Sin Loquillo y con gimnasio

El puñetero bicho sigue siendo el rey en mi agenda. Bueno, de la mía y de la de casi todos. Qué ganitas de que las benditas vacunas sean cosa muy común.

Esta semana por fin he vuelto al gimnasio. No lo pisaba justo desde la mañana del día de Nochevieja. Luego, entre el viaje familiar a Madrid, el regreso tardío por culpa de Filomena y las restricciones en casa, por los niveles 4 y 3 de alerta, me resultó imposible, porque tuvo que cerrar sus puertas. Y puedo decir que más o menos conservo la forma pedaleando en la bicicleta estática, a pesar de la mascarilla. En cuanto al pilates, madre mía, me ganan en elasticidad hasta un madelman y un click de famobil. Supongo que será el efecto de casi tres meses de abandono de las sesiones. Visto con perspectiva, qué suerte tienen en Gran Canaria, Tenerife y Fuerteventura de seguir con sus gimnasios operativos incluso en el nivel 3. Espero que se mantenga esta tónica en caso de que en Lanzarote y La Graciosa de nuevo haya que imponer esta condición sanitaria.

Del pilates tengo agujetas. Pero como sarna con gusto pica menos, pues me aguanto. Estos últimos meses me han enseñado que hay que ir poco a poco, día a día, planeando todo lo posible a medio y largo plazo, viendo el vaso medio lleno por más que abunden las opciones de que salte por los aires lo previsto. Con la parienta tengo pendiente el viaje a Escocia que en su momento tuvimos concertado para mayo de 2020; y seguro que habrá momento para que cobre forma. Y desde esta semana, también me veo obligado a sumar en el capítulo de cosas por llegar el bailoteo al compás de las canciones de Loquillo en el FiestoRon de Arucas. Las entradas están ya guardadas para el verano de 2022.

Así las cosas, este sábado toca teatro en Arrecife. Y luego, en cuanto acabe el gozo, a charlar y soñar con todo lo que aún tenemos por vivir.