Lnkompoo Pamulsie mira con ilusión su futuro en Europa y asegura que está enfocado en su familia. Arcadio Suárez

Historia de un naufragio

Superviviente ·

El 26 de abril, 28 personas perdieron la vida y otras 117 consiguieron llegar al puerto de Arguineguín, al sur de Gran Canaria. Lnkompoo Pamulsie fue una de ellas

Ingrid Ortiz Viera

Las Palmas de Gran Canaria

Domingo, 29 de mayo 2022

En el mar se pierde todo: la noción del tiempo, la vida y hasta la fe. Después de cuatro días a la deriva, ya sin comida ni agua, agarrotado y fatigado por el sol y el frío, Lnkompoo Pamulsie había aceptado que iba a ahogarse en medio del Atlántico, como terminó ocurriendo con la mitad de quienes compartieron su misma barca, que volcó justo antes de la llegada de Salvamento Marítimo. Pero tuvo suerte.

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Su historia comienza, sin embargo, muchos meses atrás, en la República Democrática del Congo. El país afronta una compleja crisis humanitaria desde hace décadas y se ha agravado en los últimos años: las olas de violencia, el ébola, una erupción volcánica y la creciente hambruna han multiplicado por ocho los millones de desplazados, según varias ONG. «Entre el 60% y 70% de los congoleños emigran para buscar una mejor vida y, por desgracia, formo parte de esa estadística», afirma.

La ocupación de Lnkompoo era la de músico profesional: cantaba y tocaba la batería con su grupo Feeling Musika en distintos eventos. Una pasión que le viene de su abuelo, conocido intérprete folclórico en Kinsasa, ciudad capital, y pese a que asegura que se mantiene al margen de la política, fue esta la que le llevó a partir.

Un día, cuenta, recibió la llamada de un compañero del barrio, militar, que le preguntó si había estado tocando en una fiesta organizada por una persona contraria al actual gobierno. «Sí», contestó. «Pues estás tardando en huir».

«Entre el 60% y 70% de los congoleños emigran y, por desgracia, formo parte de esa estadística»

No tuvo tiempo de meditar la decisión, porque es habitual que a los músicos, que contratan sin que necesariamente hayan expresado una ideología, terminen asesinados antes de las diez de la noche. De hecho, Lnkompoo sabe que quienes le acompañaron aquella velada fueron apresados, pero poco más.

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Tan pronto como colgó el teléfono avisó a su amigo Nino, el guitarrista, y tomaron juntos un cayuco para cruzar el río hacia Brazzaville. A partir de ahí ambos fueron ganándose la vida en bares, karaokes y otros eventos con el objetivo de ir ahorrando para transitar hacia los territorios del norte, donde el contexto parecía estar mejor que en su país. Atravesaron el Congo, Camerún, Nigeria, Benin, Burkina Faso, Mali y, finalmente, Marruecos. Un viaje que en línea recta suponen 7.215 kilómetros.

A mitad de ese trayecto empezaron a encontrar más personas en la misma situación que les hablaban de ir a Europa. El precio por ocupar una de esas plazas 'privilegiadas' en un gran barco donde estaría 'cómodamente sentado' solo le costaría 3.000 euros. Otros habían pagado hasta el doble.

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El congolés atravesó medio continente en su proyecto migratorio. Juan Manuel Mendoza

No fue difícil encontrar un «señor» que organizaba una salida y estuvo esperando semanas en una casa hasta llenar el cupo estimado. Cuando vio que las condiciones no eran las prometidas, ya no había vuelta atrás. Un hombre con un machete amenazaba a quien no quisiera subirse en medio del caos.

En la patera de 20 plazas había 60 personas, entre ellos, al menos una decena de menores y una veintena de mujeres, algunas embarazadas. «Había gente en cada mínimo hueco. Cupiera o no, se subía», recuerda. «Les da absolutamente igual que te mueras, ya ellos han cobrado su dinero y con que llegues a la línea internacional ya está».

