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La ‘pantallización’ del mundo

«Dementes digitales que, pantalla mediante, no terminan de distinguir el bien del mal»

Jueves, 16 de julio 2020, 11:36

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En unos pocos días hemos conocido dos episodios que desvelan con crudeza y drama el peligroso animal que anida en la tecnología, que tanto nos ayuda y, al mismo tiempo, tanto mal puede hacer, hasta el punto de podernos convertir, como ha dicho el psiquiatra alemán Manfred Spitzer, en dementes digitales.

Una mujer, madre de dos críos pequeños, se suicidó después de que circulase por los teléfonos móviles de algunos compañeros de trabajo unos vídeos sexuales, grabados hace años, en los que ella aparecía. No soportó tamaña agresión a su intimidad.

Una juez de Barcelona ha prohibido a un youtuber de 21 años utilizar esta red social los próximos cinco años por humillar a un mendigo al que le ofreció galletas de Oreo rellenas de pasta de dientes y le grabó en vídeo comiéndolas.

Verónica se quitó la vida tras un mes bajo una presión insoportable que nadie supo o quiso aliviar, mientras la cadena crecía y los vídeos se compartían. Denunció el asunto al departamento de Recursos Humanos de su empresa y la respuesta fue que era un tema personal y no laboral. Parece que cuesta entender la gravedad del hostigamiento, coacción y humillación que se realiza a través de las redes sociales. Hasta el propio Código Penal, en palabras del juez de Violencia de Género en Avilés, Julio Martínez, es tibio en las penas para estos delitos contra la intimidad, que van en aumento: tan solo de tres meses a un año de prisión.

Kanghua R. no tuvo reparo en decir a la jueza que grabó al indigente comiendo las galletas que había rellenado con pasta dentífrica porque «a la gente le gusta el morbo». De hecho, cuando subió el vídeo a Youtube, llegó a comentar: «A lo mejor me he pasado un poco, pero mira el lado positivo: esto le ayudará a limpiarse los dientes. Creo que no se los limpia desde que se volvió pobre». Pero para sonrojo, éste no ha sido un acto aislado, ya ofreció en otra ocasión sandwiches con excrementos de gato a ancianos y niños en un parque. Resulta revelador que las crueldades de este youtuber, que llegó a tener 1,1 millones de suscriptores, siempre van dirigidas a víctimas fáciles o vulnerables, porque «si me meto con gente más musculosa», dijo en el juicio, «me arriesgo a que me peguen, que la gente tiene mucha mala leche».

Vistos los acontecimientos parece evidente que esa demencia digital, que provoca que muchas personas, pantalla mediante, no terminen de distinguir el bien del mal, es ya una enfermedad social que obliga a una seria reflexión que evite que acabemos en la pantallización del mundo, como la ha definido el filósofo Josep María Esquirol, donde todo es evasión y no se contempla la gravedad de la vida.

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