visitantes. El local, que abre solo de viernes a domingo, desprende un ambiente familiar y acogedor que lo convierte en punto de encuentro. «Algunas tardes el bar se convierte en una parranda con guitarras», cuenta Alba Cruz con orgullo. Para ella, la conexión con esas paredes es única, un legado que honra en nombre de sus abuelos. Todavía hoy muchos comensales le recuerdan con cariño las épocas en que su abuela Flora llevaba las riendas del negocio.

La constancia y el trabajo es parte de la vida diaria de Alba. Los productos, de kilómetro 0, que se sirven en el Silencio Casa Flora son cuidados por ella misma en tierras cercanas. Sus productos que en ocasiones se pueden disfrutar en alguna que otra feria de producto local por la isla, es parte fundamental del carácter de su legado. «Quiero seguir manteniendo la esencia del lugar», comenta con firmeza. Enamorada de su tierra, afirma que todavía «tenemos que enseñar» desde los pueblos. Lugares cada vez más desérticos y con un aumento drástico de la edad media. Sus memorias de la infancia, han quedado obsoletas en un pueblo donde «los niños ya no tienen con quién jugar», se lamenta. Es por eso que como último pensamiento quiere comentar «que la gente vuelva a su casa. Que Santa Lucía no se quede despoblado».

1. Fachada de la Iglesia de Santa Lucía. 2. Una de las empinadas calles del casco antiguo del pueblo de Santa Lucía. 3. Un palmeral cercano al casco del pueblo de Santa Lucía.
Imagen principal - 1. Fachada de la Iglesia de Santa Lucía. 2. Una de las empinadas calles del casco antiguo del pueblo de Santa Lucía. 3. Un palmeral cercano al casco del pueblo de Santa Lucía.
Imagen secundaria 1 - 1. Fachada de la Iglesia de Santa Lucía. 2. Una de las empinadas calles del casco antiguo del pueblo de Santa Lucía. 3. Un palmeral cercano al casco del pueblo de Santa Lucía.
Imagen secundaria 2 - 1. Fachada de la Iglesia de Santa Lucía. 2. Una de las empinadas calles del casco antiguo del pueblo de Santa Lucía. 3. Un palmeral cercano al casco del pueblo de Santa Lucía.

A un paseo de Casa Flora, en pleno centro del pueblo, se esconde un rincón cargado de vida, la casa y el taller de Juan Ramírez, o Juanito, como le llaman quienes lo conocen de cerca. Su jardín, lleno de vitalidad y artesanía, es reflejo de la energía que, a sus 94 años, todavía conserva. La destreza de sus manos para cultivar y trabajar el lino en auténticas obras de arte no sería posible, asegura, sin una mente lúcida que guía cada gesto. «Ahí manda todo», comenta con clara convicción.

Su trayectoria ha sido reconocida con numerosos galardones, entre ellos el Roque Nublo del Cabildo de Gran Canaria o el Premio Ateneo de la Cultura. Pero Juanito recibe esas condecoraciones con cierta timidez, quizá por la humildad que siempre lo ha acompañado. «Yo no he hecho nada más que trabajar», repite con honradez, como quien no termina de creerse tanta distinción.

Con todo, admite una espina clavada: «En Tenerife me reconocen más que en ningún otro sitio. Allí siempre me han tratado con mucho cariño», lamenta, dejando entrever que, en ocasiones, el mayor valor de su obra ha sido apreciado más allá de su propia tierra.

Como enamorado de su tierra, a Juanito le llena de orgullo el reconocimiento que en apenas unas semanas recibirá de la mano de la alcaldía, el nombramiento como Hijo Predilecto de Santa Lucía. Para él, no hay mayor honor que el que llega de su propio pueblo, aquel en el que nació y ha vivido toda su vida. «Ser Hijo Predilecto del lugar donde he nacido, donde he vivido siempre… fue una alegría grande», confiesa con los ojos brillantes de emoción.

Juanito Ramírez, artesano e Hijo Predilecto de Santa Lucía. Juan Carlos Alonso

Sus piezas son el resultado de un proceso largo y meticuloso, trabajado completamente a mano. Cada una de sus creaciones, de gran tamaño y singularidad, posee la exclusividad de lo irrepetible, como subraya el propio Juanito, nadie más las hace. Detrás de cada obra hay horas y horas de dedicación, en un camino que suele prolongarse más de una semana de labor constante. «Le pongo un precio, pero no miro las horas que estoy», confiesa, dejando entrever el valor incalculable de un trabajo donde el tiempo queda subordinado a la pasión.

Su pasión por Santa Lucía se percibe en cada una de sus palabras. Al conversar con él, queda patente el profundo aprecio por sus raíces y sus vivencias, un sentimiento que se entrelaza con la nostalgia de un pasado que llora la pérdida de identidad de unas calles antaño marcadas por el esfuerzo del trabajo del campo y de la familia. Aun así, para Juanito, Santa Lucía sigue siendo, inquebrantable, su Santa Lucía, un lugar al que siempre vuelve con el corazón lleno de recuerdos.

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