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Un mal día de julio de 1921, trescientos soldados españoles murieron, tras varias jornadas de resistencia desesperada, a manos de los rebeldes rifeños que irrumpieron a sangre y fuego en la posición de Sidi Dris. Trescientos. Tantos como fueron los espartiatas que cayeron en las Termópilas; cuarenta más que los hombres del general Custer aniquilados en Little Bighorn. El cronista ha visitado varias veces Sidi Dris a lo largo del último cuarto de siglo. Sigue sin haber allí nada que los recuerde.
La desmemoria de España hacia quienes dan su vida por ella es una costumbre secular que al fin parece que hemos aprendido a corregir. Lo comprobamos en Besmayah, a sesenta kilómetros de Bagdad, donde podemos asistir a una sencilla pero solemne ceremonia. Se celebra delante del monolito en memoria del soldado Aarón Vidal, del regimiento de Caballería Lusitania, caído en acto de servicio en este mismo lugar. El 8 de septiembre de 2016, un camión cisterna se estrelló contra el vehículo desde el que Vidal realizaba labores de vigilancia, a la entrada de la base en la que entonces entrenaban los españoles a las fuerzas especiales iraquíes y que hoy ocupan solo tropas locales.
Para la ocasión se han desplazado a Besmayah el capitán Ribas, destinado en el Lusitania, y el coronel Lechuga, del arma de Caballería, con otros militares españoles y un piquete para rendir honores. El monumento, con una placa en recuerdo del soldado Vidal, está decorado con las banderas española e iraquí. El capitán lee la efemérides y el coronel destaca en su alocución que Aarón Vidal dio su vida en defensa de las libertades de los iraquíes y también, en la distancia, de sus conciudadanos. Un coronel y otros oficiales iraquíes forman con los españoles para rendir homenaje al caído. La expresión de respeto en sus rostros invita a creer que suscriben el discurso del coronel Lechuga.
Al final del acto suena el toque de oración y los presentes cantan el himno de la Caballería española. «Tu deber y tu honor / te llevan al sacrificio», rezan dos de sus versos. Mientras oímos a los militares honrar así al compañero caído, conforme al lema al que nos remite el capitán Ribas –«prohibido olvidarlos»–, es inevitable preguntarse por la utilidad de este y otros sacrificios, como el de los once españoles muertos en Irak entre 2003 y 2004 a los que recuerda un monolito en la Embajada en Bagdad. Por el futuro que aguarda al país, una vez se culmine la misión en la que Aarón perdió la vida, la lucha contra el Dáesh.
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El teniente general Agüero, jefe de la misión de la OTAN en Irak, deja un margen para la esperanza. «Yo soy optimista –nos dice–, y no sólo porque así uno es más feliz, sino porque esta gente ha tenido cuatro guerras en cuarenta años. Yo trato con algunos generales que han estado en las cuatro, vaya, que como suelo decirles, están vivos de milagro. Y lo que también están es hartos, y tienen verdaderas ganas de mejorar, de progresar en todos los terrenos, para conseguir que su país salga adelante, a pesar de las muchas dificultades». Es posible, cree, que esta vez no falle todo, como falló en 2014, con la irrupción del Dáesh.
El embajador de España en Bagdad, Pedro Martínez-Avial, buen conocedor del país, donde estuvo ya destinado en tiempos de Sadam Hussein, coincide en el diagnóstico. Pese al abandono que se observa en algunos aspectos –la basura, por ejemplo, que se quema sin más– hay sectores de la sociedad iraquí que aspiran a un cambio. Con ellos, junto a otros embajadores, tiene prevista una acción para limpiar las riberas del Tigris. Y no deja de ser un país de oportunidades, que confía en que las empresas españolas aprovechen, como lo hacen ya las de otros países.
Si ese futuro mejor llega, algo le deberá a Aarón Vidal.
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