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Aunque llevaban algo de previsiones para el viaje, no fueron suficientes y la desesperación comenzó a apoderarse del grupo. Ya habían intentado llamar la atención de dos buques, sin éxito, por lo que el temor de volver a pasar desapercibidos les hizo moverse más de la cuenta ante la llegada de Salvamento Marítimo, a pesar de que cuando vieron el barco aún estaba lejos.

Lnkompoo intentó calmarlos: «Llevamos cuatro días, está ahí, va a acabar pronto». Pero había niños llorando, gente gritando y la inestabilidad terminó por volcar la patera. Ninguno sabía nadar.

Al congolés, que hasta este momento había mantenido una visible fortaleza en el relato, se le quiebra la voz al recordar cómo intentó rescatar a una chica que se ahogaba. El personal de Salvamento era escaso y ellos mismos debían hacer un último esfuerzo por sobrevivir agarrándose a los chalecos y flotadores que les lanzaban.

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Lo consiguieron 34 de las 60 que viajaban a bordo. Los equipos de rescate recuperaron un cuerpo más y el resto -siete bebés, 16 mujeres y dos hombres, según indicaron los supervivientes- desaparecieron entre las olas. Aquél 26 de abril, además, otras dos pateras fueron trasladadas al sur de Gran Canaria con algo más de treinta ocupantes cada una por lo que, en total, sumaron 117 personas rescatadas.

La ruta más mortífera

En solo los primeros quince días de mayo, 87 personas perdieron la vida en la Ruta Canaria, 148 en el primer trimestre y casi 6.000 en todo el año pasado, apuntan los datos de Naciones Unidas. Unas cifras que colocan a esta travesía como la más peligrosa del mundo.

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Cuando la madre de Lnkompoo escuchó las noticias del naufragio, pensó que no volvería a oír la voz de su hijo. Así que al recibir su llamada para confirmar que estaba a salvo casi se le para el corazón, relata su hijo.

Ahora que está de nuevo en tierra, su fe parece inquebrantable y esa resignación que sintió en la patera se ha convertido en esperanza. «Dios decide quién y cuándo muere», reflexiona. «Tengo dos manos, dos ojos, dos pies y haré todo lo que pueda con eso para ayudar a mi familia. Si tienes las ideas claras puedes llegar lejos».

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Sin embargo, también quiere advertir a todos los que aún siguen al otro lado de que no se arriesguen, de que es demasiado peligroso, pero sabe que es difícil que les hagan caso. Dice un refrán africano que «el fin del mundo está donde no has llegado» y es el lema que muchos llevan por bandera.

«Cruzar el mar ha sido lo más difícil que he hecho en toda mi vida», reconoce. «Pero ahora quiero enfocarme en mi familia, en transmitir con mi música un mensaje de paz y así, si algún día vuelvo, que sea a un país donde haya justicia.

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La música como salvavidas

Lnkompoo Pamulsie nació en Kinsasa, capital de la República Democrática del Congo, en el seno de una familia muy apegada a la música. Su abuelo era conocido por interpretar canciones folclóricas, muy rítmicas, sobre todo con los bongos.

El nieto, ahora con 32 años, prefirió las batutas de la batería -además del deporte- y formó su propio grupo, Feeling Musika, para «crear» y expresarse «libremente» a través del arte. A pesar de que se confiesa apolítico, después de un viaje de más de 7.000 kilómetros, confiesa que quiere componer canciones para lanzar un mensaje de paz.

Han pasado tres semanas desde que llegó al archipiélago y aún espera continuar su proyecto migratorio. Con su fluido francés, lo más probable es que apunte a Francia u Holanda como destino, al igual que algunos de sus compañeros.

De momento, en el campamento donde reside, el Canarias 50, le acaban de comunicar que su patera «ha sido desbloqueada». Es decir, ha concluido la investigación policial -un proceso que a veces se alarga meses- y, por tanto, solo falta la autorización del Ministerio de Interior para que los deriven a la península.

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