Los rostros del barrio
Teresa Roca: Una voz que no se resignaLíder vecinal de Jinámar, ese barrio entre dos ciudades, tiene un historial de superación que le ha llevado a plantar cara durante décadas a las administraciones o al machismo en el entorno de las asociaciones
Jinámar es foco de estigmas y crueldad institucional. Contra esas dos cosas se ha rebelado siempre Teresa Roca, una de esas líderes vecinales en cuyo cuerpo aparecen las facturas que inevitablemente siempre se cobran los años de lucha por lo colectivo. Desde el trabajo vecinal son incontables las mejoras que ha conseguido para ese barrio al sur de la capital atrapado en un limbo administrativo entre dos ciudades: Las Palmas de Gran Canaria y Telde.
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Roca, como tantos, llegó al Valle hace ya tres décadas, empezada la década de 1990. En aquella proliferación de viviendas sociales ubicadas en espacios infradotados para acoger nuevos vecinos. Fueron días duros. «Confieso que me costó adaptarme. Venía del barrio de Escaleritas y allí tenía todos los servicios; aquí no había nada», recuerda.
Su única hija estaba en plena etapa escolar y la matriculó en el Néstor Álamo, junto a su casa. Ese fue el momento en el que comenzó todo. «Allí fue cuando tuve claro que había que luchar para conseguir las cosas que necesitábamos. No había transporte público, no teníamos suministro de agua ni el resto de servicios. Entonces me animé a apuntarme al APA del colegio donde conocí a otras madres con las mismas inquietudes que yo y a profesores que estaban de nuestro lado en esas reivindicaciones», cuenta.
Desde la asociación de madres y padres del colegio, Teresa Roca fue musculando su conciencia coral de los problemas de Jinámar. Poniendo en común sus circunstancias con los de aquellos con los que convivía en las calles. «Mi hija fue creciendo y decidí entrar en la asociación vecinal La Rambla, con personas como Basilio, muy importantes para el barrio».
Esos años Jinámar fue creciendo con la llegada de nuevos residentes con la misma velocidad que sus problemas se propagaban y la leyenda negra sobre sus vecinos se extendía. Muchos clichés son ciertos, años de droga y violencia, pero también de tener de espalda a las instituciones para las que eran invisibles.
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Tal vez fue la indignación la que mecanizó el nacimiento de ese colectivo que todavía se reúne cada día y que tiene el foco puesto en mejorar las realidad del vecindario. Teresa Roca está allí, pero es la primera que alza la voz para hablar también de Miguel, Manola, Nievita y una lista larga y solidaria. «Y empezamos esa lucha en la que seguimos todavía por el transporte, las marquesinas, las carreteras, el alumbrado, el reparto de alimentos, sobre todo durante el tiempo de la pandemia», señala.
Historia de dos ciudades
Roca y su gente de la asociación El Progreso de Jinámar quedan en el linde del Valle que pertenece a Las Palmas de Gran Canaria, una cuestión difícil de clarificar años atrás cuando se les condenaba a ir de ayuntamiento en ayuntamiento sin que nadie se hiciera cargo de su responsabilidad. «Al final lo hemos asumido. al principio, cuando llegamos, el Ayuntamiento de Telde se involucraba en cosas. Hasta nos mandaba bailes típicos canarios. Después ya nos olvidó. Y el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria debería tener claro que pertenecemos a la ciudad y debería estar involucrado en resolver nuestros problemas y no estar solo esperando que les mandemos escritos», subraya.
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Pero nada de eso ha sido un obstáculo suficiente para retroceder. No se resigna. Recuerda aquellas tristes movilizaciones en las que pedían un paso de peatones tras el fallecimiento de un niño del barrio en un atropello. Uno de esos días en los que la rabia conmovía a toda una isla, cuando plantó cara a las fuerzas del orden. «Recuerdo estar en la cabeza de la manifestación con Basilio, del Banco de Alimentos, un luchador muy grande. Y me vino un policía y me dijo que me iba a llevar detenida porque nos concentramos sin permiso de la Delegación del Gobierno; me viré a los vecinos con el megáfono y les dije que si me daba una peseta cada uno pagaba la multa para salir de la cárcel –cuenta entre carcajadas– y me dijeron que adelante y seguimos con la manifestación sin que nos detuvieran», recuerda con cierto orgullo empañado por la tristeza que impuso la protesta.
De aquello llegaron los semáforos y los pasos de peatones. Lo que deja una queja amarga: «¿Por qué tenemos que reivindicar los vecinos algo que deberían tener todos los barrios?», expone.
Teresa Roca lleva ya muchas batallas libradas y aunque «a veces te dan ganas de abandonar» sigue al pie del cañón. Y eso que algunas de las luchas más desagradables las ha tenido que bregar en la casa. «Cuando llegué a la asociación había dos hombres que me decían que no podía presentarme a presidenta porque una mujer no estaba capacitada para serlo. Y que si me presentaba y ganaba ellos se iban. Me presenté, gané y se fueron», señala también riéndose de aquello con la perspectiva del tiempo.
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Hoy, apoyada en una muleta, continúa activa y presumiendo de legado. «Mi nietilla ahora también está bregando con solo diez años», señala llena de orgullo. «Los compañeros de clase la han elegido como delegada», manifiesta con el amor por esa niña que se ha criado viendo cómo su abuela siempre ha dado todo lo que tenía por ayudar a aquellos con los que convive.
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