No nos esperábamos este escenario para entrar en agosto. Y menos siendo España, en comparación con Europa, y Canarias, con el resto del país, punteros en inoculaciones. Cuando hace menos de dos meses bajábamos a la fase 1 parecía una despedida de las restricciones y un regreso definitivo a la normalidad. Pero con la cuarta, quinta o vigesimosexta ola (ya he perdido la cuenta) volvemos a superar récord de contagios y, lo que es más grave, las UCI se llenan de pacientes mientras las muertes no cesan.
Publicidad
Sin embargo, la vacuna sigue siendo la esperanza. Con más de la mitad de la población medicada, los datos confirman su efectividad. Más del 90% de los enfermos graves no han sido tratados con Pfizer, Moderna, Janssen y compañía. Unos números, por si los argumentos científicos no fueran suficientes para los alumbrados negacionistas, que tumban cualquier teoría conspiranoica de estos sujetos. Mentes aventajadas que dicen no dejarse engañar por las fuentes oficiales y prefieren creerse los bulos difundidos en las redes sociales o los medios antisistema.
En fin, allá ellos. Tienen la libertad para decir no al pinchazo, pero lo mínimo que se les puede pedir es no caer en la inmoralidad de convencer al resto de no hacerlo, puesto que esto se traduce, además de un riesgo para la salud, la ruina para muchos sectores. Y menos pretender dar lecciones morales, precisamente ellos que se niegan a un pequeño sacrificio por el bien común. No lo hagan si no quieren, pero encima no tengan la cara de alardear creyéndose los más listos de la clase. Ni tampoco de quejarse si terminan siendo excluidos de ciertos servicios. Entiéndalo, el peligro se queda en la calle.
Regístrate de forma gratuita
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión