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Sobre el dintel de la puerta se lee esta frase: «HOME OF THE FREE BECAUSE OF THE BRAVE». O lo que es lo mismo: «casa de los libres gracias a los valientes». El lugar es el comedor del complejo denominado Union III, situado en la Zona Verde de Bagdad, justo enfrente del gigantesco recinto de la embajada de los Estados Unidos y en lo que hoy es el centro de operaciones conjunto de las fuerzas armadas iraquíes y en otro tiempo acogió la sede del partido Baaz de Sadam Hussein. En la azotea de este edificio aún se aprecian los estragos de los misiles Tomahawk que cayeron sobre él durante la invasión del año 2003.
En el comedor, pese a la raigambre yanqui de la leyenda que lo preside, almuerzan militares y civiles de una multitud de naciones. Muchos son miembros de la NATO Mission Iraq (NMI), con unos seiscientos efectivos. Y aunque antes de viajar aquí el cronista ha podido comprobar que sus compatriotas apenas lo saben, los más numerosos entre ellos son los españoles.
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Dentro del recinto de Union III ondea la bandera rojigualda en la parte del complejo denominada Casa España, donde hay un recuerdo especial para el comandante Baró, uno de los siete agentes del CNI abatidos en 2003 en una emboscada en Latifiya. Y el hombre que ahora ocupa el despacho del jefe de la NMI es un español, el teniente general Agüero, lo que no deja de ser un hito, por lo delicado de la empresa.
Es el propio teniente general, un hombre afable y reflexivo —en contraste con la rotundidad del lema citado más arriba—, quien aquilata su alcance y el contexto en el que se desarrolla su misión. Para empezar, conviene distinguirla de la otra misión que mantienen en Irak ahora mismo España y otros muchos países —muchos más, de hecho, de los miembros de la OTAN—: la Operación Inherent Resolve (OIR), lanzada allá por 2014 para ayudar entre otros al Gobierno y las fuerzas armadas iraquíes a erradicar al Dáesh, ISIS o Estado Islámico. Ese empeño tras la pérdida por parte del Dáesh de la amplia base territorial que llegó a someter, se traduce ahora en Irak en el respaldo a las tropas locales en una lucha que ha dejado de ser de contrainsurgencia para convertirse en antiterrorista.
Sus tres frentes abiertos son los elementos aislados del ISIS que permanecen huidos y escondidos —a lo sumo unos dos mil—, los cerca de diez mil detenidos y los cincuenta mil refugiados, muchos jóvenes, que podrían ofrecer la cantera para una eventual reconstitución del grupo radical. Lo que dirige el general es algo muy distinto. Aunque la OIR no es una misión de combate para los miembros de la coalición —el contacto con el enemigo, si se da, lo asumen los iraquíes—, contempla un apoyo a las acciones que no se da en NMI. Es un trabajo de asesoramiento, al más alto nivel, para acercar a las fuerzas armadas iraquíes al estándar occidental —un estándar de éxito, subraya Agüero sin estridencias—; tanto en términos organizativos como de planificación, formación o presupuestos. Sus interlocutores reportan directamente al primer ministro, y los asesores tratan a diario con generales y altos mandos.
El trabajo, indica el general, exige ante todo mano izquierda y respeto, porque, como anota con ironía, «todos somos un poco soberbios y no nos gusta que nos quieran enseñar, y si estamos aquí es a petición suya y para ayudar en lo que nos pidan». ¿La meta? Que un día no lejano la Alianza no tenga misión en Irak y los iraquíes sean capaces de garantizar su seguridad sin ayuda. Algo que los mil checkpoints que se tropieza hoy uno en Bagdad —incluido el carro Abrams apostado a la entrada de la Zona Verde— atestiguan que no se ha alcanzado todavía.
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