La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, fue muy criticada por un comentario que hizo hace pocos días en la Asamblea regional. ... Se debatía cómo atendió la Sanidad madrileña a los ancianos en el peor momento de la pandemia de covid-19 y la presidenta, ni corta ni perezosa, dijo que, a fin de cuentas, los viejitos se iban a morir. No exagero. Sobra decir que desde la bancada de la oposición la acusaron de falta de humanidad y desde las filas de su partido la aplaudieron.
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Si nos ponemos puristas, Díaz Ayuso tenía razón. Y es que la única certeza que hay en la vida es que, más pronto o más tarde, se acabará, porque morir, nos morimos todos. De manera que, si seguimos con esa premisa, ¿qué necesidad tenemos de que haya servicios sanitarios, si al final solo consiguen aplazar la ineludible cita con la muerte?
Rescato las palabras de Díaz Ayuso no para meterme con ella, que ya tiene la señora sobrados enemigos, sino para contraponerlas con el argumentario del Gobierno del Pacto de las Flores con los episodios oscuros en torno a la compra de material sanitaria. La tesis de la defensa es que fue un momento tan complicado, con tantas urgencias que atender, que se hizo lo que se pudo. Y si seguimos ese argumento, pues solo les falta decir: «Y si alguien se llevó lo que no se debía, ¿pues qué le vamos a hacer? De eso va el capitalismo, en especial en tiempos atropellados».
Solo los que estaban en aquel comité de gestión de la crisis cuya armazón legal seguimos sin conocer saben las mil y una complicaciones que tuvieron que superar. Había que atender una crisis sin parangón en la etapa contemporánea y es verdad que todos pensábamos que el mundo (tal y como lo conocíamos) se acababa, de manera que para ellos el aplauso por echar una mano en la salvación.
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Dicho eso, como fue tan meritoria la labor de ese puñado de hombres y mujeres (que también seguimos sin saber el listado completo y las funciones de cada cual), cuesta entender por qué, cuatro años después, los partidos que entonces conformaban el cuatripartito no cuentan, con luz y taquígrafos, lo que se hizo, quiénes fueron tan buenos que se ofrecieron a ayudar, quién daba por aceptables los precios propuestos y, sobre todo, quién discriminaba a quién se le ofrecía una segunda oportunidad si incumplía y a quién no. Por no hablar de cuál fue el ánimo político y jurídico cuando, una vez descubierto un presunto primer pufo de 4 millones, se ocultó durante meses.
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