La Delegación de la inseguridad
Primera plana ·
Llegados a este punto: no se puede tener a centenares de personas metidos en un hotel o complejo de búngalos un día tras otro a la espera de no se sabe quéHay muchos tipos de inseguridad: la policial, la jurídica, la humana... Y todas ellas las hemos experimentado en Canarias en el último año gracias a la gestión de la Delegación del Gobierno. Y es que la inseguridad es producto del miedo. El mismo que motivó que, al principio de la crisis migratoria, Anselmo Pestana (que supo con antelación lo que sobrevenía) rebuscase edificios dependientes de los ayuntamientos y del Gobierno canario para endosarles su propia responsabilidad. El caso paradigmático fue el episodio que vivimos el verano pasado en Tunte y que propició que la alcaldesa liderase un rechazo al obrar del delegado. Luego se desinfló el ímpetu de Conchi Narváez (las presiones del partido son muchas) y tomó el mando en plaza en la contestación la regidora moganera, Onalia Bueno. Tunte, junto al IES Felo Monzón Grau Bassas, fueron tan solos los primeros pasos del caos. El problema siguió latente y ahora las imágenes de la salvaje pelea en San Fernando de Maspalomas (que no deja de simbolizar la desesperación y mezquindad a la que puede llegar la condición de las personas en situaciones extremas) desatan la alarma social. Y obligan, por hechos consumados, porque no le queda otra, a Conchi Narváez a reactivarse.
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Bien mirado, el acontecimiento de los aparcacoches, en circunstancias normales, no sería ocasión para espolear la xenofobia ni para que algunos políticos se enralen con interpelaciones parlamentarias que denotan el nivel al que hemos llegado: la política del postureo, la foto y la instantaneidad que, en verdad, esconde el vacío argumental y propositivo. Por desgracia, trifulcas las hay a diario en todas las latitudes y no van más allá de la debida respuesta policial; no suelen convertirse en un tema de orden público desproporcionado que apela al Estado. Lo que ocurre es que el último vídeo de marras es uno más de otros anteriores que se han ido conociendo alrededor de la estancia de los inmigrantes irregulares en el Sur. Y esa sí que fue una ocurrencia de Pestana.
Llegados a este punto: no se puede tener a centenares de personas metidos en un hotel o complejo de búngalos un día tras otro a la espera de no se sabe qué. El aburrimiento, la falta de expectativas, la desidia y la incertidumbre generan malos pensamientos porque el individuo necesita trabajar o estudiar, realizarse a fin de cuentas. La cosificación, el sentirse inútil, supone una espiral autodestructiva que engendra malos presagios, tanto personales como colectivos. De repente, un grupo riñe a puñetazo limpio en San Fernando de Maspalomas para disputarse unos euros por jornada; como los desamparados pugnan por unos mendrugos de pan.
De por sí la situación socioeconómica en las islas es muy adversa, en enclaves como Vecindario o Juan Grande lo están pasando aún peor por la conexión laboral directa con los establecimientos turísticos, para que encima la inseguridad multifacética que desprende la plaza de La Feria añada más inquietud y resquemor. Nada nuevo bajo el sol tras la retahíla inhumana experimentada en el muelle de Arguineguín. Eso, más los incidentes recurrentes, dañan la proyección de Gran Canaria y, no siendo menos, merma nuestra autoestima como pueblo. Para Madrid, y con la complicidad del delegado, largo tiempo ha tenido para dimitir de haber estado en desacuerdo, son culebrones de la ultraperiferia. En realidad, puro neocolonialismo.
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