Enfermería canaria, historias de maltrato y exilio
La inestabilidad laboral y los salarios bajos obligan a los jóvenes profesionales a buscar su futuro lejos del archipiélago
Canarias necesita 2.480 profesionales de la enfermería más para alcanzar la ratio europea y cubrir de forma holgada la creciente demanda de la población. Sin embargo, las condiciones laborales que ofrece la sanidad pública canaria espantan al personal que, en muchas ocasiones, se ve abocado a buscar su futuro fuera de unas islas muy poco afortunadas para las enfermeras. De hecho, según los datos del informe 'Situación actual y estimación de la necesidad de enfermeras en España, 2024' del Ministerio de Sanidad, el 47% de los profesionales de la enfermería en Canarias se plantea abandonar este trabajo en los próximos años.
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¿Qué ocurre para que estos trabajadores sanitarios, esenciales para el sistema de salud, se planteen abandonar el archipiélago?
Jonay Perera Gil lo vio claro hace quince años. Desde entonces, trabaja en Francia. Este enfermero grancanario, graduado en 2010 por la Universidad Fernando Pessoa Canarias, no tuvo opción. Antes de acabar la carrera, empezó a trabajar en los centros de atención de la discapacidad intelectual profunda, pero los contratos eran precarios. «Estuvieron un año haciéndome contratos de poco tiempo, con altas y bajas continuas. En 2011 dejaron de llamarme», recuerda el enfermero de 36 años.
Fue en aquel momento cuando decidió irse. «Estuve una semana en París con unas amigas. Vimos que había trabajo. Volví. Le pedí 1.200 euros a mi padre. Le dije: me busco la vida y te los devuelvo». Comenzó a hacer entrevistas de trabajo y al poco encontró empleo.
Empezó por un geriátrico. La opción era buena para aprender el idioma. Luego, comenzó su periplo por los hospitales parisinos hasta que encontró un puesto acorde a sus aspiraciones en el hospital Saint-Joseph. «Estuve seis meses como enfermero de urgencias. Cuando vieron mi currículum, con un máster y un experto en Dirección y Administración de Centros Sociosanitanitarios, me dijeron que lo homologara. Lo hice y me dieron el diploma francés de Supervisor de Enfermería», relata Perera, agradecido al hospital que costeó su doctorado, iniciado en Madrid y concluido con prácticas en el Instituto Pasteur.
Se compró un piso en París, un espacio muy pequeño para sus dos hijos. Por ello, pidió traslado a un hospital psiquiátrico de Orleans, donde pudo tener una casa más amplia. Allí ha trabajado como director de enfermería el último año y medio. «No son puestos de confianza. Solo miran el currículum. El puesto de Francia no lo tendré nunca en Canarias», dice Perera, que cuenta con doble nacionalidad; española y francesa. «Si tienes trabajo y pagas tus impuestos, te dan la nacionalidad por naturalización», apunta.
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Ahora, también por motivos familiares, regresará a Gran Canaria. Trabajará dando clases de Enfermería en la UFP-C y en urgencias en el hospital Doctor Negrín como interino.
La crisis económica del 2012 fue también el detonante de la huida de la matrona María José Entrala.
La granadina trabajó en el hospital Materno Infantil de Gran Canaria entre 2003 y 2013. «En 2011 empezaron los recortes. Nos quitaron las pagas extra de navidad y verano y las guardias. Nos ampliaron las jornadas y nos obligaron a trabajar más», señala la enfemera que recuerda un día infernal en el que, durante doce horas, atendió otros tantos partos.
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En aquel momento, Entrala ya tenía dos hijos, ambos nacidos en Canarias, y su marido aún estaba estudiando su carrera de Ciencias del Mar. Sus ingresos apenas sostenían a la familia. Ese fue el punto de inflexión. «Nos preguntamos ¿qué hacemos?, ¿probamos con Noruega?», recuerda la sanitaria que empezó a ir a Arguineguín para recibir clases de noruego.
«Nos informamos y nos pareció interesante su forma de vivir y la calidad de vida para los niños. Todo era mejor», afirma desde Oslo, donde reside desde 2013.
Sus inicios fueron difíciles. Empezó a trabajar a través de una empresa de trabajo temporal (ETT) que le ofreció un contrato de año y medio. Sin embargo, a los pocos meses dejaron de llamarla para trabajar. Su especialización y bagaje eran un obstáculo porque «se cobra en función de la edad y la experiencia». Además, la empresa costeaba sus traslados y el alojamiento. Resultaba muy cara. Fue justo en esos días cuando su marido y sus hijos se mudaron al país.
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Tras romper el contrato con la ETT, homologó su titulación y, a la semana, ya estaba trabajando como matrona. «Desde ese momento, empecé a subir como la espuma», cuenta la enfermera que ha trabajado nueve años en el hospital universitario de Oslo Rikshospitalet y, ahora, lleva año y medio en un centro de salud.
«Te dan plaza fija en función de tu experiencia y las necesidades del servicio», comenta sobre la entrevista de trabajo que le sirvió de entrada al sistema público de salud, el único existente en Noruega.
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«Estoy encantada. Si me preguntan si quiero volver a España, hoy por hoy, no», comenta la matrona que no termina de acostumbrarse a que se le congelen las pestañas en las visitas domiciliarias que hace a las puérperas en los primeros días tras el parto. «En invierno la temperatura media es de menos 7 grados», explica la enfermera que, sin embargo, confirma el dicho noruego: «no hay mal tiempo, sino ropa inadecuada».
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